El huracán financiero ha dejado huella en el alma europea. Una fea cicatriz recorre el continente de Norte a Sur. Abundan los viejos y nuevos estereotipos: las mentiras griegas, la delirante exuberancia española, la temeridad irlandesa, el liderazgo egoísta de Alemania. Frente a ese diálogo de sordos entre acreedores y deudores, el descubrimiento es que todos los países del euro comparten destino. Por el camino se han esfumado certidumbres y violado tabúes, se han cruzado líneas rojas y reescrito reglas de oro en una serie atropellada de decisiones.
Ese aluvión de medidas permitieron evitar lo peor, aunque dejan por delante un largo estancamiento de consecuencias imprevisibles. Va un lustro de crisis: con la sospecha de que nunca hubo un plan maestro para combatirla, la próxima etapa es esa segunda refundación (tras el periodo constituyente de los años cincuenta y la primera transición, que arranca con la caída del Muro, incluye la creación del euro y culmina con la entrada del bloque del Este).
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