¡Qué difícil es ser verde!

¿Es compatible el estilo de vida occidental con el respeto por el medio ambiente? Difícilmente, según Süddeutsche Zeitung. Y votar por un partido ecologista no es suficiente para resolver una contradicción con la que viven cada vez más europeos, tal como demuestra el auge de los Verdes en Alemania.

Publicado en 4 abril 2011 a las 14:47

Claro que también se puede llevar el vidrio usado a los contenedores de reciclaje selectivo al volante de un Porsche Cayenne. Aun si este 4x4 de 290 caballos no sea precisamente un regalo para el medio ambiente. Es una verdadera aberración. Pero una aberración que asegura empleo estable a tiempo completo a cerca de 7.500 personas en la sede central del fabricante automovilístico, en Stuttgart.

El nuevo ministro-presidente de Bade-Wurtemberg [el verde Winfried Kretschmann], que durante la campaña electoral expresó su profundo deseo de que surgiera una industria automovilística “más eco-responsable”, ¿cerrará las fábricas de Porsche de la noche a la mañana? Sería coherente.

El hecho de que los Verdes se impongan en un bastión tradicional de la burguesía alemana de centro-derecha, consigan el 20% de los sufragios en las ciudades pequeñas y escalen hasta un 40% en las grandes urbes y en los centros universitarios significa que el movimiento verde se está convirtiendo en la expresión contemporánea de las contradicciones que embargan hoy a cualquier ciudadano occidental mínimamente ilustrado. Dicho de otra forma: ha llegado la hora de la hipocresía.

El malestar existencial de los contaminadores

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La ecología pone en cuestión los fundamentos del estilo de vida urbana actual: los desplazamientos para ir a la escuela, las idas y venidas entre el hogar y el trabajo, los viajes en avión, la abundantísima oferta de productos de consumo, la calefacción central, el agua caliente. Si la sociedad optara de forma efectiva y radical por la sostenibilidad, todo lo mencionado debería someterse a una profunda reducción.

La gente que ha empezado a tomar conciencia de la situación vota a los Verdes, aunque aún no esté preparada para renunciar por completo al tipo de vida moderna que ofrece el mundo occidental. Este estremecimiento histórico del panorama político no está relacionado unicamente a la lucha contra un proyecto de estación subterránea [en Stuttgart], o a la arrogancia de los democristianos, ni a la cuestión nuclear, sino que va más allá.

Tiene que ver, sobre todo, con una hipocresía estructural que consiste en vender, desde el seno mismo del modelo social existente, el “reverdecimiento” de nuestro estilo de vida como si se tratase de un paso crucial hacia un cambio global. Cuando en realidad se trata del esfuerzo que los pudientes, los instruidos y los liberales están poniendo, cada cual por su lado, en hacer las cosas un poco “mejor”, de manera más limpia, al tiempo que evitan el cargo de conciencia y delegan los grandes problemas de orden estructural en el partido ecologista. Los Verdes ya no son los marginales desorganizados de antaño. Hoy, todos somos "verdes".

El Señor contamina, la Señora recicla

El dilema aflora de forma más nítida que nunca en Bade-Wurtemberg. Por motivos respetables, muchos desean que los Verdes frenen la peligrosa espiral en la que se ha metido el mundo moderno. Se trata de gente que se plantea los límites del crecimiento en su vida cotidiana, pero que al mismo tiempo siente un gran alivio cuando ve que la economía despega tras la crisis.

La región de Bade-Wurtemberg debe su notable prosperidad a la industria. La química, por ejemplo, que no se preocupa mucho por la ecología, emplea a cerca de 100.000 personas en Bade-Wurtemberg y genera un volumen de negocio anual de 28 mil millones de euros.

