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El peligroso juego de los rescates

Tras Grecia e Irlanda, es el turno de Portugal de recurrir a la ayuda de la UE y del FMI. Sin embargo, mantener a un país endeudado con el dinero de otros países endeudados ¿será el fin del euro? Un columnista eslovaco no comprende a qué juega la UE.

Publicado en 14 abril 2011 a las 13:19

Al enterarme de que Portugal solicitaba la ayuda [del FMI y de la UE], tres cuestiones me han dejado sin aliento. La primera, la insostenible ligereza con la que ciertos políticos europeos mendigan y con la que otros políticos conceden sumas astronómicas sufragadas con fondos públicos. Por poner un ejemplo, la cantidad solicitada por el pequeño Portugal cubriría en un único pago los costes de construcción de 2400 nuevos kilómetros de autopistas (sirva para hacer memoria que nuestros dirigentes se cubren a sí mismos de elogios cuando anuncian 50 o 100 nuevos kilómetros en cuatro años).

Por otra parte, Portugal pide decenas de miles de millones de euros precisamente a otros países europeos, todos ellos igualmente endeudados. Y, ¿piensan ustedes que eso les incomoda lo más mínimo? Reflexionen. Ellos llegan incluso a preconizar un refuerzo del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF) con el fin de responder a otras eventuales demandas de países en quiebra. Las deudas quedan alegremente cubiertas por nuevas deudas. ¿Lo entienden? Yo no.

La segunda es la insoportable tendencia que tienen los países europeos de ser plenamente conscientes desde hace décadas de sus problemas sin haber puesto soluciones, sino, al contrario, habiéndolos agravado. Portugal, por volver sobre este asunto, fue el primero en transgredir el Pacto de Estabilidad desde 2001. ¿Qué ha pasado? ¿Las sanciones que se desprenden del Pacto de Estabilidad han obligado a que Portugal protagonice un retorno a la razón? En absoluto. El despilfarro ha continuado, aunque diez años más tarde, Lisboa no haya saneado su economía, sino, de hecho, haya quebrado. El incumplimiento de una norma no se castiga, sino que se tolera de buen grado, incluso si eso hunde a Europa un poco más. ¿Lo comprenden? Yo no.

Las deudas colosales de Europa hipotecan el futuro

La tercera cuestión está vinculada a las consecuencias insostenibles que las deudas colosales van a provocar en Europa. Los países europeos no se endeudan para invertir en educación, en investigación o incluso en ambiciosos proyectos prometiendo futuros reembolsos en forma de inversiones: el grueso de las deudas europeas proviene de un exceso de consumo, de prestaciones sociales desproporcionadas, de pensiones no contributivas, de un sector público hipertrofiado y, sobre todo, de un nivel de vida muy por encima de los recursos de millones de personas. Las deudas no se contraen por tanto en nombre de un futuro mejor, sino que lo hipotecan. Sin embargo, lejos de suscitar cualquier hostilidad, más bien se está de acuerdo con tenerlas. ¿Comprenden esto? Yo no.

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Portugal no discute la introducción de las reformas, acaba justamente de rechazarlas. Solicita 80.000 millones de euros. Y los tendrá. Su deuda, como en el caso de Grecia, no hará más que aumentar. No la reembolsará jamás y la deuda del resto de los países que financian este rescate aumentará simultáneamente. Ésta es la Europa de hoy en día — antaño de primer orden mundial — persuadida de que el sudor y las lágrimas pertenecen al pasado, y de que para garantizar su prosperidad basta con desplazar desde lo alto miles de millones ficticios de un FESF a otro. No tengo por costumbre comparar Bruselas con Moscú. No se parecen en nada. Pero temo, sin embargo, que la querida planificación central de los comunistas, desterrada en noviembre [de 1989], aparezca de nuevo por la ventana de la UE.

Una cooperación razonable no reside necesariamente en una moneda común

Sé que lo que está en juego en Europa es mucho más que el propio euro. Soy consciente de que la Europa carente de solidaridad ha sido con frecuencia una Europa belicosa. También sé que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y sus préstamos astronómicos tiene como objetivo salvar no únicamente a los tres países endeudados de la zona euro, sino también, sin duda, al proyecto europeo en su conjunto. Y ahí reside precisamente el quid del conflicto:

¿Se puede salvar la cooperación europea sustentándose sobre una idea que parece errónea? Dicho de otra manera, ¿no suponen una mayor amenaza para la paz y la prosperidad en Europa quienes imponen, a menudo en contra de la voluntad de naciones enteras, su sueño del Euro-Estado, que quienes desde el comienzo afirman que una cooperación razonable en el seno de Europa no reside necesariamente sobre una moneda común, ni sobre impuestos comunes, ni sobre un gran Ministerio de Economía omnipotente, sino sobre reglas de juego limpio y una competencia en la diversidad?

Tras el pequeño Portugal, le llegará el turno a la gran España y la gran Italia. Nos encontraremos entonces al borde de la desintegración de la zona euro. Detrás de ésta se perfila el escenario de regreso, hoy inimaginable, a la corona eslovaca. No son buenas noticias. Salvo una, con el fin de las euro-ilusiones se acabará también la huida hacia delante coronada de éxito que Eslovaquia mantenía frente a su propio vacío.

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