La mayor parte de los griegos están enfurecidos. Sienten cólera contra los políticos “que se han burlado de nosotros” y que han llevado al país a la situación actual únicamente porque han protegido sus intereses en medio de la corrupción, el nepotismo y la mala gestión de los fondos públicos. Cólera contra los políticos que, después de tantos años, ven explotar un escándalo tras otro sin hacer nada y sin que nadie sea condenado, como si pertenecieran a un club que garantizara la inmunidad. Cólera contra los políticos, que sin participar, animan a perpetrar la gran estafa de una economía que parece pasar factura a quienes producen y al mismo tiempo prefiere estimular a los aprovechados que viven del dinero del Estado o venden humo.
Cólera contra el Gobierno y el PASOK (el Partido socialista en el poder) que, ni siquiera en este período de crisis, está a la altura de las expectativas de la gente y no es capaz de explicar la verdadera magnitud del problema. Se pelean entre ellos y la mayor parte del tiempo se quedan paralizados ante los problemas que deben gestionar. Cólera contra la oposición conservadora que, estando al borde del abismo, continua vendiendo falsas promesas y se desmorona en un crescendo de irresponsabilidad. Cólera quizá contra la izquierda que ha escogido la vía fácil de responder “no a todo” sin proponer ninguna solución.
Podríamos preguntarnos: ¿por qué si estamos tan enfurecidos no cambiamos a nuestros políticos? Pues porque la realidad no funciona de esa manera. En cambio, lo que permanece estable estos últimos años es la imposibilidad de cambiarnos, de modernizar nuestro sistema político, la repetición de los mismos problemas, del mismo comportamiento una y otra vez. La cólera permanece, pues, pero se convierte en una de las peores consejeras.
Muchos asumen, por ejemplo, que los sacrificios son inevitables, pero aún más numerosos son los que esperan, aunque en el fondo estén de acuerdo con las medidas de vigilancia, que se imparta justicia y que los responsables paguen, como mínimo los que han sido señalados con el dedo (principalmente el ex primer ministro Costas Karamanlis).Se quiera o no, ambos grupos coexisten y conviene reconocer que uno no puede ser el pretexto para olvidar al otro.