“A Europa le parece bien que todos formemos parte de Schengen, ¿pero cuándo? Cuando las ranas críen pelo…”. La frase aparece en el diario popular búlgaro Trud al día siguiente de la reunión de los ministros de Interior de los Veintisiete en Luxemburgo, que concluyó con la negativa de la Unión Europea a integrar en el espacio de libre circulación a Bulgaria y Rumanía. El hecho de que el Parlamento Europeo hubiera aprobado el día anterior, en votación y por amplia mayoría, la adhesión de dichos países al espacio Schengen por considerar que ambos habían “cumplido plenamente las condiciones técnicas” no fue óbice para la exclusión final.
“Fue una victoria moral –prosigue Trud—, pero para que se materialice habrá que esperar un tiempo indefinido, puesto que la decisión no es competencia de los ciudadanos europeos, sino de sus Gobiernos”. Y varios de ellos se oponen aún, efectivamente, a la adhesión de Sofía y Bucarest. Francia y Alemania, por ejemplo, consideran que Bulgaria y Rumanía no han aportado suficientes pruebas de buena voluntad en la lucha contra la corrupción, ni de su capacidad para garantizar un control real de sus fronteras contra la inmigración ilegal y el tráfico ilícito. El caso de ambos candidatos será examinado de nuevo en septiembre, tras la publicación del informe de evaluación anual de la Comisión Europea.