Nos aproximamos al final de un proceso insoportable, ahora que el periodo previo a las elecciones ha revelado un primitivismo político de una magnitud sin precedentes. Ha catapultado al líder de Syriza, Alexis Tsipras, desde el margen al centro de la escena política griega. Las elecciones anteriores dieron como resultado un Parlamento de extremos. Hemos llegado a un punto muerto.
El miedo a lo desconocido, los peligros de grandes agitaciones que podrían resultar fatales y el espectro de la salida de Grecia de la eurozona han impulsado a Nueva Democracia, al menos hasta el punto de que podría conseguir un importante aumento en su porcentaje en estas elecciones, en comparación con el resultado del 6 de mayo. La decisión de [la exalcaldesa y exministra de Asuntos Exteriores] Dora Bakoyanni de volver a las filas de Nueva Democracia sin duda ha dado sus frutos, ya que contribuyó a que regresaran los votantes liberales al amplio bando del centroderecha, aunque sigue presente la fragmentación de parte de los defensores de la derecha tradicional de Nueva Democracia.
Lo más probable es que su líder, Antonis Samaras, gane las elecciones el próximo domingo. Su primera tarea será cambiar radicalmente las políticas catastróficas de las dos últimas administraciones del Pasok, que gestionaron la crisis de un modo deplorable y como si fueran aficionados e hicieron que la troika improvisara dos memorandos considerados de forma general cuanto menos como deficientes.
Un choque frontal
Los partidos políticos que quieren que Grecia permanezca en la eurozona depositan sus esperanzas en que la canciller alemana Angela Merkel cambie su postura con respecto a Atenas, ante la presión de los países del sur de Europa, el presidente francés François Hollande y el presidente estadounidense Barack Obama, que está luchando por volver a ser elegido el primer martes de noviembre.
Sin entrar en el aspecto moral de la cuestión, a Alemania se le está pidiendo que soporte la carga del fracaso de la eurozona porque se ha beneficiado de la unión monetaria en los últimos años, aunque también ha sido gracias a su propia política sensata. Un cambio radical en la postura del Gobierno alemán en última instancia significaría el suicidio político de Merkel para salvar a los Estados endeudados de la eurozona.
No es nada seguro que Merkel se sacrifique, pero hasta noviembre mostrará algunos síntomas de reblandecimiento, con la condición de aplicar una disciplina fiscal estricta, simplemente para evitar un choque frontal con Obama. Este será el periodo más crucial para Grecia. En los próximos meses ocurrirán muchas cosas hasta el último momento y está claro que un Gobierno de unidad dirigido por Nueva Democracia y que esté compuesto por partidos a favor de Europa sería la opción más favorable.
En las circunstancias actuales, un choque frontal con la Unión Europea impulsado por la creencia de que "la presión de las masas" obligará a los más poderosos del bloque a cambiar su postura es algo imprudente e irracional.