Lukashenko, “nuestro” despiadado dictador

Mientras Europa mira hacia las revoluciones de los países árabes, otro dictador en el este del continente reprime a la oposición con toda tranquilidad. Pero algunas voces están comenzando a ser escuchadas.

Publicado en 8 marzo 2011 a las 15:12

La sede del KGB en el centro de Minsk es conocida por los locales como “Amerikanka”. Nadie sabe exactamente por qué el enorme complejo recibe ese nombre, pero lo que sí sabe todo el mundo en Bielorrusia es que no es un buen lugar donde ir a parar.

Con sus columnas corintias y sus paredes pintadas de amarillo chillón, el edificio parece inofensivo desde fuera. Pero, en realidad, es una auténtica jaula para los últimos prisioneros de conciencia de Europa y el epicentro de la brutal represión llevada a cabo por el último dictador del continente.

Alexander Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, ha dirigido el país con mano de hierro desde que la república alcanzase su independencia de la Unión Soviética en 1994. Sin embargo, en los dos últimos meses las fuerzas de seguridad del país persiguen a los opositores con una ferocidad propia de la época soviética.

"Una parodia de la justicia"

Prácticamente todos los candidatos a la presidencia que osaron hacer frente a Lukaschenko en las fraudulentas elecciones del pasado diciembre han acabado en la cárcel o bajo arresto domiciliario. Aunque se han realizado múltiples acusaciones por torturas, a los candidatos se les ha presionado para que se denuncien unos a otros a través de declaraciones por vídeo.

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Algunos de ellos han cedido a las presiones, pero la mayoría no lo ha hecho y se enfrenta ahora a varios años de cárcel por haber osado participar en los comicios. Cinco abogados representantes de los prisioneros han sido eliminados de la vida pública y más de 700 ciudadanos de a pie han sido detenidos en lo que Human Rights Watch califica como una “parodia de la justicia”. Los juicios propagandísticos —en un país en el que a la policía secreta aún se le llama la KGB— no han hecho más que empezar.

La semana pasada Alexander Otroshchenkov, un agente de prensa de un destacado político de la oposición, fue conducido a una sala judicial en forma de celda y se le impuso una pena de cuatro años de prisión en una cárcel de máxima seguridad tras un juicio rápido que duró apenas unas horas. Los fiscales acusaron a Otroshchenkov y a otras dos personas de vandalismo durante las masivas protestas en Minsk durante la noche de las elecciones presidenciales. El hombre de 30 años admitió haber estado en las protestas, a las que se esperaba que asistiesen unas 30.000 personas, pero negó haber causado ningún daño. El supuesto “acto de vandalismo” que llevó a Otroshchenkov a una condena de cuatro años de prisión fue “golpear una barrera de madera”.

Opositores incomunicados en Amerikanka

Los juicios continuarán durante los próximos días y semanas. Otras 18 personas, incluidos siete candidatos presidenciales que participaron en los comicios contra Lukaschenko, están acusados por la organización de disturbios masivos —un crimen que está penado con hasta 15 años de cárcel. Ales Mikhalevich es uno de ellos. Durante dos meses este abogado reconvertido en político opositor al régimen estuvo pudriéndose en Amerikanka después de que los agentes de KGB echasen su puerta abajo y le detuviesen el día después de las protestas electorales en Minsk. Mikhalevich, de 35 años y padre de dos niños, fue puesto en libertad el 19 de febrero, pero sólo después de firmar una declaración mediante la que se comprometía a cooperar con el KGB y a no contarle a nadie lo ocurrido.

La semana pasada Mikhalevich hizo un gesto heroico. El lunes se las arregló para escarpar de sus vigilantes y viajar a una conferencia de prensa donde, ante un nutrido grupo de periodistas, rompió el documento que había firmado con el KGB y explicó de forma detallada las torturas a las que él y sus compañeros reclusos afirman haber sido sometidos. “Soy consciente de que antes de que acabe el día podría volver a encontrarme en el centro de detención del KGB”, dijo. “Pero haré todo lo que esté en mis manos para hacer desaparecer para siempre ese campo de concentración situado en el centro de Minsk”.

