Tras Oslo, el reto es la diversidad

Los ataques de Oslo y Utøya han causado un gran impacto entre los noruegos. En opinión de un editorialista rumano, para la UE constituyen un llamamiento hacia una auténtica política de diversidad.

Publicado en 3 agosto 2011 a las 15:04

Sabemos que los noruegos se comportan de un modo distinto, que votan sistemáticamente contra la adhesión de su país a la Unión Europea, no sólo porque juegan con ventaja respecto a los recursos naturales que les garantizan ingresos más elevados, sino también porque poseen una cultura más "aislacionista". Miran hacia Bruselas, asisten a los mismos debates sobre el mercado único, ven siempre las mismas imágenes de los dirigentes que se dan la mano, hacen promesas mutuas y, de vuelta a su país, sufren un ataque de amnesia y censuran a Bruselas por sus fracasos.

Entonces, los noruegos, un pueblo al que le gustan las cosas y las decisiones claras, correctas y eficaces, se plantean la siguiente cuestión: ¿cómo comprender lo que ocurre en Bruselas? Desde esta perspectiva, la masacre sucedida en Oslo y en la vecina isla de Utøya es un hecho significativo no sólo para Noruega, sino también para la UE. Para Noruega, debería ser una llamada de aviso que le indique que ya no puede seguir por la vía del "aislamiento espléndido" y que el multilateralismo mecánico no puede suplir una participación totalmente ligada a la gestión de las interdependencias mundiales.

En cuanto a los Estados miembros de la UE y sobre todo a las instituciones comunitarias de Bruselas, tienen el deber de dejar de dudar y de crear una construcción europea más sólida y eficaz, necesaria no sólo a juzgar por las lecciones aprendidas con la reciente crisis financiera, sino también tras las graves consecuencias de la actual crisis política y moral de nuestro continente.

Es cierto que la diversidad trae un potencial conflicto

Somos 27 Estados en la Unión Europea, más de 500 millones de personas, decenas de naciones, que hablan decenas de idiomas, con costumbres y culturas nacionales, pero también regionales y locales. Incluso la mayor nación de la UE tan sólo constituye una minoría con respecto a la totalidad de los ciudadanos europeos y cada individuo ilustra una diversidad que representa una de las bases de la construcción europea emprendida por Schuman y Monnet. Sin embargo, es cierto que en esta diversidad reside también un potencial de conflicto que debe tratarse debidamente. No en vano, el continente europeo es conocido por haber sido el desencadenante de las conflagraciones mundiales más desastrosas del siglo pasado.

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Y ahora, a comienzos del siglo XXI, constatamos que el torbellino de la globalización, de las tecnologías de las comunicaciones, de la libre circulación de los bienes y las personas, de las evoluciones demográficas y de los flujos migratorios internacionales nos plantean el desafío de gestionar una diversidad más grande que la diversidad "clásica" europea.

Esta situación con frecuencia genera confusión, actitudes desesperadas y disfunciones no sólo en el ámbito institucional, sino también en las manifestaciones de los individuos. Por ello, la gestión de la diversidad debe ser una preocupación seria y diaria para los Gobiernos y las autoridades locales de los Estados miembros de la Unión, así como para la UE.

El despertador de Bruselas ya ha sonado

Hace dos años, cuando Suecia ocupaba la presidencia de la UE, incluyó en el orden del día el Programa de Estocolmo, dedicado a la Justicia y a los Asuntos interiores. Entre sus ambiciones se encontraba la de conferir "derechos, responsabilidades y oportunidades comparables" a todas las personas, inmigrantes o no. Posteriormente, el Consejo Europeo de diciembre de 2009 estableció una serie de medidas que debían aplicar los Estados miembros. Por su parte, éstos desarrollaron estrategias nacionales y locales de integración, antirracistas o de gestión de la diversidad, cuya aplicación debía ser vigilada y evaluada.

En lugar de la aplicación de estas estrategias, hemos asistido a la multiplicación de los discursos nacionalistas y xenófobos y a la proliferación de ciertas corrientes políticas que dábamos por desaparecidas. Todo ello en nombre de la democracia e incluso del refuerzo de la identidad europea. En Oslo, el despertador también ha sonado para que Bruselas reaccione.

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