Ciudadanos observan al nuevo rey, Guillermo Alejandro, y a su madre, la reina Beatriz, durante la ceremonia de abdicación del 30 de abril de 2013.

Echen al rey y contraten a un actor

El 30 de abril, la reina holandesa Beatriz abdica en favor de su hijo. Puesto que la monarquía no tiene poder político y cuesta mucho dinero, el escritor Arnon Grunberg propone sustituir a la familia real por actores profesionales, que hagan el trabajo por menos dinero de los contribuyentes.

Publicado en 30 abril 2013 a las 14:35
Ciudadanos observan al nuevo rey, Guillermo Alejandro, y a su madre, la reina Beatriz, durante la ceremonia de abdicación del 30 de abril de 2013.

El 30 de abril de 1980, la reina Beatriz sucedió a su madre, la reina Juliana de Países Bajos. El día se caracterizó por una violenta revuelta en Ámsterdam. Con el lema “Geen woning, geen kroning” (Si no hay techo bajo nuestras cabezas, que tampoco haya una corona sobre la tuya), los ocupantes ilegales y los anarquistas clamaron contra la coronación de la nueva reina y contra la crisis de la vivienda en el país.

Yo tenía nueve años y me senté con mi madre a verlo todo en televisión. Las bombas de humo y la policía antidisturbios me causaron más impresión que la coronación en sí misma. A mi padre no le impresionaron los ocupas, ya que estaba a favor de la reina y se pasó el día absorto en su colección de sellos.

El reinado de Beatriz, relativamente exento de escándalos

Mis padres, judíos alemanes que huyeron a Holanda en la década de los años treinta, no eran exactamente lo que se podía denominar monárquicos. Pero mi madre tenía una cierta debilidad por las familias reales y sobre todo por los escándalos que van de la mano con las monarquías.

Y con la reina Juliana, mi madre tuvo su buena dosis de escándalos. El marido de Juliana, el príncipe Bernardo, era un mujeriego que engendró una serie de hijos ilegítimos y fue acusado de aceptar sobornos de la empresa Lockheed en la década de los setenta, lo que le obligó a renunciar como Inspector General de las Fuerzas Armadas.

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El reinado de 33 años de la reina Beatriz ha estado relativamente exento de escándalos. La mancha más importante en la reputación real se produjo cuando su hijo mayor, Guillermo Alejandro, que sucederá a Beatriz el martes, se casó con la hija de Jorge Zorreguieta, que fue secretario de Estado del ministerio de Agricultura en Argentina durante la dictadura militar y lo más probable es que tuviera conocimiento de las desapariciones sistemáticas durante la “guerra sucia”.

El desprecio de Beatriz por el Partido por la Libertad

Otro de los hijos de Beatriz, Friso, que se encuentra en coma tras sufrir un accidente esquiando en Austria, se casó con Mabel Wisse Smit, quien mantuvo una relación sentimental con el capo de la droga Klaas Bruinsma, asesinado en 1991 delante del hotel Amsterdam Hilton.

A la propia Beatriz no se le puede reprochar nada. Y a su marido, el príncipe Claus, se le consideraba un ejemplo moral. Causó una gran impresión en la opinión pública holandesa en 1998, durante una entrega de premios a tres diseñadores de moda africanos, al instar a los “trabajadores del mundo” a que se deshicieran de sus “grilletes”, “de la serpiente alrededor del cuello”, haciendo referencia a las corbatas. También calificó a Nelson Mandela como el hombre mejor vestido que había conocido.

Lo más probable es que no se produzcan altercados como los de 1980 en la sucesión de este año. Los ocupas escasean actualmente en Ámsterdam y los progresistas de 1980 han mostrado una creciente apreciación por la casa real. Se debe en gran medida al desprecio que ha mostrado la reina Beatriz por el Partido por la Libertad, el partido de extrema derecha liderado por el político casi olvidado Geert Wilders. A la reina Beatriz no le gustan los conceptos racistas e islamófobos de Wilders.

