Joaquin Phoenix como el emperador Cómodo en la película Gladiator, de Ridley Scott (2000).

La maldición de las agencias de calificación

El destino económico de las naciones está ahora, en gran medida, en manos de las agencias de calificación crediticia Moody's, S&P's y Fitch. No han sido elegidas, no rinden cuentas y tienen un poder demasiado inflado, así que debemos frenarlas, sostiene un columnista en The Guardian.

Publicado en 21 diciembre 2010 a las 10:47
Joaquin Phoenix como el emperador Cómodo en la película Gladiator, de Ridley Scott (2000).

¿Cuántos de los 46 millones de españoles saben algo sobre la mujer alemana de mediana edad que tiene en sus manos la soberanía democrática ganada a base de tanto esfuerzo y el futuro económico de su país; cuyas opiniones decidirán si millones de trabajadores españoles podrán permanecer en sus trabajos o pagar sus hipotecas en 2011 y los años venideros; y cuyo veredicto negativo sobre la economía española desencadenaría no solo un programa de medidas de austeridad que harían parecer insignificantes las impuestas a Grecia y a Irlanda, sino que también podría demostrar ser el comienzo del fin de la propia eurozona?

Uno se imagina que no muchos, ya que la alemana de mediana edad que juega a ser Dios con una de las naciones más grandes de Europa no es Angela Merkel. La canciller alemana es una piedra angular en la batalla para defender a España que de nuevo se estaba librando hoy en Bruselas, en la cumbre de jefes de gobierno de la UE. Así que no, no es ella la persona cuyos pulgares hacia arriba o hacia abajo pueden determinar la vida de los españoles durante una década o más.

Ese honor le corresponde a la figura sombría de Kathrin Muehlbronner, una políglota licenciada en economía por la Universidad de Tübingen, quien, es tentador decirlo, puede ejercer una influencia más reaccionaria sobre la vida española que cualquier otra mujer desde que la Reina Isabel [la Católica] desterrase a los moros, expulsase a los judíos y pusiese a la Inquisición en un lugar preponderante de la nación hace ahora más de medio milenio. ¿Y cómo es posible? Muehlbronner es la vicepresidenta y analista senior de riesgo soberano especializada en España de la agencia de calificación crediticia Moody's. Eso la convierte en la mujer cuyo criterio puede hundir a España en lo desconocido por el mero acto de declarar que la quinta mayor economía de Europa ya no merece su calificación Aa1.

¿Jueces del mercado?

Esta semana, Muehlbronner estuvo a punto de tirar de la palanca que haría caer a España por la trampilla a una cámara de tortura fiscal de la que habría estado orgulloso el mismísimo Torquemada. “Moody's cree que los riesgos a la baja justifican la revisión de la calificación de España para rebajar su nota”, dijo Muehlbronner con una mano en la palanca, tras lo cual se precipitaron tanto la bolsa como el euro. Poco tiempo después, relajó la mano. “Moody's no cree que la solvencia de España esté amenazada”, reconoció, y entonces tanto el euro como los mercados se recuperaron ligeramente.

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¿Moody's cree? ¿Y quién ha elegido a Moody's, si se puede saber? ¿Qué tratado ha firmado Moody's? ¿En base a qué tenemos que arrodillarnos ante la señora Muehlbronner? No tengo nada en contra de ella, pero sí mucho en contra de la notoriedad e influencia de la cultura de las agencias de calificación crediticia en la que ella es una figurante en alza. Eso se debe a que, mientras que las naciones del mundo luchan por salir del colapso financiero global, Moody's y sus dos principales competidores, Standard & Poor's y Fitch, no son agencias objetivas y neutrales, cuya única preocupación es realizar una supervisión inteligente de los mercados.

Tratamos a las agencias de calificación como si fuesen jueces. Incluso tienen un puesto en algunos de los marcos normativos improvisados. Pero son actores, y no solo actores, sino también especuladores. Así, cuando el crédito estaba hinchándose y era barato en la década de los noventa y del 2000, todos los vendedores de bonos que aparecían recibían una triple A por norma. Moody's, del que se dijo que encabezó la comisión de investigación de la crisis federal de Barack Obama, era una “fábrica de triples A”. El resultado, desde las hipotecas subprime al propio mercado de bonos, fue que el sistema estaba inundado de productos financieros excesivamente sobrevalorados, todos ellos garantizados por lo que, al fin y al cabo, no eran más que calificaciones sin valor alguno.

