En Belfast hay una calle que se llama Madrid y que acaba abruptamente en el muro de Berlín. El paredón consiste en una parte de ladrillo, más otra de hierro y otra de acero. Mide más de siete metros de alto y está rematado con pinchos y alambradas. Su objetivo no es sólo impedir que la gente salte de un lado a otro, sino también evitar que se lancen adoquines, clavos y bombas caseras de petróleo. Lo llaman «línea de la paz», por no llamarlo el muro de la vergüenza. Sirve para separar a protestantes y católicos…
El este de Belfast amaneció [durante los disturbios de los últimos días] con coches quemados, cristales rotos y restos de los adoquines lanzados contra la policía. En el paisaje desolado de después de la batalla se levantaban inmutables los muros, parientes no muy lejanos de los de Gaza y Cisjordania, con ese aire lacerante de campo de concentración, bombardeados por grafitis en honor de los lealistas encapuchados del Ulster o de los mártires republicanos del IRA. Tanto monta.
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Contexto
Tras la violencia, está la pérdida de poder de los protestantes
Las protestas de Belfast están vinculadas a la nueva realidad demográfica, política y económica de la ciudad, explica el corresponsal irlandés de The Independent, David McKittrick. Los resultados del último censo muestran que la ciudad que en su día fue un “orgulloso bastión de la ética protestante del trabajo” ha perdido ya su mayoría protestante, lo que explica que “el consistorio haya decidido reducir el tiempo que se ondea la bandera: los concejales unionistas estaban en minoría”. El periodista añade que
Irlanda del Norte está regida por una nueva visión de la política, lanzada por Ian Paisley, que ha llevado a que unionistas y republicanos gobiernen juntos. [...] Los lealistas han presentado el asunto de la bandera como una victoria para los nacionalistas frente a derrota de los protestantes, lo que despertó la ira de los unionistas, que veían en ello tanto una pérdida de poder como un ataque a su identidad británica reivindicada. Esa ira ha generado la espesa niebla roja, blanca y azul [colores de la bandera] que ahora se impone en la sociedad, dejando en segundo plano las cuestiones económicas, la reivindicación de mejores empleos de mayor libertad de movimiento e incluso la de una mayor seguridad personal. En su lugar, un largo capítulo de autodestrucción está en camino.