En diciembre, Aleksandr Lukashenko, el último dictador de Europa, "decidió concederse como regalo de Navidades una fraudulenta victoria electoral del 80%". A comicios anteriores, igualmente manipulados, la Unión Europea respondió con una batería de sanciones "inteligentes" (llamadas así porque no dañan a la población): prohibición de visitar otros países, congelación de activos financieros en el extranjero y medidas de apoyo a la oposición. En aquellas ocasiones, Lukashenko "aflojó la cuerda" y a cambio Bruselas "suspendió las sanciones, ofreció ayuda económica e inició un proceso de deshielo".
José Ignacio Torreblanca, en un artículo de El País, considera que ante el estallido de violencia en Túnez que pone al descubierto el régimen corrupto del "cleptócrata" Ben Ali, Europa debería adoptar medidas similares. La política mediterránea de la UE queda desprestigiada y "se parece cada vez más a la sostenida durante la guerra fría en Centroamérica por Estados Unidos con tan funestas consecuencias". Según el analista, "nuestras políticas de contención del islamismo muy probablemente echarán a la población en manos de los islamistas, que sagazmente se legitiman con una agenda de justicia social y anticorrupción", mientras la ribera sur del Mediterráneo se convierte en "una serie de repúblicas bananeras fieles guardianes de nuestros intereses".
Visto desde Europa
El porqué del apoyo a la política de Ben Ali
Las declaraciones del presidente Zine el Abidine Ben Ali, que ha anunciado su retirada del poder en 2014 y el fin de la represión policial armada, no han ni restablecido la paz social, ni salvado el milagro económico que un día fue Túnez. La economía del país reposa sobre la implantación de subcontratación industrial para Europa, el turismo barato y la colaboración con la UE. Mientras las regiones costeras se han ido desarrollando, el interior del país continúa abandonado. La población rural, cada vez más afectada por el paro, ha alcanzado las ciudades costeras. Esta desestabilización de la región podría provocar tensiones en el seno de la diáspora, así como una ola de inmigración masiva del Magreb en dirección a Europa. Esto explicaría la indulgencia de Francia —y de Europa— respecto a Ben Ali y su Estado policial y corrupto. El presidente tunecino representa para ellos un muro contra la amenaza islámica. Rudolph Chimelli, Süddeutsche Zeitung, Munich (extractos).