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El mundo se mece estos días sobre las olas provocadas por dos cumbres consecutivas: la del G8 en Huntsville y la del G20 en Toronto, ambas en tierras canadienses. Estados Unidos no consigue ocultar su descontento por la indecisión europea para encontrar una solución a las crisis económicas que sacuden a los Estados miembros y desaprueba la forma en que se realizan los recortes presupuestarios. En cuanto a los países emergentes, repiten que lo de la austeridad y la regulación no les concierne.
Ante ellos, la UE destaca una vez más por su incapacidad para hablar con una sola voz y alcanzar un consenso. ¿De quién es la culpa? Según Michel Barnier, comisario europeo de Mercado interior y Servicios, la clave y la solución residen en la confianza, tanto de los europeos para con la Unión y entre ellos mismos. Pero también reside en la confianza del resto del mundo en la UE.
Y para recuperar esa confianza necesitamos una buena administración, una verdadera regulación y un proyecto económico de verdad. Para conseguirlo siempre se repite el mismo estribillo: “aprender lecciones, jugar en equipo y definir la línea del horizonte para que los ciudadanos puedan ver las cosas claras”. Si no se aplican estos tres puntos, “la UE se arriesga a no volver a estar presente en la mesa de aquellos que quieren gobernar el mundo durante los próximos 30 años”, afirma el comisario. Sí, son buenas intenciones. Pero, para empezar, Europa podría al menos presentarse unida en las citas internacionales, a falta de homogeneidad porque, como admite Barnier, “si nuestros países no son uniformes, tampoco pueden serlo nuestras medidas de austeridad”.
Iulia Badea Guéritée
