Sin una opinión pública informada no hay Europa

Cuando se lanzó Presseurop en 2009, nadie podía imaginarse que el euro iba a estar al borde de desaparecer y que la Unión estaría amenazada de implosión. Un proceso que Presseurop ha seguido a través de la mirada de la prensa europea y que ha contribuido a abrir el Continente a los europeos y a crear un embrión de espacio público europeo.

Publicado en 20 diciembre 2013 a las 15:18

Día a día, durante los últimos cuatro años y medio, Presseurop nos ha ayudado a entender qué le estaba pasando a Europa. Ha sido una contribución fundamental. Instalados en el día a día de la crisis, e intentando no tropezar con los múltiples obstáculos que todavía quedan en el camino, olvidamos echar la mirada atrás y reflexionar sobre los que nos ha ocurrido en estos últimos cinco años. Si lo hiciéramos, recordaríamos que en 2008-2009 la palabra “crisis” no nos asustaba. La Unión Europea, sabíamos, se había construido a golpe de crisis. Las crisis sacuden los cimientos de establecido, demuestran la inviabilidad del statu quo, hacen visible la necesidad de cambiar las políticas y revelan la obsolescencia de las las instituciones. De la misma manera, crean los espacios donde surgen las visiones del futuro y los líderes que las gestionarán. La crisis no sólo nos uniría, pensamos muchos, sino que nos permitiría integrar a la Unión mucho más estrechamente. ¿Por qué tenemos la sensación de que esta vez no ha ocurrido exactamente así? ¿Qué no ha funcionado como debiera?

El elemento más importante es la falta de flexibilidad de la Unión a la hora de absorber el shock generado por la crisis financiera. La UE es, ante todo, una “unión de reglas”. Pero como se ha demostrado, esas reglas, especialmente en el ámbito relacionado con la gobernanza del euro, eran inexistente, incompletas o directamente erróneas, pues prohibían a los Estados miembros o a sus instituciones adoptar aquellas medidas (como la recapitalización directa de los bancos o la compra de deuda) que hubieran permitido a la UE sortear la crisis.

Estados Unidos, que como sabemos está en el origen de la crisis financiera, adoptó tan pronto como en octubre de 2008 el programa TARP (Troubled Asset Relief Program) destinado a recapitalizar los bancos, a lo que siguió, ya con el Presidente Obama, un programa de estímulo masivo de la economía. En ambos casos, las diferencias partidistas e ideológicas se dejaron al margen en pro de la eficacia de las medidas anti-crisis. Las cosas no pueden ser más distintas a este lado del Atlántico. Seis años después de la caída de Lehman Brothers , los europeos todavía están discutiendo su propio programa TARP (la unión bancaria), y lo hacen con unos plazos y mecanismos tan complejos y prolongados en el tiempo que hacen dudar de su utilidad real para superar esta crisis. Mientras que las medidas de estímulo han sido ridículas o insuficientes. Los resultados están a la vista de todo el mundo: EEUU está saliendo de la crisis y Europa sigue estancada.

Por tanto, la UE, que había dedicado casi una década a hacer el Tratado de Lisboa, se encontró con que nada de lo que había en dicho Tratado le servía para hacer frente a una crisis que, en ocasiones, ha adquirido un carácter existencial. Reformar las reglas del juego del euro para adaptarlas a la nueva realidad ha sido una tarea exasperantemente lenta, máxime en un contexto de fragmentación política e institucional y de falta de liderazgo. En esta crisis, la UE ha innovado institucional y políticamente, pero también ha improvisado peligrosamente. En ocasiones clave, como el primer rescate a Grecia o la intervención en Chipre, la impresión es que la UE estaba lanzando una moneda al aire y cerrando los ojos.

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Al final del día, la UE ha ido tomando, siempre al borde de abismo, las decisiones necesarias para salvaguardar el euro y sentar las bases de un futuro de estabilidad. Salimos de la crisis, sí, pero lo hacemos lentamente y divididos porque cuando una estructura es flexible, absorbe los golpes, pero cuando es rígida se quiebra o le salen grietas. La brecha más evidente y más urgente es la que separa a élites de ciudadanos. Pero no es la única pues esta crisis también ha separado al Norte del Sur, o al centro de la periferia, de una forma muy amenazante para el futuro de la UE. Y también está promoviendo divisiones difíciles de resolver entre miembros y no miembros de la eurozona. Estas grietas y tensiones centrífugas son las que la Unión debe de cerrar, y en las que se juega su verdadera supervivencia. Si no lo hace, se encontrará con que el euro se habrá salvado, pero el proyecto europeo habrá quedado seriamente tocado.

Las próximas elecciones europeas están ya poniendo de relieve la paradoja que supone que, precisamente cuanto más legitimidad política se necesita para completar la unión económica y monetaria, más desafección hay entre la ciudadanía y más desconfianza hacia la UE. Si la Unión es capaz de reconciliar democracia y eficacia, tendrá un futuro brillante. Pero esa brecha no se cerrará “comunicando mejor” sino “escuchando más” a los ciudadanos y responsabilizándose ante ellos. La integración europea está irreversiblemente politizada en los estados miembros, pero no en Bruselas. La solución es más política, no más tecnocracia, de tal manera que los ciudadanos recuperen en Bruselas la capacidad de hacer política que han perdido en casa. La unión de reglas está bien, pero lo que necesitamos es una unión de políticas. ¿Quién tiene miedo a la política? Sin una opinión pública informada, Europa no puede existir. Durante estos últimos años, gracias a Presseurop, hemos salido de nuestros reductos mentales nacionales y construido un espacio público europeo. ¡Le damos las gracias por ello y esperamos que vuelva pronto!

Este artículo ha sido escrito para Presseurop

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