Con la oposición de Alemania y las polémicas entre Italia y Francia, la intervención en Libia es la enésima y alarmante prueba de que “cuando se trata de una cuestión de seguridad, los europeos no consiguen ponerse de acuerdo”, tal y como apunta Daily Telegraph. Una vez más, los países miembros han actuado en base a sus propios programas de política interna más que en virtud de la necesidad de una acción común. Pero la crisis libia ha puesto en evidencia otro aspecto en el que Europa sufre una peligrosa falta de coordinación: la política energética.
La intervención en Libia se justificó por la necesidad humanitaria de defender a los civiles de las masacres anunciadas por el coronel Gadafi. Sin embargo, la credibilidad de este argumento se ha visto minada por la indiferencia de la que hace gala Europa hacia los países árabes, donde las revueltas populares se reprimen con violencia, como en Yemen o Bahréin, países donde el enviado de la UE ha llegado incluso a justificar los disparos con fuego real de la policía contra los manifestantes, ya que “en situaciones de este tipo se producen accidentes”.
La razón de esta doble moral es simple: la coincidencia de la crisis libia con el incidente nuclear de Fukushima, —al que Alemania ha reaccionado sin consultar a sus compañeros europeos, sumiéndolos en la vergüenza— la que ya ha provocado una explosión del precio del petróleo. Actualmente, la capacidad de extracción residual de Arabia Saudí es la última defensa contra una crisis energética. La estabilidad del régimen represivo de Riad y de sus satélites debe, por lo tanto, conservarse aún a riesgo de perder el prestigio.
Comoseñala The Financial Times, Rusia es la que sale ganando con esta doble crisis. Ha visto como se inflaba su renta petrolera y ha propuesto aumentar sus exportaciones de gas hacia Japón y Europa para compensar el cierre de las centrales nucleares. Y mientras que el gasoducto Nabucco sigue con problemas, su competencia rusa, South Stream, continúa progresando. En el eterno pulso por Europa oriental, todo lo que refuerza a Moscú debilita a Bruselas.
La UE ha gastado cifras astronómicas en dotarse de un Servicio de Acción Exterior para financiar cooperaciones en el este y el sur, pero su dependencia energética le impide ejercer una política exterior voluntaria y coherente. Para salir del aprieto sería necesaria una visión común. Pero, desafortunadamente, en Bruselas los únicos que tienen una son los grupos del lobby de la industria petrolera, para quienes sería mejor que no cambiasen las cosas.