Ideas INTEGRACIÓN EUROPEA
Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi rinden tributo a Altiero Spinelli en Ventotene, el 22 de agosto de 2016.

Descubrir el pueblo europeo más allá del mito de los “padres fundadores”

En 1941, el antifascista y federalista Altiero Spinelli pidió la unidad del pueblo europeo desde su exilio en la isla de Ventotene. cuando los líderes europeos se reunieron en el mismo sitio 75 años después, evocaron simbólicamente una gran narrativa europea que tiene algo en común con el problema que nos ocupa actualmente: encontrar una vía intermedia entre el statu quo político de Bruselas y el rechazo de los soberanistas hacia la UE.

Publicado en 26 octubre 2016 a las 22:33
Palazzo Chigi  |  Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi rinden tributo a Altiero Spinelli en Ventotene, el 22 de agosto de 2016.

Han pasado casi dos meses desde que Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi escogieron un par de piedras azotadas por el sol en medio del Mediterráneo para preparar el gran “relanzamiento” europeo que prometieron tras el referéndum del Brexit en Reino Unido. Este giro sorprendente no fue una escapada veraniega, sino una decisión con marcado carácter simbólico. De hecho, en 1945, hace 75 años, en la misma isla de Ventotene, unos pocos exiliados resistentes antifascistas, liderados por Altiero Spinelli, lanzaron un llamamiento para la unidad política de Europa.

En un momento en el que Europa parece estar estancada en un bloqueo democrático, evocar el legado espiritual de un ‘padre fundador’ fue una elección inspirada, especialmente porque era uno de los más opositores más clarividentes de los esfuerzos tecnocráticos del famoso “método Monnet”, que basaba la unión política en la creación de un mercado gigante. Como cabecilla del socialismo italiano y, al mismo tiempo, teórico incansable de la soberanía de los “pueblos europeos”, Altiero Spinelli había ante todo animado – entre 1955 y 1962 – una amplia movilización transnacional para convocar un “congreso de los pueblos europeos”, que congregó a casi 700.000 partidarios en toda Europa. La composición de las diferentes propuestas de los seis Estados miembros fundadores llevaría a la primera versión de una asamblea constituyente a escala europea. Excepto por unas escasas referencias rituales al “padre fundador”, los tres líderes europeos últimamente no mencionan nunca el “pueblo europeo”, ni la revolución democrática transnacional con la que se obsesionó Spinelli. En su lugar proponen una Europa de fronteras, defensa y seguridad como el único horizonte político compartido. No merecería la pena mencionar tales recuerdos, de no ser porque revela una relación mítica más amplia que ahora tenemos con la historia del “proyecto europeo”.

La Unión Europea está de hecho atormentada por el “gran relato” de su inexorable desarrollo. Las instituciones de Europa se han centrado de forma implacable en la construcción de un “panteón europeo” de los padres fundadores hasta el punto de saturar el “proyecto europeo” con mitos y símbolos. Toma como profecía inicial la declaración de Schuman del 9 de mayo de 1950, que abonó el terreno para las Comunidades Europeas. Esta narrativa teleológica se ha reanudado una y otra vez, y es la que en última instancia nos está involucrando ahora. Con los ojos puestos en la futura conversión de la UE en una democracia europea, hemos observado las recientes series de “crisis” europeas como oportunidades para “relanzar” el proyecto, haciendo caso omiso de cualquier contradicción social y económica y los puntos muertos democráticos que sacan a la luz. Aún peor, al recitar la historia de UE como si fuese el despliegue de un proyectos, hemos abierto la puerta a que sea rechazado en su conjunto. Sea positivo o negativo, ha surgido un relación mitológica con el “proyecto” europeo que parece que nos condena a tener que elegir entre el statu quo de una política basada en Bruselas y que navega a ojo y el rechazo total de los “soberanistas”.

Para resolver esta cuestión y dejar atrás este juego a la defensiva, ahora es más necesario que nunca “rehacer” la historia europea y recordar que la UE, en retrospectiva, nunca ha sido el “bloque” monolítico sin disputas ni conflictos que ahora vemos. Lejos de haberse “construido de un día para otro”, la trayectoria actual de Europa es el resultado de curvas y bifurcaciones a lo largo del camino. Se ha producido un giro paulatino en los objetivos de la Unión, alejándose de las consideraciones sociales (el “refuerzo de la cohesión económica y social” o la “igualdad de acceso al progreso” fijados en los Tratados de Roma)y encaminándose hacia la libertad de movimiento y competencia, hasta erigirlas en valores fundamentales. También se ha producido un cambio en cuanto a los métodos de integración, se ha abandonado el proyecto voluntarista de armonización (económica, social y fiscal) y de cohesión (a través de fondos estructurales, etc.). Por último, se ha producido un cambio en las doctrinas, alejándose de una política industrial que apreciaba los servicios públicos hacia una tendencia más neoliberal a favor de la gestión privada, subcontratación, e incluso la privatización, etc.

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Sacando a la luz los grandes cambios del desarrollo europeo, podemos volver a descubrir el rastro de estas múltiples "posibles Europas", que fueron dejadas de lado progresivamente y ahora están completamente olvidadas. Es una forma de recordar que hubo un tiempo en que los sindicatos tenían un representante en la Comisión e incluso en el Tribunal de Justicia. Un momento en que Europa defendió una política industrial que era relativamente independiente del clamor por la competencia sin trabas. Por último, un momento en que las ideas keynesianas eran apoyadas por la Comisión. No es que alguna vez hubiera una "edad de oro" para el "proyecto europeo" - totalmente improbable en una Europa que siempre ha estado dominada por la agenda de los mercados unificadores y las libertades económicas. Pero es útil como una forma de recordar que Europa de hecho nunca ha sido "tallada en la piedra", al contrario de lo que mucha gente cree.

El Mercado Único y la crisis de la eurozona han consolidado la dirección neoliberal de la UE, pero sigue afectadas por las contradicciones internas. Estos proyectos europeos alternativos (armonización social, cooperación fiscal, defensa de los derechos humanos, promoción de la igualdad y de la democracia dentro de la UE) han sido frustrados o puestos de lado en el curso de la historia de Europa. Pero continúan funcionando desde dentro. Son los “objetivos” y “valores” inscritos en las secciones abiertas de los tratados europeos (la sección sobre “Solidaridad” en la Carta de los Derechos Fundamentales, el Preámbulo del Tratado de Lisboa evocando “derechos sociales fundamentales”, etc) que dan visibilidad a las “promesas incumplidas” del proyecto europeo. A menudo son las instituciones marginales las que representan a esta otra Europa dentro de la UE (los fondos estructurales, el reducido pero poderoso Comité Europeo de Derechos Sociales). Finalmente, son las asociaciones externas (sindicatos de funcionarios europeos que se resisten a la introducción del enfoque de la nueva gestión pública, ONG como CEO, Finance Watch o AlterEU) las que luchan contra el poder de los grupos de presión en el proceso legislativo europeo, etc.). Estas reservas internas de democracia y crítica, que existen a pesar de todo lo que rodea a las instituciones europeas, no son por sí solas suficientes para reorientar el curso del proyecto europeo. Pero con estos puntos de apoyo puede que seamos capaces de crear un espacio para la maniobra política y devolver una cierta imagen de credibilidad a esta alternativa democrática europea que Altiero reivindicaba tan apasionadamente.

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