El centro comercial "Artizan" en Dumbarton, Escocia, cuya venta causó a la República de Irlanda pérdidas de 14,5 millones de euros.

La locura de un país tras la quiebra

¿Cómo se puede obligar a los ciudadanos a pagar 15 millones de euros por un centro comercial en un país extranjero mientras ven cómo se acaban sus propios servicios sanitarios por restricciones presupuestarias? Así es la absurda situación que viven ahora los irlandeses, expone un columnista.

Publicado en 1 septiembre 2011 a las 13:43
Eddie Mackinnon  | El centro comercial "Artizan" en Dumbarton, Escocia, cuya venta causó a la República de Irlanda pérdidas de 14,5 millones de euros.

Lo que ha ocurrido con esta crisis no es que el Estado haya estallado. Más bien se ha dividido en dos. Tenemos dos Estados paralelos, cada uno con su propio idioma y valores.

El primer Estado es el país de la Agencia Nacional de Gestión de Bienes o NAMA (*), un reino demente cuyos súbditos disponen de recursos infinitos. Las cifras que se barajan en el reino de la NAMA son tan inmensas que literalmente escapan a la razón. Veamos cómo funciona este lugar con un ejemplo concreto.

Nos situamos en Dumbarton, una pequeña población en el río Clyde, al oeste de Escocia. Es un lugar que únicamente nos suena por el soporífero zumbido de nombres monótonos al final de los resultados de fútbol: Stenhousemuir, Brechin, Forfar, Dumbarton. Tiene un centro comercial compuesto por bloques de hormigón de los años sesenta, entre cuyos inquilinos se encuentran, para su información, establecimientos como Peacock’s, New Look y Bonmarché. ¿Por qué les cuento esto? Porque este centro comercial en Dumbarton recientemente nos ha costado, a ustedes, a mí, a nuestros hijos, casi 15 millones de euros.

Casi 15 millones por 11.000 metros cuadrados

Esto es lo que ocurrió. Una empresa promotora británica, Vico, restauró y amplió el centro comercial y lo vendió a un inversor privado por 4,5 millones de euros. El inversor privado lo vendió posteriormente a Jermon, una empresa de Irlanda del Norte, por la asombrosa suma de 20 millones de euros. Jermon quebró y el mes pasado, el grupo La Salle de gestión de inversiones con sede en Londres compró el centro de Dumbarton por 5,5 millones.

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Habrán advertido que este complejo en ningún momento fue propiedad de alguien en la República de Irlanda. La propiedad pasó de Escocia a Irlanda del Norte y de ahí, a Inglaterra. Pero Jermon pidió prestado el dinero para comprar el centro de Dumbarton a Anglo Irish Bank, Allied Irish Banks y al Bank of Ireland. Sin embargo, casi seguro que la fuente de ese dinero en última instancia era un banco alemán, francés o británico. Los bancos irlandeses en su fase maníaca fueron el medio con el que los camellos continentales alimentaban el hábito de un promotor del Reino Unido.

Sin embargo, la NAMA eliminó los préstamos de los libros contables de los bancos y luego vendió el centro por 5,5 millones de euros, lo que supuso una pérdida de 14,5 millones. De una forma u otra, ya sea por lo que pagó la NAMA directamente por los préstamos o por el capital que inyectamos a los bancos para rellenar los agujeros de sus balances, los contribuyentes normales han soltado casi 15 millones de euros simplemente para deshacerse de 120.000 pies cuadrados (unos 11.100 metros cuadrados) de tiendas en una pequeña población escocesa.

Un servicio básico al borde del colapso

Así pues, tenemos un Estado que efectivamente está pagando a una empresa de inversión en Londres millones de euros para librarnos de un centro comercial escocés. El dinero literalmente no significa nada, ha desaparecido. Y luego tenemos otro Estado, que aún se llama Irlanda, en el que 15 millones es una auténtica barbaridad de dinero.

De nuevo, observemos un ejemplo concreto. En la otra Irlanda está sucediendo algo realmente horrible. Uno de los principales hospitales del país, Tallaght, está a punto de cerrar sus puertas a los pacientes de accidentes y urgencias. La semana pasada, la Autoridad de Calidad e Información Sanitaria puso de plazo hasta el jueves para que el hospital de Tallaght dejara de colocar a los pacientes de urgencias en carritos por los pasillos. El juez de instrucción del condado de Dublín ha descrito el hospital como “un lugar muy peligroso para cualquiera y más para un paciente enfermo”. Un servicio social básico para medio millón de ciudadanos está al borde del colapso.

Existen muchos factores que han contribuido a esta situación, pero uno de ellos es una flagrante falta de dinero: hay más personas que necesitan tratamiento que lo que el hospital puede permitirse. El presupuesto de Tallaght se ha ido recortando en repetidas ocasiones según el programa denominado "de austeridad". ¿A cuánto asciende el déficit de Tallaght? A 9,4 millones de euros, 5 millones menos de lo acabamos de gastarnos para deshacernos de un centro comercial en Dumbarton.

Atrapados entre dos Estados

Cuando se vive en estas dos realidades paralelas, como ciudadano de un Estado dividido, las palabras pierden su significado. Una palabra como “austeridad”, por ejemplo, es pura verborrea. En uno de nuestros Estados, podemos gastar 15 millones de euros sin que nadie se inmute. En el otro, no tenemos dinero para garantizar que funcionen correctamente los servicios básicos de la sociedad, como los colegios, los hospitales y la protección a los menores.

Los conceptos significan una cosa en un Estado y algo totalmente distinto en el otro. Hace poco leí una interesante entrevista en The Irish Times con Mike Maloney, director ejecutivo de Payzone. Explicaba que por una “importante reestructuración financiera” de la empresa en 2010 sus "prestamistas, liderados por el Royal Bank of Scotland, tuvieron que recortar 230 millones de euros en sus deudas”. Uno de los principales inversores desapareció: “Al final lo asumieron y perdieron mucho dinero. Hicieron su apuesta... ganaron algo y perdieron algo”. ¿Una mala inversión? Mala suerte.

En uno de nuestros Estados, esto es lo habitual. En el otro, es un disparate peligroso. Los ciudadanos, atrapados entre los dos, se esfuerzan por saber en qué mundo viven.

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