“Esta gente está loca. Estamos haciendo un esfuerzo ímprobo para encontrar una solución que se ajuste a sus necesidades y se pegan un tiro en la cabeza”. Supongo que esto es más o menos lo que piensan sobre nosotros nuestros socios de Bruselas y Berlín. Lo que ven es un país suicida sin dirección que ha creado una crisis política en el preciso momento en el que no debía ocurrir.
Nada de esto puede evitar que nuestro destino inmediato se decida en los próximos días. Hoy, 23 de marzo, el plan de austeridad (PEC) podría ser rechazado en el Parlamento. En los dos días que dure el Consejo Europeo en Bruselas, nuestro primer ministro aparecerá (tanto si ha dimitido como si no) sin ningún margen de negociación. Y finalmente, el día después, ya no será posible retroceder y tendremos que asumir las consecuencias.
Nadie puede prever la reacción de los mercados. Pero es difícil imaginar otro escenario que no sea el del aumento de los tipos de interés de nuestra deuda nacional y la caída de la clasificación crediticia de Portugal. Con consecuencias que todos conocemos. En un momento en el que el país tiene que pedir prestados más de 10.000 millones de euros en junio, en el que los bancos sólo pueden obtener fondos del BCE y las empresas públicas no atraen inversiones del extranjero. Para cualquiera que le cueste entender lo que está en juego, en medio de esta esquizofrenia política, recordemos algunos aspectos.
El Gobierno garantizó las condiciones para evitar la ayuda exterior
La cumbre de la Eurozona del 11 de marzo fue un punto decisivo para Portugal. Con las garantías del BCE y de la Comisión Europea, el Gobierno logró convencer a sus socios (es decir, a la canciller alemana) de que podría garantizar las condiciones necesarias para evitar la ayuda exterior a corto plazo, como la concedida a Grecia e Irlanda.
Había otra cara de la moneda, igualmente importante. Las nuevas condiciones para acceder al fondo de rescate provisional que se negociaron en la cumbre serían más benévolas en caso de que fuera inevitable la petición de ayuda. Con tipos de interés inferiores, periodos de amortización más largos y la posibilidad de comprar deuda primaria. Era una especie de “dos por uno” que nos convenía, tanto para calmar a los mercados como para actuar como un refugio seguro ante futuras dificultades.
La baza a jugar era la adopción del pacto de competitividad (ahora denominado “europacto”) y el compromiso firme por parte de los países con dificultades de cumplir estrictamente los objetivos sobre el déficit. El 21 de marzo, el Ecofin, que se reunió en Bruselas, finalizó el fondo de estabilización que entrará en vigor en 2013 (el denominado mecanismo europeo de estabilización), pero no dijo nada sobre las nuevas condiciones para acceder al fondo temporal actualmente vigente.
La crisis política ha echado por tierra los esfuerzos realizados
El Consejo Europeo decidirá si cambia estas condiciones en una decisión vinculante que ata algunos cabos sueltos. Por ejemplo, acabar con los últimos obstáculos para que los países en este nuevo club que Bruselas denomina la “triple A” (Alemania, pero también Finlandia, Holanda, Austria y, aunque a regañadientes, Francia) acuerden los términos con los que se amplíe la ayuda para países en dificultades, a cambio de que dichos países con dificultades se comprometan a cumplir su parte.
Aún no podemos saber cómo reaccionarán nuestros socios ante el nuevo estatus de nuestro primer ministro cuando llegue a Bruselas, ni hasta qué punto afectará esto a las negociaciones en el Consejo Europeo. Pero una cosa sí es segura: la crisis política ha echado por tierra de un solo golpe todos los esfuerzos realizados hasta ahora. No importa si los social-demócratas [que ofrecen apoyo externo al Gobierno] tienen razón al castigar la forma en la que ha gestionado las cosas el primer ministro, abandonando su deber de informar y de negociar en el frente interno.
Teníamos un salvavidas al alcance. Hemos logrado la histórica proeza de elegir el naufragio. Queríamos evitar el destino de Grecia. Y ahora podría ser precisamente el destino inevitable que nos espera.