La reina se quedó sin el único poder político real

Pero más allá de las expresiones de reprobación pública, el único poder político real que poseía la reina, es decir, el derecho a nombrar a los responsables de formar un nuevo Gobierno, recientemente se suprimió por decreto parlamentario y por ello no desempeñó ninguna función en la formación del último gabinete holandés.

Cuando el NRC Handelsblad, uno de los principales diarios holandeses, describió hace poco a la casa real como un “teatro estatal” fue muy revelador. Lo cierto es que la monarquía actual equivale a poco más que una forma de arte escénico obligatorio por Constitución.

En ese mismo periódico, una famosa decana del teatro holandés reveló que a algunos de sus compañeros se les había pedido discretamente si podían impartir clases de interpretación a la familia real. Lo malo es que a estos actores no se les pagaría por sus servicios, ya que en realidad el trabajo en sí era un honor.

Sueldo anual de un millón de dólares

Los defensores actuales de la desaparición de la monarquía son relativamente débiles. El Partido Socialista no tiene tanta fuerza como para ejercer una auténtica influencia y la Sociedad Republicana holandesa causa por lo general una impresión adormecida y titubeante. Este hecho no debería sorprendernos porque, al fin y al cabo, ¿merece la pena esforzarse por oponerse al arte dramático?

El único argumento válido quizás sea que la remuneración de este arte dramático es algo inusual. El futuro rey de Países Bajos, Guillermo Alejandro, recibe un sueldo anual libre de impuestos de más de un millón de dólares, así como una asignación de 5,7 millones de dólares “por los gastos de personal y material”. Su esposa, Máxima, también recibe un sueldo mínimo libre de impuestos de 425.000 dólares y unos 750.000 dólares adicionales como compensación para gastos imprevistos.

Estas cantidades son un tanto desorbitadas en una época en la que Países Bajos ha aplicado unos recortes drásticos en las subvenciones estatales destinadas a otras formas de teatro. Parece un tanto anticuado que la familia real escape a los mecanismos del mercado y a la meritocracia.

Pruebas para el papel de rey y reina

Ahora que los teatros, las óperas y los museos no pueden existir sin patrocinadores, quizás sea el momento de que los holandeses se resignen a tener una familia real que, durante las visitas estatales y las ceremonias oficiales, sutilmente dejen caer el mensaje de que esta visita ha sido patrocinada en parte por Royal Dutch Shell. O Pfizer, por qué no. En esta era de globalización, la familia real holandesa no tendría que estar necesariamente patrocinada únicamente por empresas holandesas.

¿Y no sería estupendo que, a partir de ahora, se organizaran pruebas para los papeles de rey y reina? Puede que incluso se encuentren candidatos con mejores dotes de actuación que la familia real actual y que además estén dispuestos a trabajar por un sueldo inferior.

Contrapunto

"Orgullosos de nuestra monarquía"

Aunque a menudo se escucha que una casa real no tiene cabida en un Estado moderno, “la confianza [de la gente] en la monarquía permanece intacta”, señala Trouw, basándose en un estudio del instituto de sondeos de opinión Motivaction.

No hay nada que proporcione tanta satisfacción a los holandeses como la Casa Real, se la compare con el sistema judicial, la sanidad, la educación o con los medios de comunicación. Casi tres cuartas partes de las personas encuestadas manifiesta que confía en la reina Beatriz, dos tercios en [su hijo] Guillermo Alejandro [que le sucederá el 30 de abril] y en [su esposa] Máxima, frente a un escaso 12% que defiende tener confianza en la política.

Para el director de Motivaction:

Los holandeses necesitan estabilidad. Sobre todo en una época que consideran que está marcada por el egocentrismo y el estrés, desean unidad y solidaridad. La Casa Real representa la unificación.

El NRC Handelsblad señala, además, que la monarquía representa un factor de estabilidad en el plano internacional:

Los neerlandeses estamos orgullosos de nuestra historia. Somos un pequeño país con vocación de ejemplaridad, dotado de una monarquía que nos pone en el mapa. La Casa Real representa muy bien a nuestro país en todo lo relativo a relaciones exteriores, mejor que cualquier ministro. Un ministro es efímero y tiene objetivos políticos, mientras que la representación real es por naturaleza neutra, cálida y estable.

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