Al asalto de los Estados

La maldición de la cultura de la calificación crediticia en la economía personal está relativamente en los albores de la vida en Gran Bretaña. Pero ha aumentado, está aumentando y debería disminuir. Cualquiera que esté familiarizado con la cultura de la calificación crediticia personal estadounidense, de la que surgió la cultura del riesgo soberano, sabrá que tiene un modo un tanto kafkiano de hacer las cosas. Si solicita una tarjeta de crédito en EE. UU. sin una buena calificación crediticia estadounidense, no solo le denegarán la tarjeta, sino que su calificación crediticia también se verá afectada, haciéndole más complicado conseguir el crédito que necesita. Si falla en un pago por cualquier motivo, la agencia le marcará como un riesgo, y sacará beneficio de los bancos por su problema. Al igual que ocurre en la banca de de primera línea y con los préstamos en todo el mundo, el sistema informatizado de marcado de casillas ha sustituido a la persona.

Ocurre exactamente lo mismo, aunque evidentemente a mayor escala, en el mundo del riesgo soberano. Aquí, sin embargo, las agencias están emitiendo juicios sobre la administración de las economías de pueblos soberanamente libres. Pero el problema del mundo de la deuda soberana es también, en cierto modo, una versión mayor del problema en el mundo de la economía personal. Al igual que la deuda personal impulsada por los créditos se disparó fuera de control porque ya no había directores de bancos de primera línea que conociesen a los clientes, que conociesen la localidad y que fuesen capaces de emitir juicios razonables sobre casos individuales, el mundo de la deuda soberana carece en la actualidad de sentido común y de juicio equilibrado en sus transacciones en todo el mundo.

En la vida real, la historia la conforma la gente. En el mundo ficticio de las agencias de calificación, la historia es un conjunto de cifras. Por encima de la línea, bueno; por debajo de la línea, malo. Nadie con una percepción humana de la historia puede evitar compartir el dolor de Irlanda mientras es humillada por los mercados. Pero la idea de que una gran nación como España, por cuya libertad amigos de mis padres lucharon y murieron, deba ponerse de rodillas por el antojo de un puñado de ejecutivos con sueldos demasiado altos que miran pantallas de ordenadores, es sencillamente indignante. ¿Cómo se atreven?

Las agencias de calificación crediticia están liderando un asalto a las naciones y a los pueblos. Debemos frenarlas en seco si podemos. Esto forma parte del último plan de Alemania para la eurozona. Por eso, con todos sus defectos, deberíamos respaldar a Frau Merkel por encima de Frau Muehlbronner en todo momento.

Opinión

El gran juego del miedo

Razonar en términos de enfrentamiento entre política y finanzas no es suficiente, asegura Die Zeit. Representantes electos y mercados “constituyen, muy a pesar suyo pero desde hace mucho tiempo, una comunidad de destino”, opina el semanario que recuerda que “la influencia de los especuladores en los mercados de bonos del Estado es, a menudo, débil. […] Más que la voracidad, lo que mueve el mercado es el miedo”.

Los principales actores son los bancos, que invierten en nombre de aseguradoras o de fondos de pensiones. Estos últimos raras veces retiran su dinero para atacar a un país, sino más bien porque temen perder el dinero invertido por sus clientes. En el caso de Grecia, Irlanda o Portugal, “no estamos ante una especulación salvaje, sino ante una huelga de los inversores”, afirma Klaus Regling, director general del Fondo europeo de estabilidad financiera.

Ahí está el problema. Porque “los gobiernos quizá son capaces de poner fin a las artimañas de los jugadores. Pero los inversores temerosos quieren que los comprendan”, indica Die Zeit. Así, cuando evalúan un país, “los administradores de fondos creen las historias plausibles antes que los hechos”, creando así movimientos en masa engendrados por el miedo. Para los responsables políticos europeos solo hay una actitud posible, concluye el diario: “Hacer lo mismo que los héroes en las películas de vaqueros: actuar primero y hablar después”.

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