¿Está convirtiendo Viktor Orban a Hungría en un régimen al estilo chino?

El modelo es Pekín

La polémica ley de medios de comunicación de Viktor Orban entró en vigor plenamente en julio. Un mes después, el resultado que arroja son despidos masivos de periodistas críticos y la acusación de que el jefe de Gobierno está obligando a los medios de comunicación a alinearse con él.

Publicado en 4 agosto 2011 a las 16:13
¿Está convirtiendo Viktor Orban a Hungría en un régimen al estilo chino?

Si los despidos no están motivados políticamente y no son un intento de deshacerse de los editores no deseados… Entonces, ¿mienten los periodistas húngaros despedidos que se quejan de que el Estado les puso en la calle por ser excesivamente críticos?

Desde su oficina en Budapest, la portavoz de la MTVA estatal, una nueva y compleja estructura que se autodenomina Servicio de Apoyo a los Medios de Comunicación y Fondo de Gestión de Recursos (Media Service Support and Asset Management Fund), habla dulcemente y sonríe mucho. Pero al oírlo se le borra la sonrisa de la cara. "Quienquiera que haga tal acusación debe estar dispuesto a respaldarla identificándose".

Los más de 550 periodistas y empleados de los medios públicos que recibieron en julio su finiquito estarían muy contentos de poder hacerlo. Muchos de ellos querrían defenderse, consignar sus nombres y pedir responsabilidades o, al menos, una explicación. Únicamente resulta que existe una cláusula en letra pequeña en sus contratos…

Si alguno de ellos habla sobre sus relaciones de trabajo sin el permiso de su empleador, se desvanecen todos los pagos de indemnizaciones por despido. Un padre o madre de familia, con uno o dos hijos a su cargo, se lo pensaría seriamente antes de arriesgarse. Y por eso, oficialmente, todos los periodistas guardan silencio; aunque tiene mucho que decir.

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Los mejores estaban entre los despedidos

El 5 de Julio, llamaron por teléfono a un silencioso hombre canoso – digamos al señor A – para decirle que al día siguiente acudiese a su lugar de trabajo a las diez de la mañana. Tras la llamada, se le envió un correo electrónico que confirmaba que el mensaje había llegado a su destinatario.

Ese fue el primer paso de una oleada de despidos masiva, y el señor A simplemente uno más. Al día siguiente, tal y como relata el señor A, llegó al trabajo y ya estaban esperando en el hall otros cuatro compañeros. Se les fue llamando uno a uno, y cuando salían llevaban en la mano bien un papel, bien un sobre. "El sobre grande significaba: ha llegado tu hora” explica el señor A. "La hoja de papel: has tenido suerte”. El papel era un nuevo contrato de trabajo, firmado bajo la atenta mirada de los jefes.

El señor A era el tercero. Ninguna conversación duró más de cinco minutos. Según entró, tres personas se le sentaron enfrente. Él no las conocía. "Como sabe, estamos realizando una reestructuración y desafortunadamente…". El señor A ya sabía lo que venía después. Cogió su sobre y se marchó. Todo el día se repitió esa situación. “No era humano”, afirma el señor A.

Que a quienes les afecten los despidos directamente consideren que se les ha tratado de manera injusta no llama la atención. Que los compañeros que sigan trabajando se hayan quedado mudos… eso sí resulta extraño. Según dicen, los mejores estaban entre los que acabaron en la calle. No cabe ninguna duda de que los despidos se usaron para deshacerse de periodistas incómodos.

Falsificadores de noticias ascendidos

Entre los despedidos, ganadores del Premio Pulitzer húngaro, moderadores muy conocidos en toda Hungría, y también talentos emergentes avalados con premios. Se ascendió a periodistas que podían hacerse cargo de los boletines informativos rápidamente, a pesar de que anteriormente la mayoría habían estado más familiarizados con el formato de los tabloides. O a editores como Daniel Papp, de 32 años, antiguo portavoz de prensa del partido radical de derechas, el Jobbik, quien recientemente falsificó un informe sobre políticos ecologistas y sobre el crítico de Orban Daniel Cohn-Bendit [europarlamentario europeo].

