Panevezys, septiembre de 2011. Los aficionados lituanos celebran la victoria de su equipo en un partido del Eurobasket.

Baloncesto, una cuestión nacional

El país báltico acoge estos días el Eurobasket con un fervor bastante peculiar. Porque los lituanos han expresado su identidad sobre la cancha desde la época soviética, y esto hace del baloncesto el deporte nacional.

Publicado en 7 septiembre 2011 a las 16:30
Panevezys, septiembre de 2011. Los aficionados lituanos celebran la victoria de su equipo en un partido del Eurobasket.

Lituania es un país totalmente entregado al baloncesto. Pero cuidado, aquí, este deporte no es simplemente un juego donde basta con encestar una gran pelota naranja. Desde Kaunas a Klaipeda, desde Alytus a Marijampole, desde Panevezys al delta del Niemen, los lituanos le dirán que, si viven en un país independiente, se lo deben en gran parte al baloncesto.

Por ello no es extraño ver que los coches enarbolen banderas amarillas, verdes y rojas. Tampoco es sorprendente que se coman pizzas con forma de balón. Por último, no es nada raro encontrar canchas de baloncesto en las aldeas que cuentan con un puñado de habitantes. El baloncesto es un componente indisociable de la identidad lituana, forjada mediante actos de resistencia ante el ogro soviético.

Los lituanos fijan 1937 como el año del acto fundador de su historia de amor con este deporte. En una época en la que vivía acomplejada respecto a sus dos vecinos bálticos, Estonia y Letonia, Lituania ganó en Riga (Letonia) su primer campeonato de Europa. La gente cuenta que los jugadores tardaron decenas de horas para llegar a sus hogares, ya que su tren se paraba en cada población para recibir un baño de multitudes.

Entradas por vodka

Pero el alboroto popular duró poco tiempo. En 1940, las tropas estalinianas invadían Lituania. Era el inicio de cincuenta años de una ocupación inhumana, caracterizada por deportaciones de oponentes políticos a Siberia y por las tiranías del KGB. Todo debía contribuir a engrandecer la imagen de la URSS. Los jugadores lituanos, considerados como excelentes baloncestistas, pero demasiado nacionalistas, formaron parte de las listas negras. Así, magos como Algirdas Linkevicius nunca llevaron la equipación con las letras CCCP.

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Entonces Lituania decidió fastidiar como pudiera al ogro rojo con sus clubes. En primer lugar, fueron el mítico Zalgiris Kaunas y el Statyba Vilnius. Su oposición al CSKA Moscú, club del Ejército rojo, desencadenó pasiones durante decenios.

Otra anécdota cuenta que, a finales de los años ochenta, 5.000 fans lituanos se dirigieron a Moscú sin entradas para asistir a una final del campeonato soviético entre Zalgiris y el CSKA. Ante la llegada de esta horda de alborotadores, el coronel Gomelsky, entrenador del CSKA, exigió que todos los asientos se distribuyeran a soldados rusos. Pero por desgracia para él, los seguidores del Zalgiris llegaron al mediodía del partido y cambiaron las entradas por litros de vodka. ¡Y así es como el Palacio de los Deportes moscovita se encontró totalmente entregado a la causa del Kaunas! El capitán del CSKA, Sergueï Tarakanov, incluso recibió un día su foto manchada… con excrementos.

Una historia dolorosa y apasionante

La edad de oro del Zalgiris y por lo tanto del baloncesto lituano, coincidió con el advenimiento del jugador al que los lituanos consideran como el mayor de todos los tiempos: Arvydas Sabonis (de 2,20 metros). Con el gigante en sus filas, el Zalgiris fue campeón de la URSS en 1985, 1986 y 1987. Durante la perestroika, Sabonis exportó su talento y se marchó a la NBA. Actualmente está jubilado y es el único que puede sentirse orgulloso de hacer sombra al presidente de la República en términos de popularidad.

Una popularidad quizás comparable a la de Rimas Kurtinaïtis, el ex tirador de élite que fue ministro de Deportes algunos años tras la independencia, mientras seguía siendo con 39 años… jugador profesional en el Lietuvos Rytas de Vilna. Esta historia dolorosa pero apasionante es el origen del fervor inconmensurable por el baloncesto de los lituanos.

Digámoslo claramente: el partido del viernes [9 de septiembre] entre Lituania y Francia en el espectacular Arena de Vilna, será un momento mágico. Si bien la selección báltica ha sufrido muchas deserciones, se dejará la piel para rendir homenaje a su fabuloso público y para intentar ganar su propio Eurobasket. "Sería una emoción equivalente al día de nuestra primera fiesta nacional", confesaba ayer un lituano al que nos encontramos en una parada de autobús de la capital.

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