El puente Adolfo de Luxemburgo, al anochecer.

En El Dorado europeo no todo brilla

Registra el PIB per cápita más alto del mundo, al igual que la mayor deuda externa per cápita, y el índice más bajo según la clasificación Happy Planet Index. Pero ante todo, no desea que cambie nada. Realizamos una visita a la capital europea de la autocomplacencia, inmersa en deudas.

Publicado en 23 agosto 2011 a las 13:45
El puente Adolfo de Luxemburgo, al anochecer.

En el oscuro interior de Europa se encuentra una nación podrida hasta el corazón. Es famosa por ser un paraíso bancario secreto, en el que el líder norcoreano Kim Jong II supuestamente ha amasado miles de millones de dólares, y su economía está ligada a los caprichos de los veleidosos mercados monetarios globales. La deuda externa per cápita del país es 84 veces superior a la de Estados Unidos (alrededor de 3,76 millones de dólares o 3,31 millones de euros por cada hombre, mujer y niño).

La democracia es de chiste, socavada por una jefatura de Estado hereditaria y no elegida que no sólo puede disolver el Parlamento, sino que además designa a algunos de sus miembros. Los asediados ciudadanos se preocupan por la sostenibilidad de su país, cada vez más frágil, algo que no es sorprendente dado que los extranjeros conforman el 44% de la población. El equivalente a otro 25% invade el país a diario simplemente para realizar su trabajo.

¿Dónde se encuentra el núcleo de la infección de la Unión Europea, del cáncer del continente? ¿En Grecia? ¿En los Balcanes? No exactamente. Observen al Gran Ducado de Luxemburgo, con 503.000 habitantes, un diminuto punto en el mapa entre Bélgica, Francia y Alemania.

Los ciclistas y los senderistas sin duda consideran este bucólico país como un paraíso verde, con sus onduladas montañas verdes y sus exuberantes prados. Y los banqueros pueden maravillarse ante su espectacular riqueza: Luxemburgo registraba el PIB per cápita más alto del mundo, de 108.832 dólares en 2010.

Recibe lo mejor del periodismo europeo en tu correo electrónico todos los jueves

Pero hay algo que no funciona. Los tristes luxemburgueses, que obtienen una puntuación más baja que los demás países europeos menos uno según la clasificación HappyPlanetIndex (se sitúan al mismo nivel que Sudán, un país asolado por la guerra), consumen más cigarros y alcohol y su índice de impacto medioambiental per cápita es superior al de cualquier otro país. Y aún así, su lema nacional es "Queremos seguir así".

"Aquí nunca se pelean"

Por ello quise averiguar algo: ¿podría este pequeño ducado amante de la juerga albergar el secreto de las fuerzas oscuras que están desgarrando actualmente a Europa?

Llegué un claro día de verano y las tranquilas y limpias calles de la capital de Luxemburgo, llamada con creatividad Luxemburgo, parecían bastante idílicas. La única ocasión en la que noté una cierta sensación de abismo fue cuando miré hacia abajo desde el elegante puente Adolfo de piedra y observé el escarpado y frondoso desfiladero que corta la ciudad.

Una banda de música militar de 18 integrantes estaba tocando "Come Fly With Me" en el centro de la ciudad, mientras observaba cómo entraban y salían de las tiendas de lujo personas bien vestidas, en el extremo de la encantadora ciudad antigua. A lo lejos, una serie de bancos de inversión brillaban al sol, blindados con modernos exteriores reflectantes.

Estuve paseando hasta que entré en un elegante bar en el que se escuchaban ritmos pegadizos en la Rue de la Boucherie, la calle más de moda de la ciudad antigua, el tipo de local en el que, según me comentaba el camarero, se citaban los banqueros para beber grandes cantidades de alcohol los fines de semana.

Panagiotis Meidanis, un camarero de 18 años con un elaborado tupé, me explicó que una botella de whisky en Luxemburgo cuesta la mitad que en su Grecia natal, donde la gente gana mucho menos que el sueldo medio local de aquí, sobre todo ahora. "Cuando cerramos por la noche los fines de semana, siempre quieren más", contaba Meidanis de sus clientes. "Pero por algún motivo, aquí nunca se pelean".

Un país de comercio y banca

Pero al fin y al cabo ¿qué podía saber él? Tenía que encontrar a un auténtico luxemburgués. Entonces me reuní con GeorgesHausemer, que ha publicado una de las pocas novelas destacadas en el idioma nativo, el Lëtzebuergesch. La novela de 1998 de Hausemer, Iwwer Waasser (A flote), relata la historia de un matrimonio roto, ambientada en el mundo de la banca y que el autor describe como un "retrato en miniatura" de la sociedad luxemburguesa.