A Andrei Sannikov le han mantenido lejos de la luz pública durante 10 semanas. Es uno de los dos candidatos presidenciales que permanecen incomunicados en Amerikanka (el otro es Nicolai Statkevich). Sannikov, un ex diplomático de 54 años, es uno de los líderes opositores más destacados. Fue detenido durante las protestas del 19 de diciembre y golpeado por la policía antidisturbios cuando volvía hacia la plaza de la Independencia. Su mujer, la periodista de investigación Irina Khalip, permanece bajo arresto domiciliario, mientras dos hombres del KGB vigilan su piso. “Las condiciones en las que está mi hermano son horribles”, ha explicado su hermana Irina Bogdanova, que se trasladó a Gran Bretaña en los años 90. “Mantienen la temperatura de la celda entre los 8 y 10 grados y sólo puede ver a su abogado durante los interrogatorios”.

Es necesaria una postura más firme con Bielorrusia

Vladimir Nekláev ni siquiera estaba en la Plaza de la Independencia cuando un grupo de policías antidisturbios le agredió a él y a sus seguidores. El candidato a las presidenciales se dirigía con un equipo de sonido hacia la plaza cuando varios policías vestidos con chaquetas de cuero negro cargaron contras ellos, según los testigos. Nekláev fue brutalmente golpeado y trasladado al hospital, pero ni sus heridas impidieron que le detuviesen. A este poeta de 64 años le arrastraron de la cama del hospital en una manta los agentes de KGB y le llevaron a Amerikanka.

“Los hombres no llevaba ninguna identificación”, explica por teléfono su hija Eva Nekláev desde Finlandia. “Ni siquiera le dijeron que estaba detenido, simplemente le sacaron del hospital con una manta. Pasaron ocho días antes de que recibiéramos alguna noticia sobre su paradero”.

Muchas de las personas detenidas y posteriormente puestas en libertad en los dos últimos meses han abandonado el país. Natalia Koliada trabaja para el Teatro Libre de Minsk, una compañía de artistas que arriesga su vida cada vez que representan piezas sin pasar por la censura en teatros “underground”. Fue encarcelada durante las protestas en la Plaza de la Independencia pero la pusieron en libertad por fallos en el proceso legal. Su familia esperó hasta la medianoche de fin de año para cruzar la frontera hacia Rusia, logrando pasar sin que los guardias fronterizos borrachos les viesen.

Koliada urge a Europa y a Gran Bretaña a que adopten una postura más firme con Bielorrusia: “Minsk está a tan sólo dos hora de vuelo de Londres. El Gobierno del Reino Unido debe dar alguna señal a los bielorrusos para que sepan que no están solos. No tenemos gas, no tenemos petróleo, no tenemos ningún bien geoestratégico que pueda interesar a países como Gran Bretaña. Pero sí tenemos una población. Por favor, no esperen hasta que esas personas sean asesinadas en la calles”.

Testimonio

Dos semanas en la cárcel bielorrusa

“Una sórdida celda con un váter sucio a la izquierda y un enorme palet de madera enfrente. Ni rastro de colchón ni de almohadas. Paredes amarillentas y sucias y un hedor espantoso. Por la mañana, te despiertas temblando de frío”: Andrzej Poczobut, corresponsal de Gazeta Wyborcza y activista de la minoría polaca en Bielorrusia describe así las condiciones en la famosa prisión de Akrescina en Minsk, donde se encarcelan a todos los opositores bielorrusos. La vida tras los barrotes es de lo más lúgubre: “despertar a las 6.00, barrido de la celda, a las 8.00 desayuno consistente en un mendrugo de pan y algo parecido a té servido en tazas de aluminio que abrasan las manos, de la época de Khrushchev; almuerzo a las 16.00, cena a las 19.00, dos horas más tarde, inspección y ya ha pasado otro día... Sólo de vez en cuando ocurre algo inesperado. “El último que salga se lleva una patada en el trasero...”, escucho en el pasillo. Un guarda aburrido hasta la saciedad acaba de decidir que se realizará una inspección extraordinaria de la celda”, recuerda Poczobut, que fue liberado finalmente el 25 de febrero tras 14 días en prisión. Insiste en que no le torturaron “hombres tristes del KGB” sólo porque el presidente polaco Bronisław Komorowski y el presidente del Parlamento Europeo intercedieron en su nombre. Esta vez tuvo suerte.

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