El paciente europeo

Publicado en 9 mayo 2011 a las 09:08

La imagen forma parte de la historia de la Unión Europea: Angela Merkel y Nicolas Sarkozy caminando uno junto a otro, con las mandíbulas apretadas, las espaldas erguidas, claramente muy cerca del punto de no retorno en sus relaciones caóticas. La canciller alemana y el presidente francés se enfrentaban por la forma de defender la eurozona, amenazada por la casi quiebra de Grecia. Dos días después, los ministros de Finanzas se ponían de acuerdo para implantar un mecanismo de rescate de 750.000 millones de euros. Era el 9 de mayo de 2010 y la Unión Europea sobrevivía a la crisis más grave de su historia.

Un año después, ¿en qué punto se encuentra la Unión? El euro sigue ahí, pero Portugal es el tercer país, después de Grecia e Irlanda, que ha sido objeto de un plan de rescate de decenas de miles de millones. Ningún país ha quebrado, pero la austeridad se ha convertido en el rasgo común de todos los países de la UE. Dos Gobiernos, en Irlanda y Portugal, han caído por la crisis, y si se celebraran elecciones hoy, el poder sin duda cambiaría de manos en Francia, España y quizás incluso en Alemania. Sin embargo, en este año de incertidumbres, la canciller Merkel se ha convertido en la figura dominante de la Unión, sin la que nada se decide. Y es una de las principales consecuencias de los sobresaltos del euro: un bloque nórdico, centrado alrededor de Alemania, de Austria y Países Bajos, rediseña la UE con una forma más rigurosa, simbolizada por el Pacto para el Euro, que supuestamente establecerá las bases de un mejor gobierno económico.

Por lo tanto, se ha salvado a Europa, pero su estado de salud no es bueno. Los síntomas son múltiples y van más allá del ámbito económico. Las poblaciones europeas, más frágiles por la crisis, se unen cada vez más abiertamente a las fuerzas protestatarias, euroescépticas y/o populistas. Como causa o como consecuencia de este fenómeno, los dirigentes se repliegan sobre su campo político y territorial: prueba de ello son las polémicas actuales sobre la aplicación del convenio de Schengen o la situación de los trabajadores extranjeros en la UE, al igual que el hecho de que los Estados miembros ya no trabajen mano a mano con la Comisión Europea o el Parlamento Europeo.

Sin embargo, la paciente ha logrado dos éxitos: en un año, la UE ha demostrado tener una serie de recursos insospechados. Los planes de rescate y los distintos mecanismos de estabilidad son fruto de compromisos difíciles pero de gran mérito. Las debilidades de la moneda única poco a poco se subsanan con la aplicación de procesos comunes. La implicación de los Veintisiete en el proyecto europeo, sometido a una dura prueba, se ha confirmado con los esfuerzos realizados.

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Los dirigentes europeos, en los Estados miembros y en Bruselas también han asumido una gran responsabilidad: en el interior de Europa, por proponer a los ciudadanos un proyecto político que tenga una dimensión social y que esté basado en la sociedad y dar sentido a lo que parecía ser cada vez más tan sólo un proyecto económico, monetario y legislativo. En el exterior, por ayudar con utilidad a la "primavera árabe", dejar de sufrir la globalización y ser un poco más dueños del destino de 500 millones de personas.

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