Transmitida directamente a su casa. Amanecer en el Sáhara tunecino. (Imagen: Fif')

¿Energía africana para Europa?

En las últimas semanas se han presentado dos proyectos de producción de energía a gran escala: la construcción de la mayor planta solar y la de la mayor presa hidroeléctrica del mundo. Ambos proyectos se llevarían a cabo en África, pero la energía producida se exportaría a Europa. El diario británico The Independent sopesa los pros y los contras de estas dos ambiciosas iniciativas, cuyos detractores tildan de abuso colonialista.

Publicado en 25 agosto 2009 a las 15:47
Transmitida directamente a su casa. Amanecer en el Sáhara tunecino. (Imagen: Fif')

¿Dónde?

La planta solar de Desertec se ubicaría en Marruecos y el Sáhara argelino. La presa, en el río Congo. Ambos proyectos comparten la intención de exportar la mayor parte de la energía, desde los países pobres en los que se produciría, a países más desarrollados. En el caso del Sáhara, Europa sería la principal beneficiaria. En el caso del Congo, la electricidad llegaría a Sudáfrica y a Europa, así como a los productores mineros extranjeros de la República Democrática del Congo.

¿Cómo funcionarían?

Los responsables del proyecto Desertec señalan que la radiación solar que llega al Sáhara en seis horas serviría para garantizar el suministro eléctrico europeo durante todo un año. Debido a las dificultades para aprovechar, almacenar y transportar la energía, las previsiones son mucho más modestas: producir el 15% de las necesidades de suministro eléctrico europeo. La presa de Inga en la República Democrática del Congo tendría una capacidad de 40.000 megavatios, el doble que la presa china de las Tres Gargantas y más del doble de la capacidad de toda Sudáfrica, cuyo sector energético no atraviesa un buen momento. La del Sáhara sería una planta de concentración de energía solar. Esta novedosa tecnología utiliza una gran cantidad de espejos que captan calor, con el que se produce vapor para impulsar las turbinas. La electricidad generada de este modo se transportaría por el Mediterráneo a Europa a través de cables submanrinos de alta tensión. En el caso de la presa, la energía de las cataratas de Inga se aprovecharía mediante turbinas; la electricidad producida llegaría hasta lugares tan remotos como Sudáfrica, Nigeria, Egipto y Europa meridional.

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¿Cuánto costaría?

El coste de los proyectos está estimado en 400.000 mil millones de euros y 80.000 mil millones de dólares respectivamente, suponiendo que se ciñan a lo presupuestado. El proyecto sahariano cuenta con el apoyo de una docena de financieros e industriales, alemanes principalmente, entre los que se encuentra la conocida multinacional Siemens. Los factores de riesgo son numerosos y van desde la inestabilidad política del Magreb a la posibilidad de que se instale un conflicto interminable en la República Democrática del Congo, pasando por las tormentas de arena y los costes que supone disponer de agua en el desierto, algo indispensable para el mantenimiento de los paneles solares y la refrigeración de las turbinas.

¿Por qué compran electricidad los países desarrollados al Tercer Mundo?

Principalmente porque en Europa no tenemos fuentes de energía equivalentes al desierto del Sahara o a las cascadas del Congo. A esto hay que añadir lo difícil que les resulta a los gobiernos y a los inversores privados sacar adelante proyectos sobre energías renovables en Europa. En algunos países, como por ejemplo en Portugal, se han generalizado los parques eólicos, pero en otros, como en el Reino Unido, los grandes proyectos chocan con la opinión pública. El Sáhara está relativamente cerca, está poco poblado y tiene un grado de insolación óptimo.

¿En qué se beneficiará Europa?

En Europa la cuestión energética tiene una importancia estratégica. La mayoría de los gobiernos tratan de reducir su grado de dependencia con respecto al gas ruso y cambiar una situación que, para algunos, confiere mucho poder a Moscú. Muchos gobiernos han apostado por la energía nuclear pero sin ser del todo sinceros sobre el tiempo que llevará —unos 20 años— disponer de reactores de nueva generación. Además, se pretende reducir para el 2050 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 80% con respecto a los valores registrados en 1995.

¿En qué se beneficiará África?

Según el Banco Mundial, el proyecto Grand Inga podría suministrar energía eléctrica a 500 millones de hogares africanos y resolvería de un golpe la crisis energética de Sudáfrica, una crisis que ha llevado a la mayor economía del continente a sufrir apagones de varios días. Si el proyecto funciona, también podría responder a las necesidades energéticas del sector minero de Katanga (República Democrática del Congo), dar suministro a Namibia y subsanar el déficit energético de Nigeria. Basta con echar un vistazo a las imágenes de satélite para darse cuenta de que África sigue sumida en la edad de las tinieblas. Menos del 30% de los hogares africanos tienen suministro eléctrico; en muchos países, la cifra no llega al 10%.

¿Por qué tanta polémica?

Según un informe de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) publicado esta semana, la población africana asciende a mil millones de personas. A pesar del proceso de urbanización, la mayoría no vive en ciudades y no tiene acceso a los servicios de primera necesidad. Hay quien considera que exportar la energía eléctrica de África para uso y disfrute de las empresas y consumidores europeos es un atropello. En un mercado energético abierto los africanos tendrían que competir con los europeos, mucho más ricos, por una electricidad producida a partir de sus recursos naturales. A la vista de los escasos beneficios que ha obtenido la gente de a pie de la explotación de recursos petrolíferos y minerales en ocasiones anteriores, hay quien considera los nuevos proyectos como un abuso. Por último, no nos olvidemos del cambio climático, el continente africano es el que menos contribuye a dicho fenómeno, pero el que más lo sufre. Los detractores de los macroproyectos defienden que los miles de millones de euros se destinen a solucionar este problema y no a subvencionar, de manera solapada, a las multinacionales occidentales.

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