La dimisión del presidente húngaro Pál Schmitt, acusado de haber copiado gran parte de su tesis doctoral sobre los Juegos Olímpicos, ha suscitado numerosas reacciones tanto en Hungría y como en sus países vecinos. Todas van más allá de la personalidad del ahora ex jefe de Estado y se centran en el marco político en el que se ha desatado el escándalo, marcado profundamente por el omnipotente partido del primer ministro Viktor Orbán.
Mientras al Gobierno de Viktor Orbán se le acusaba de derivas autoritarias, la dimisión de Pál Schmitt acaba de demostrar que en Budapest “la democracia funciona”, subraya Rzeczpospolita. Según el diario polaco,
“se ha probado que los mecanismos democráticos han funcionado como deberían haberlo hecho […] y Schmitt ha desmentido a la prensa de izquierda. Si Hungría fuese el país que pinta la prensa europea, el presidente no hubiese dimitido. Tenía inmunidad, estaba respaldado por una mayoría que lo apoyaba y contaba con la simpatía del primer ministro. […] Entre los numerosos delitos que se le achacan al Gobierno de Viktor Orbán, se cree que ha destruido los medios de comunicación independientes. Pero la prensa de la oposición [la revista HVG] ha sacado a la luz los duros cargos que pesaban contra el jefe de Estado electo por la mayoría del Fidesz, esos mismos que han provocado su dimisión. […] La prensa libre juega su papel con eficacia. Entonces, ¿cómo se encuentra la libertad de expresión y la democracia en Hungría? Nada mal, a fin de cuentas”.
Precisamente, desde las columnas de HVG, Gaspar Miklos Tamas ironiza sobre “el pobre tío Plagi”, el apodo derivado de la contracción de “Pali” y el diminutivo de plagio. El presidente que ha dimitido no ha sido, según el filósofo,
“más que el que paga el pato de un batuburrillo ético del que no era responsable. Se ha comportado como había aprendido en los bajos fondos del antiguo régimen, y hasta el final no comprendió que, para la generación de las personas con ilusiones democrático-liberales, resultaba al mismo tiempo divertido y repugnante”.
Una opinión que comparte Martin Ehl en el Hospodářské Noviny. Según el editorialista de Praga,
“Schmitt era únicamente una marioneta, de la que Orbán podría haberse deshecho en cualquier momento. El plagio que ha forzado su dimisión era simplemente “un argumento esgrimido por los medios de comunicación próximos a los antiguos líderes socialistas y liberales”.
En cuanto al sucesor de Schmitt, su nombre
“dará una idea del poder de Viktor Orbán y del Fidesz dos años después de haber iniciado una línea autoritaria tanto en política nacional como internacional. Dada la desfavorable situación de Hungría en Europa, el primer ministro húngaro tratará de imponer a una persona sin partido, es decir, sin vinculación política, y que goce de reconocimiento internacional. Por el contrario, si el Parlamento escoge una personalidad directamente vinculada al núcleo duro del Fidesz, sólo cabría esperar más rompederos de cabeza, tanto en Budapest como en Bruselas”.