En dicho informe, a Cohn-Bendit se le preguntaba si creía que el acoso sexual a niños quedaba recogido entre los derechos fundamentales europeos. Cohn-Bendit respondía con detalle al periodista – pero en el informe parece que el político abandona la sala sin decir una palabra. A Papp no se le despidió. Se le ascendió a director de la mayor redacción de informativos.

El canoso señor A no niega que fuese necesario despedir a gente. La radiodifusión pública húngara es un aparato sobredimensionado y muy costoso, que capta poca audiencia y está asediada por la ineficiencia, la corrupción y los problemas financieros – así como más de 3.000 empleados. Desde que se aprobó la ley de medios de comunicación anterior, en 1996, ningún Gobierno había hecho ningún esfuerzo para mejorar su estructura – o para alejarse del partidismo político. Ni siquiera los socialistas.

Ahora Viktor Orban ha cogido el toro por los cuernos, tal y como los agarra siempre: aprovecha una queja genuina para promover su ideología. En abril de 2010, su partido Fidesz obtuvo dos tercios de la mayoría del Parlamento, y, desde entonces, Orban ha sentido la llamada de difundir su ideología de "unidad nacional" por toda Hungría. Ha conseguido que se apruebe una nueva Constitución, ha debilitado al tribunal constitucional, y ha llenado la mayoría de las instituciones con gente de su cuerda. De esta manera su poder continuará irradiándose hacia fuera incluso una vez que deje de ganar elecciones.

"Orban ha construido el baluarte más peligroso contra sí mismo"

En invierno, se encargó de promover la ley de los medios de comunicación, que entró plenamente en vigor en julio, y que disuelve las arcaicas estructuras de radiodifusión. Todos los periodistas de los cuatro canales públicos se encuentran sometidos a la MTVA. Toda la producción y la programación se subcontratará de manera centralizada desde la MTVA, que también producirá las noticias para todos los canales a través de su propia agencia.

¿Y el sector privado? Dos de las emisoras consideradas críticas con el Gobierno no saben si les renovaran las licencias o en qué términos les serán renovadas. Desde hace algún tiempo no reciben ningún contrato de publicidad del Estado.

Un lluvioso día de verano en Budapest, se reúnen varias decenas de periodistas, casi todos despedidos. Miran con recelo a quienes, a pesar de conservar todavía su puesto de trabajo, acuden. ¿Lo hacen como un acto de solidaridad? ¿O quizá hay algún topo que redactará posteriormente un informe? Un joven reportero está orgulloso de que le hayan despedido, porque eso le confirma que estaba haciendo las cosas bien. Señala al grupo de periodistas despedidos, se ríe y afirma: “Son de los mejores. Al despedirlos, Viktor Orban ha construido el baluarte más peligroso que pueda existir en contra de su persona".

Y suma y sigue. La próxima tanda de despidos llegará en septiembre. Esta vez, afectará a unos 400 trabajadores.

Desde Budapest

Los húngaros añoran a Matías Corvin

La polémica que rodea la ley de medios seguía latente cuando, a comienzos de agosto, el primer ministro conservador húngaro, Víktor Orban, anunciaba su intención de querellarse contra el Gobierno anterior (liderado por los socialistas) por hinchar la deuda pública desde el 53% del PIB hasta el 80% entre 2002 y 2010. Por ello los húngaros, según Attila Mong, redactor de la webKomment.hu, están muy decepcionados con el Ejecutivo contra el que votaron hace un año. “Tras la caída del comunismo, la gente creyó que la anarquía iba a desaparecer. Pero su sentimiento es que los políticos húngaros de ayer y de hoy trabajan solamente en su propio beneficio”.

Así, aprecia Mong, los ciudadanos creen que el Gobierno actual “debería rendir cuentas por promulgar leyes severas y controvertidas y por ocultar la verdad” sobre la deuda pública. Nada nuevo, teniendo en cuenta que los húngaros “sueñan con un líder similar al rey Matías Corvin”. Pero Corvin El Justo, que reinó durante el siglo XV y cuyo recuerdo es omnipresente en todo el país, “murió hace ya mucho tiempo”, recuerda Attila Mong.

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