“En Europa, los principios no son ya lo que eran”, apuntaba el România liberala víspera de la reunión de ministros del Interior de la UE. El 22 de septiembre, éstos decidieron aplazar la adhesión de Rumanía y Bulgaria al espacio Schengenante la falta de compromiso por parte de los Países Bajos y Finlandia, que exigen más garantías en materia de lucha contra la corrupción y el crimen organizado.

Tanto en Bucarest como en Sofía,los Gobiernos se sienten traicionados porque tienen la sensación de que el esfuerzo que han hecho para cumplir los requisitos ha sido en vano. Pero más allá de la perspectiva nacional, todo indica que Europa se ha convertido en una especie de laberinto en el que ninguna persona es capaz de reconocer las fronteras.

Las fronteras exteriores, las del espacio Schengen, sometidas a tensiones en el flanco griego y en el italiano, se reforzaron con alambradas (entre Grecia y Turquía) o con un aumento de patrullas marítimas (en el Mediterráneo), pero sin que se haya trazado una línea directriz a escala europea.

Por otra parte, las fronteras interiores, que teóricamente no son más que líneas administrativas muy simbólicas, son objeto de maniobras que atentan contra el propio principio del espacio de libre circulación. Dinamarcaha restablecido el control de sus fronteras, oficialmente para luchar contra el crimen transfronterizo; Francia también lo hizo para impedir que los tunecinos provenientes de Italia entrasen en su territorio. Por último, otras fronteras, políticas en esta ocasión, surgen donde no se las espera, en función de lo que está en juego en el ámbito doméstico: en los Países Bajos, en Finlandia o en Dinamarca, bajo la presión del partido de Geert Wilders, los “Verdaderos Finlandeses”o el Partido del Pueblo danés.

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“Echo en cara a Europa y a Italia haberse dormido en los laureles y no haberse dado cuenta de las fuerzas nacionalistas y centrífugas que las corroen. No hemos aprendido la lección de los Balcanes: basta con que a una población sin referencias le señalemos un enemigo para que lo asuma como tal”, advierte el italiano Paolo Rumiz en su libro Aux frontières de l’Europe [En las fronteras de Europa, no traducido al español]. Hubiese podido añadir que también corre el riesgo de dejar que una parte de su alma se pierda entre unas fronteras más o menos maleables.

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