Opinion, ideas, initiatives Tras el referéndum en los Países Bajos

Una unión aún más frágil

El 6 de abril los neerlandeses rechazaron en gran mayoría la ratificación de su gobierno el tratado de asociación UE-Ucrania. Esto es un nuevo golpe duro para la Unión, apenas suavizado por el pobre número de votantes (menos de un tercio de los inscritos en el censo), indica Bernard Guetta.

Publicado en 15 abril 2016 a las 20:56

Esto pudo haber sido mucho peor. Es más bien reconfortante para la perennidad de la Unión Europea, porque ese referendo de iniciativa popular acerca de la ratificación del tratado de asociación entre Ucrania y la Unión, ha sido masivamente ignorado por los neerlandeses.

Menos del 33% de ellos fueron ayer a las urnas, ni siquiera una tercera parte de los electores, que es especialmente poco para un país que había rechazado, también por referendo, el tratado constitucional de 2005. Todo apunta a que los neerlandeses desconfiaron de una consulta en la que los promotores habían mezclado todo, del puro rechazo de la Unión hasta la afluencia de inmigrantes ucranianos, pasando por la protesta contra las actuales políticas económicas europeas; el rechazo de una nueva ampliación que a final de cuentas no es la cuestión; el deseo de hacer el feo a la coalición gubernamental que se encuentra en La Haya y que teme ver a los países bajos llevados hacia una confrontación militar entre los 28 y Rusia.

Tanto el “si”, si al acuerdo de asociación económica con Ucrania, estaba claro, como el “no” no podía estarlo, porque ya no se sabía que es lo que se rechazaba. Es la demagogia de una confusión intencional que fue finalmente sancionada con el abstencionismo, pero eso no debe hacer olvidar que una aplastante mayoría de ese pequeño número de votantes, más del 61% de ellos, ha elegido el “no”, una opción que llevará a los Países Bajos a pedir modificaciones al acuerdo de asociación, y cuyos significados son múltiples.

El primero es que en los Países Bajos, como en todos lados en Europa, se establezca un partido del miedo, miedo de una nueva época, de la inmigración, del retroceso de los marcos políticos nacionales y de la emergencia política y económica de nuevas potencias que vienen a captar partes enteras del empleo europeo y relativizar el peso de occidente.

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El segundo es que esos miedos suscitan un rechazo de la Unión y de la idea misma de la unidad Europea, que se han convertido en símbolo de la amplitud de los grandes cambios que están transcurriendo en este momento.

El tercero es la constante erosión de los grandes partidos de derecha y de izquierda, hoy aliados en los Países Bajos, a los que una buena parte de los electores europeos reprochan, y no sin razón, de no tener respuesta a sus miedos.

El cuarto es que esta evolución del ajedrez político no hace más que provocar la ascensión de nuevas formas de extrema derecha, pero crea paralelamente, convergencias y a veces acercamientos entre ellas y un partido de extrema izquierda. En los Países Bajos, como en todos lados en Europa, las cuestiones nacionales y sociales comienzan a mezclarse en un mismo discurso que recuerda cada vez más a aquellos de los inicios del fascismo italiano.

En cuanto al quinto significado de los “no” neerlandeses, es evidente que la idea de unidad europea resbala, retrocede y seguirá reculando mientras que su ambición no haya sido claramente redefinida en un siglo que no es más el siglo de ayer.

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