El líder neonazi Sven Krüger.

Mi vecino, el nazi

En el este de Alemania, varios pueblos se ven sometidos al control de la extrema derecha, que impone sus valores. Algunos habitantes han decidido oponerles resistencia, pero su lucha sigue siendo solitaria.

Publicado en 15 febrero 2011 a las 17:48
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Por una vez, los Lohmeyer han pasado una buena semana. El domingo, un comando de intervención especial de las fuerzas de policía arrestó a su peor vecino. Desde el martes, la placa de latón que proclamaba “Jamel, comunidad libre, social y nacional”— y señalaba claramente al visitante quién se encargaba de aplicar la ley en ese lugar—, ha desaparecido de la entrada del pueblo. El poste indicador que apuntaba hacia Braunau, lugar de nacimiento de Adolf Hitler, también ha sido finalmente retirado por orden de las autoridades.

Jamel tiene por fin el aspecto de cualquier otro pueblo de la región, y ha dejado de parecerse al bastión nazi que, sin embargo, sigue siendo. Este año, para la cena de Nochebuena, los Lohmeyer han sido invitados por el presidente alemán, Christian Wulff, a ir a Berlín, y han recibido montones de cartas de apoyo de toda Alemania y del extranjero. El músico y su esposa, escritora, han sido tomados como ciudadanos modelos, por más que aspiren siempre a disfrutar de la misma calma que cuando se fueron de Hamburgo hace seis años. Fue en esa época cuando llegaron a Jamel, pueblito escondido a medio camino entre Wismar y Grevesmühlen (en el Land de Mecklemburgo-Pomerania occidental, en el noreste del país), ubicado al final de un callejón sin salida y más allá de los límites de la democracia.

Un pequeño imperio nazi

La policía volvió a detener a Sven Krüger, un militante del NPD ya condenado en doce ocasiones. Krüger, de 36 años, se había construido un pequeño imperio nazi en Jamel y sus alrededores. En la entrada de la empresa de demolición que dirige en el pueblo vecino de Grevesmühlen se puede leer: “Somos los Jungs fürs Grobe” (literalmente: los tipos que hacen el trabajo sucio).

Krüger tiene fama de ser un individuo particularmente violento que conviene evitar. Actualmente, se halla en prisión preventiva, acusado de encubrimiento y de infracción de la ley por tenencia de armas. Basta con echar un vistazo a su “Thing-Haus” de Grevesmühlen, donde el NPD ha establecido su cuartel general, para comprender con qué corriente de pensamiento simpatiza. El edificio está protegido por vallas de madera y rollos de púas, tras los cuales se erige un mirador equipado con un proyector. Los perros ladran tan pronto como ven pasar a algún viandante. El cuartel general del NPD se parece mucho a un campo de concentración, y con toda la intención.

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Los Lohmeyer se enteraron, con una mezcla de espanto y alivio, de que Krüger se iba a quedar provisionalmente detrás de las rejas. Sí, le tienen miedo a él y a sus compinches. “Se creen que el pueblo les pertenece”, explica Birgit Lohmeyer, que se ha encontrado con ratas muertas en su buzón. Ella nos habla de estos desagradables hechos y de los ejercicios de tiro que tienen lugar en el bosque con un aire despreocupado. No obstante, las borracheras entre camaradas nazis en la plaza del pueblo son motivo de preocupación. Por la noche, el grupo reunido entona cantos nazis a todo pulmón alrededor de una fogata. Este verano, con motivo de la boda de Krüger, cientos de militantes de extrema derecha acudieron a participar en la fiesta del pueblo “nazi liberado” de Jamel.

Los extremistas aterrorizan los pueblos

Con todo, Jamel no es la única población en la que los neonazis y el NPD se encuentran cada vez más a sus anchas. Dos pueblos vecinos se hallan igualmente aterrorizados por los extremistas. Aquí, nadie quiere hablar abiertamente del problema. “La mayoría de los habitantes se dicen: no hay que sorprenderse si el que se inclina demasiado sobre la ventana acaba cayéndose”, observa Horst Lohmeyer a propósito del clima de miedo que reina en la región.

En 2007, él y su mujer osaron coger el toro por los cuernos cuando un periódico decidió escribir un artículo sobre Jamel. “Todos los habitantes del pueblo no son nazis”, declaran. Desde entonces, los pocos vecinos que no son confidentes de Krüger rompieron todo contacto con ellos. Dieter Maßmann conoce bien este sentimiento de soledad. Alcalde de Hoppenrade, pueblito situado a unos cien kilómetros al este, Maßmann habita en una región llena de comunidades como la de Jamel que se enfrentan al mismo problema.

Acto seguido, nos cuenta una extraña historia: las familias extremistas forman parte del movimiento de los “Artamanes”. Sobrenombre por el que se conoce a los “camaradas de sangre y suelo” que vinieron a instalarse tras la reunificación. Se consideran los herederos del movimiento popular de los Artamanes, fundado en los años 20 y del que formaron parte Heinrich Himmler, jefe de las SS, y Rudolf Höß, comandante del campo de Auschwitz.

Simular una actitud pacífica

Los “neoartamanes” simulan adoptar un actitud pacífica. Tienen muchos hijos, cultivan productos de la agricultura biológica, se oponen a los organismos genéticamente modificados y apoyan al NPD, que cuenta con seis representantes en la asamblea regional. Sin embargo, en 2009, se produjo un incidente en una guardería cercana a Hoppenrade: los niños de las familias de los Artamanes se pusieron a entonar cantos nazis que habían aprendido durante las vacaciones.

Los Artamanes son personas inteligentes y capaces. “Intentan tener más presencia en el espacio público a través de asociaciones y del cuerpo de bomberos”, explica Maßmann. Dos veces al año, los Servicios de Inteligencia vienen a formar a los representantes municipales. Pero aparte de esto, los apoyos son infrecuentes. Todos los veranos, los Lohmeyer organizan un festival de música a fin de demostrar a los nazis que aún no se han apoderado de todo el pueblo.

¿Qué es lo que piden? La prohibición del NPD. Es la única manera de privar a los neonazis de una base organizativa. Dieter Maßmann es de la misma opinión. No obstante, no se aferran demasiado a esta esperanza: mientras Berlín no deje de considerar a la extrema derecha como un problema de la ex Alemania del Este, sus posibilidades de obtener algún resultado serán escasas. En el mes de agosto, los Lohmeyer organizarán de nuevo su festival. “Aquí nos necesitan”, declara Birgit Lohmeyer.

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