Pero cuando le pregunté si su parte personal de la deuda externa de 3,76 millones de dólares le quitaba el sueño, me dijo: "¿Eso es verdad? Aquí nadie habla de eso". "Estamos un poco perdidos". Me habló de las invasiones de los idiomas "extranjeros" (el francés se utiliza oficialmente, mientras que el alemán y el inglés son más habituales en círculos empresariales) y de culturas distantes. El resultado final, comentó, es un país de comercio y banca que "está perdiendo todo lo demás".

Para comprender mejor la razón de ser del Luxemburgo actual, localicé a Igor, un banquero de treinta y tantos años vestido pulcramente, que accedió a hablar conmigo con la condición de que no mencionara su apellido ni la empresa para la que trabajaba. Igor me comentó el sturm und drang (tormenta y pasión) que causó la crisis financiera de 2008 a su pobre país.

"Con toda la ayuda del Estado"

Lamentaba que el mercado inmobiliario local siguiera estando por debajo de sus niveles máximos y lo que era peor, que el Gobierno introdujera una subida del impuesto sobre la renta para responder a la crisis financiera. "¿De cuánto ha sido el aumento del impuesto sobre la renta?", le pregunté horrorizado. "Bueno, sólo ha sido un pequeño porcentaje", me dijo. (Para las rentas más altas, el impuesto aumentó un 1%). ¿Por qué soportar estas penurias? "Por la calidad de vida aquí", comentó Igor, mientras se subía a su elegante sedán deportivo plateado. "Debe ser lo mejor que puedes tener, sobre todo con toda la ayuda del Estado".

Pero quizás estaba hablando con el tipo equivocado de persona. Tenía que encontrar a la juventud desencantada del país, sus futuras tropas de asalto para hacer posible el cambio. Antes de llegar al ducado, me había puesto en contacto con su artista contemporáneo más conocido, el joven y triunfador cineasta MaxJacoby.

Pero resultó que vivía en Londres. Me contó por correo electrónico que ya no podía imaginarse seguir viviendo en Luxemburgo porque hacía que se sintiera "a disgusto" y que después de una breve estancia, quería salir del país. "¡Vaya!", pensé. "Aquí tenemos a un joven revolucionario en ciernes, obligado a exiliarse por su visión creativa".

Jacoby me habló de las soporíferas comodidades de su país natal. Me describió un lugar en el que los profesores escolares con experiencia podían ganar hasta 100.000 dólares al año. "¿Por qué ser un hambriento artista", comentó, "cuando puedes ganar un sueldo espectacular enseñando el alfabeto?". Y al final llegué al origen de su frustración: "No se pueden encontrar restaurantes chinos auténticos", se quejó, "y ni un solo restaurante coreano".

"Queremos ser tan ricos como ahora"

Por último, decidí adentrarme directamente en las entrañas de la bestia. Para ello me reuní con LucienThiel, ex director de la Asociación de Bancos y Banqueros y actualmente activo miembro del Parlamento. Para mi sorpresa, parecía menos un poderoso banquero y más un amable Santa Claus.

Le pregunté cómo se había llegado a la situación actual. Y si esta locura podía proseguir de forma indefinida. Nos sentamos y me habló del origen del éxito económico de Luxemburgo: comenzó con la minería del acero y evolucionó hasta la banca especializada. Actualmente, me comentó, Luxemburgo ocupa la segunda posición después de Estados Unidos en fondos de inversión.

¿Y qué me podía decir de la abrumadora deuda? Thiel insistió en que no constituía ninguna amenaza para Luxemburgo, ya que realmente ha dejado de tener importancia económica. Me rasqué la cabeza con perplejidad. "No es que no seamos tan productivos, sino que tenemos esa gran cantidad de dinero que administrar y grandes ganancias inesperadas", comentó Thiel con un guiño.

Pero le dije que seguro que había algo que le preocupara. Entonces su sonrisa se desdibujó ligeramente. "Me preocupa que tengamos una calidad de vida tan buena que lleguemos a considerarla un regalo de Dios y que nos acomodemos demasiado". "Si le pregunta a la gente qué quieren que permanezca igual", comentó Thiel, "le responderán: queremos ser tan ricos como ahora".

¿Te ha gustado este artículo? Nos alegra mucho. Se encuentra disponible para todos nuestros lectores, ya que consideramos que el derecho a la información libre e independiente es esencial para la democracia. No obstante, este derecho no está garantizado para siempre, y la independencia tiene su precio. Necesitamos tu apoyo para seguir publicando nuestras noticias independientes y multilingües para todos los europeos. ¡Descubre nuestras ofertas de suscripción y sus ventajas exclusivas y hazte miembro de nuestra comunidad desde ahora!

¿Eres un medio de comunicación, una empresa o una organización? Consulta nuestros servicios editoriales y de traducción multilingüe.

Apoya el periodismo europeo independiente

La democracia europea necesita prensa independiente. Voxeurop te necesita a ti. ¡Únete a nosotros!

Sobre el mismo tema