Logo alterado en la sede del Banco de Grecia en Atenas, abril de 2011.

Los que mueven la baraja

A pesar de una serie de feroces presupuestos de austeridad para calmar los mercados internacionales, Grecia vuelve a tambalearse al borde de la bancarrota. ¿Deben las democracias determinar su política económica según lo que puedan o no puedan desear unos cuantos miles de inversionistas?

Publicado en 10 mayo 2011 a las 13:31
Logo alterado en la sede del Banco de Grecia en Atenas, abril de 2011.

Antes, sólo los países menos desarrollados eran los que tenían que vivir bajo el poder de los caprichosos "mercados internacionales". Un ejemplo clásico de esta situación se produjo en 2003, cuando el nuevo Gobierno de Brasil, bajo la dirección de Luiz Inácio Lula da Silva, tuvo que dejar a un lado temporalmente su misión democrática y social y simplemente hacer lo necesario para que los inversionistas mantuvieran los precios de los bonos del país bajo control.

Pero ahora, el poder impredecible de los mercados se siente también en las áreas más prósperas del mundo. El Gobierno de Grecia y las autoridades de la eurozona acaban de darse cuenta de que el rescate que idearon hace un año no está funcionando, es decir, no ha permitido que Grecia vuelva a acceder a los mercados. El resultado del primero de los tres rescates no es un buen presagio para los paquetes de Portugal e Irlanda.

Las fluctuaciones de estos mercados constituyeron el elemento que desencadenó las crisis en primer lugar y lo que amenaza con generar nuevas crisis. Ahora nos estamos dando cuenta de lo que los países más pobres ya sabían: los inversores de bonos internacionales determinan en gran medida el margen de las decisiones que pueden tomar los Gobiernos democráticos. Y esas determinaciones están lejos de ser lo racionales que todos esperaríamos. Ahora es casi imposible saber qué va a funcionar y cuánto dolor y austeridad costará impedir un desastre.

Los mercados volátiles hacen que los Gobiernos cambien de objetivo

La lección no es que los Gobiernos deben mantener en orden sus asuntos financieros internos. Esto siempre ha sido así. La lección es que lo que determina que el país esté o no en orden, en el peor de los casos, es la serie de antojos y rumores sobre los que se basan los inversionistas para ganar el máximo de dinero posible. En principio, parece bastante lógico. La gente está prestando a nuestros Gobiernos una gran cantidad de dinero y tienen en cuenta el riesgo de que no se les devuelva. Hasta ahí es comprensible. Pero no es sólo eso.El motivo por el que los precios cambian con tanta frecuencia es que la gente mueve cantidades enormes de dinero para beneficiarse de los constantes movimientos propios del mercado. Con esto, la solidez de la política gubernamental queda relegada a un segundo plano.

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Parafraseando la famosa fórmula de Keynes, tomar decisiones de este modo es como observar las fotografías de 100 personas y tener que elegir a las favoritas según el atractivo físico. Pero en realidad, el objetivo no es ése, sino crear la lista en función de la lista que crea que harán otras personas con las mismas imágenes, sabiendo que el resto de personas está intentando lograr la misma proeza de abstracción. En tal situación, el pensamiento de grupo y el poder de los rumores prevalecen rápidamente y la evaluación independiente de los aspectos fundamentales pasa a ser algo menos importante.

El resultado final es que los mercados volátiles e inconstantes hacen que los Gobiernos cambien de objetivo, intentando determinar qué es aceptable para las personas que en realidad son sus dueños. De ahí el vaivén tortuoso con el que el Gobierno intenta enviar las "señales" adecuadas, y las mejores señales suelen ser la voluntad de recortar el gasto o aumentar los tipos de interés más que nadie, mientras las miles de personas que conforman "el mercado" deciden qué quieren decir.

¿Qué se puede hacer?

Si todo esto parece una forma demente de decidir cómo gestionar la civilización humana (si es que los humanos seguimos al mando), ¿qué se puede hacer? De momento, en el ámbito nacional, básicamente nada. Los manifestantes, a menos que estén dispuestos a aceptar el impago, en realidad no pueden exigir el fin de los recortes. Lo único que pueden demandar son más aumentos de impuestos. Los mismos gobiernos deben decidir cómo actuar para no arriesgarse en un acertijo con el que pueden satisfacer a los inversores o bien caer en el abismo de una "crisis de confianza". Por desgracia, así son las reglas del juego. Pero a largo plazo, las normas actuales de la economía internacional no son más naturales o inevitables que el anterior régimen del patrón oro y los controles de capital de hace sólo 40 años, al igual que ha ocurrido con cualquier otro sistema en la historia.

Tras la crisis de 2008, volvieron al orden del día de los debates la consideración de las cuestiones globales: el gobierno de los mercados globales, un "Nuevo Bretton Woods" o un tipo de cooperación que redujera la inestabilidad. Desde entonces, lo hemos ido dejando pasar. Y es un error. Es cierto que no existen soluciones sencillas y que no es probable que las principales potencias lleguen pronto a un acuerdo sobre estas cuestiones. Pero no es excusa para olvidarse de que siguen ahí. Nadie vio tampoco cómo se gestaban las crisis actuales en el mundo árabe, pero hubiera estado bien prestar atención a los problemas antes de que estallaran en las calles.

Por supuesto, los Gobiernos occidentales están en este momento ocupados, intentando salvar a la UE, para mantener el poder de Estados Unidos y asegurarse de que la economía británica sigue siendo importante por otros motivos además de la venta de baratijas de la boda real. Para juzgar si tendrán o no éxito, no hay que tener en cuenta la solidez de las políticas. Hay que analizar las notas sobre ellos que difunden los inversionistas de bonos.

Visto desde Grecia

Sin soluciones a la vista

El pasado 9 de mayo, la agencia de calificación Standard & Poor's rebajó de nuevo la nota de Grecia, signo de la inquietud de los mercados, mientras el país, estrangulado por su deuda, entablaba negociaciones para establecer un nuevo plan de apoyo financiero europeo. El primer ministro Yorgos Papandreu no dispone de soluciones para solventar el asunto de la deuda y sacar de la inercia al Gobierno, constata en portada el diario Ta Nea. En su cargo desde octubre de 2009, el socialista debe hacer frente a la sublevación de algunos de sus ministros: Andreas Loverdos (Sanidad) saltó a la palestra para reclamar una aceleración de las reformas y de las privatizaciones. El 11 de mayo, la canciller alemana Ángela Merkel, el presidente de la Comisión Europea José Manuel Barroso y el presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy se reunirán en Berlín. Durante esta "entrevista crucial", la troika debe abordar la lucha contra la crisis en la zona euro, precisa el diario.

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