He aquí una imagen aproximada de lo que sería nuestro estilo de vida si los Verdes fueran el partido mayoritario: el Señor trabajaría en Bosch, donde realizaría una actividad contaminante cualquiera —la compañía es el primer fabricante mundial de máquinas de envases y embalajes para bienes de consumo—, mientras que la Señora, contraria al proyecto Stuttgart 21 [el proyecto de la nueva estación en la ciudad], haría la compra en un supermercado bio, donde adquiriría deliciosos quesos ecológicos producidos en la región y un poco de vino de Apulia, evitando al máximo los embalajes.

Basta con acercarse a cualquier mercado biológico del mundo occidental para ver hasta qué punto la versión más inteligente y sostenible de nuestro estilo de vida se basa en los beneficios que nos reporta la prosperidad de nuestro entorno en términos de libertad.

El limitado alcance de la virtud

El fenómeno es especialmente flagrante en el barrio de Vauban, en Friburgo de Brisgovia . El vecindario recibió el nombre de un mariscal francés porque se trata de un antiguo acuartelamiento galo que, tras la salida de los militares, se transformó en una especie de barrio modelo para eco-ciudadanos.

En Vauban, los Verdes obtuvieron el 72,2% de los votos en las elecciones al Parlamento regional del domingo pasado. Los habitantes son todos ellos personas encantadoras, a quienes no les falta nada y que están bien protegidos por sus chaquetas Jack Wolfskin [marca alemana de ropa técnica deportiva]. Cualquiera que haya pasado alguna vez por el barrio de Vauban sabe qué aspecto tiene hoy en día la dulce subversión de la virtud.

Ciertamente, podríamos preguntarnos si no sería positivo que todo el mundo siguiera el ejemplo de Vauban. Sin embargo, ni aun en el caso de que los Verdes obtuvieran la mayoría absoluta, sería posible copiar el modelo. El estilo de vida eco-responsable cumple, con respecto a la sociedad, la misma función que las experiencias de periodistas del tipo “he vivido seis meses respetando el clima”, o las acciones como “apaguemos la luz durante una hora”, sabiendo que luego la volveremos a encender.

Las cosas pueden mirarse con benevolencia, por supuesto: la democracia requiere concesiones y los Verdes, por incoherentes que parezcan, podrían representar de todas formas una manera de corregir la huella del capitalismo. Además, al fin y al cabo, la acumulación de contradicciones es un signo de nuestro tiempo. Es posible que, visto así, el auge del partido Verde responda a la perfección a la época en que vivimos. Pero que nadie salga diciendo que el surgimiento de una nueva “derecha verde” es la victoria de una nueva honestidad intelectual.

Desde la República Checa

Los ecologistas no son -aún- populares

Una manifestación contra la energía nuclear como la que tuvo lugar el 20 de marzo en Neuenburg, una localidad alemana cercana a las fronteras de Francia y Suiza, no habría podido ocurrir jamás en la República Checa, observa Respekt. “Los rebeldes antinucleares y anticonformistas de principios de la década de los 80 habrían considerado la manifestación de Neuenburg como una expresión propia de la burguesía reaccionaria”, subraya el semanario praguense, que se pregunta por qué los Verdes son tan populares en Alemania, cuando en la vecina República Checa no llegan al mínimo necesario para entrar en el Parlamento. “Los vivos debates planteados por los Verdes alemanes acerca de los cambios de la sociedad en la modernidad” no saltaron la frontera del aislamiento de la Checoslovaquia comunista, explica Respekt. Los países de la Europa comunista “no vivieron las turbulencias de 1968, que cambiaron la mentalidad de gran parte de la sociedad occidental en la década de los 70”, Los checos no son filósofos, no han asistido siquiera a los debates sobre el holocausto atómico, ni al cuestionamiento de las teorías del progreso. Es una sociedad de ingenieros, que cree que cualquier problema tiene una solución técnica, lo cual explica, según Respekt, que el país sea un firme partidario de la energía nuclear. “En Alemania”, observa la revista, “los Verdes encuentran apoyo en una clase social que apenas acaba de nacer en Chequia”.

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