Foto: Jessica Reeder

Vacaciones en la granja

Wwoof, una red mundial de granjas conversas a la agricultura biológica acogen anualmente a miles de voluntarios para echar una mano en las labores, a cambio de comida y cama. Lilian Maria Pithan probó la experiencia en Devon (Inglaterra).

Publicado en 14 agosto 2009 a las 16:55
Foto: Jessica Reeder

Prácticamente cuarenta años más tarde el movimiento WWOOF se ha extendido por todo el mundo. No importa si Mali o La Réunion, Estados Unidos o Chipre, casi todos los países están en la lista de granjas biológicas y cada día se unen más. La cuota de los miembros ha permanecido más o menos constante: 20 euros bastan para pasar las vacaciones en cualquier país una manera diferente. Entre cuatro y ocho horas al día ayudando a los granjeros en su trabajo diario bastan para procurarse alimentación y alojamiento. El resto del tiempo se está por cuenta propia conociendo los alrededores. Cuatro horas de escardar malas hierbas o limpiar de excrementos los establos merecen la pena por obtener las extraordinarias vistas de los Pirineos franceses o de las cataratas del Niágara.

Viviendas alternativas y viaje de experiencias entre la espesura inglesa

Durante mi primera experiencia haciendo WWOOFing me encuentro con Roy, que vive en un carromato salvajemente romántico y verde con vistas a los extensos bosques de alrededor. Un huerto de verduras, dos hornos abiertos, una ducha al aire libre confeccionada por él mismo y las mejores frambuesas de toda Inglaterra completan la imagen. Gracias a mi presencia hay Dhal indio y tortilla española. También el obligatorio desayuno frito está incluido. Cuando el sol no luce no hay corriente ni agua caliente. Para ello debo ir a la piscina municipal de la ciudad de provincias más cercana, me dice Roy. A pesar de ello, este idílico paisaje inglés se llama Waterland. La fuente junto al gran campo hace tiempo que se secó, ¿pero por qué hay también bombas? Cuando se las puede reparar, la vida es un juego de niños. Sigo prefiriendo el mar meridional de Inglaterra, no importa lo frío que esté.

La primera vez que oí hablar del proyecto WWOOF, acababa de hacer selectividad y quería ir al extranjero a cualquier precio. Como mi cuenta estaba vacía, no podía contar con unas vacaciones normales, así que tuve que recurrir al WWOOFing. Con un pantalón y un par de camisetas en la mochila me dirigí en el verano más caluroso en muchos años a la Provenza para cultivar un huerto de verduras en una granja en la montaña. Un par de días más tarde y muchas picaduras de mosquito después ya me había adaptado al microcosmos de la granja bio completamente. La despedida tras tres meses fue comprensiblemente dura y ya planeaba tras mi llegada a Alemania el siguiente viaje. Debía ir a Inglaterra, a Devon, Cornualles y Somerset.

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A pesar del prejuicio general, los biogranjeros son en su mayor parte personas muy inteligentes y dinámicas, que han descubierto más bien por casualidad su amor al cultivo de verduras. Además de antiguos economistas y managers de empresas, he conocido a profesores de universidad y microbiólogos que en algún momento de sus vidas abandonaron sus respectivas carreras para dedicarse al cultivo de patatas. Probablemente el traslado al campo supone una vida mejor, a la que puedo acostumbrarme enteramente.

Después de media hora más me atrevo a preguntar tímidamente si los tejones aparecerán hoy. Roy me hace una seña para que permanezca en silencio. Mi voz espanta a cualquier animal. La lámpara hace tiempo que se apagó y me estoy congelando. Media hora más tarde estamos sentados en el carromato y comemos Dhal. En el intervalo no sólo me he reído de Roy a placer, sino que he aprendido a reconocer algunas constelaciones. Dos días más tarde, ya en Cornualles, recibo un SMS: Seen a badger yesterday. When are you coming back? -Avistado un tejón ayer ¿cuándo vuelves?- Desde entonces he estado algunas veces allí. Nunca he visto un tejón. Pero probablemente sea sólo una buena excusa para calzarme las botas de goma cuando me apetezca.

Lilian Maria Pithan. Traducido por Luis González Vayá

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