La democracia y la libertad de prensa son dos conceptos bien definidos, al menos es lo que cabía pensar hasta ahora. Últimamente la forma en que se trata la información en las páginas de Kronen Zeitung plantea serias dudas. Oficialmente no hay ningún problema, las leyes de la democracia parlamentaria y el derecho constitucional a la libertad de prensa no sufren menoscabo alguno; la realidad es bien distinta, asistimos a una auténtica debacle.
A Hans Dichand no le gusta la Unión Europea. Durante la reciente campaña de las elecciones europeas, apoyó a Hans-Peter Martin, diputado independiente y, él también, euroescéptico. El candidato acabó obteniendo el 17,7% de los votos. El canciller Werner Faymann, líder del Partido Socialdemócrata Austriaco (SPÖ), cayó rendido a los pies del todopoderoso Dichand. En 2008, escribió una carta abierta en la que el candidato a la cancillería cambiaba de rumbo político sin haber avisado a su partido y pasaba a reivindicar el referendo como modo de ratificación, frente a la ratificación parlamentaria. Toda una declaración de intenciones coincidente con la línea del periódico, sumido por entonces en una eurofobia desenfrenada. Faymann se convirtió rápidamente en el favorito del diario y, según las encuestas, en “el político más simpático del momento”.
Al viejo Hans, como se le conoce popularmente, tampoco le gustan los inmigrantes. Las leyes de extranjería se han endurecido y ningún partido, excepto los Verdes, ha dicho esta boca es mía. Dichand ya se ha olvidado de Faymann y ahora respalda la candidatura a la cancillería de Josef Pröll. Según parece, también quiere deshacerse del presidente Heinz Fischer, que hasta el momento contaba con su beneplácito. Una frase en el periódico y listo, toda Austria está pendiente del desenlace de este duelo.
¿Cómo puede un hombre de 89 años hacer y deshacer a su antojo en la política austriaca pasando por encima del Parlamento, los partidos y el resto de la opinión pública? El proceder de Dichand puede asustar, pero también infunde respeto. Un ejemplo: todos los días se publican dos páginas de cartas al director, encabezadas con un título llamativo impreso en negrita que anuncia el tema, una sección que Dichand ha convertido en un arma política dogmatizante.
Este método fue utilizado antaño en la República Democrática Alemana en el periódico Neues Deutschland, la voz del partido único. Por entonces sabíamos qué se podía esperar de semejante medio. Dichand diría, con razón, que Austria, a diferencia de la RDA, es un Estado de derecho y que sus lectores son ciudadanos libres. El secreto, claro, es elegir bien, algo de lo que se encarga personalmente el director. La próxima maniobra consiste en debatir con figuras del mundo de la política. El excanciller Wolfgang Schüssel ha explicado qué entiende Dichand por debatir: imponer un tema a cambio del apoyo del diario. Por supuesto una respuesta negativa suele dar al traste con la carrera de quien se atreva a pronunciarla.
Abraham Lincoln dijo que una democracia podía sobrevivir sin gobierno, pero no sin libertad de prensa. Gracias a ella, los ciudadanos podemos formarnos una opinión sobre cuestiones que nos conciernen a todos. Durante décadas las democracias al uso se han nutrido de la opinión pública democrática. ¿Estamos asistiendo al final de una era? O, como se preguntaban recientemente en un simposio organizado en Austria, “¿se ha convertido la democracia en un modelo trasnochado?”. En Rusia se habla de “democracia soberana”; en China, de “democracia autoritaria”. Austria vendría a aportar un nuevo concepto, la “democracia mediática”. Un hallazgo que daría para una tesis de ciencias políticas. Desgraciadamente, no se trata sólo de un tema de investigación, sino de una realidad cuyas consecuencias sufrirán todos los austriacos.