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Los errores de cálculo de Putin en Ucrania

El presidente ruso parece haber olvidado la principal lección de la Revolución Naranja: si otro decide sobre su futuro, los ucranianos pueden salir a la calle para retomar su destino.

Publicado en 3 diciembre 2013 a las 17:25

Ningún acontecimiento ha hecho más para asustar al Kremlin en la última década que la Revolución Naranja en Ucrania en 2004. Ahora el peor momento de Vladimir Putin parece volverse una pesadilla recurrente en la que los manifestantes llenan una y otra vez la Plaza de la Independencia en Kiev, pidiendo que su país se acerque a la UE y se aleje de Rusia.

Las protestas en Ucrania suponen tanto una humillación como una amenaza para Putin. Aunque el presidente ruso pueda alabar los profundos vínculos culturales e históricos entre Ucrania y Rusia, al tiempo está descubriendo que miles de ucranianos prefieren enfrentarse a gélidas temperaturas y a porrazos antes que verse arrastrados bajo el ámbito de influencia rusa.

Es más, si una revuelta popular puede una vez más amenazar con derrocar un gobierno corrupto y con frecuencia despótico, entonces la lección potencial para Rusia queda clara. Después de todo, hace menos de dos años que los manifestantes llenaron las calles de Moscú para protestar contra la vuelta de Putin y para tildar a su formación política Rusia Unida de “partido de estafadores y bandidos”.

La joya de la corona

Una revuelta proeuropea en Ucrania también amenaza la visión que el presidente Putin tiene de Rusia en un contexto global. Su principal objetivo en política exterior es construir un área de influencia para Rusia, que abarque la mayoría de la antigua Unión Soviética. Ucrania, con sus 45 millones de habitantes, un vasto territorio, con recursos económicos y vínculos inmemoriales con Rusia, representa la joya de la corona. Importa mucho más que Moldavia o Bielorrusia. Si los ucranianos se vuelven hacia el Oeste, en lugar de hacia el Este, la política exterior de Putin se desmigaja.

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Y aún así el Gobierno ruso únicamente puede culparse a sí mismo por el devenir de los acontecimientos. Ha entablado un duro tira y afloja con la UE en relación al futuro de su vecino, mientras ignoraba la lección más obvia de la Revolución Naranja: la de que si tratas de fijar el futuro de Ucrania sin contar con sus ciudadanos, puede que tomen las calles tan masivamente que logren que se modifique la dirección política en la que se encaminaba su nación.

En un esfuerzo para que Ucrania se plantease mirar hacia Moscú en lugar de hacia Bruselas,[[los rusos se acercaron al Gobierno de Yanukóvich con dinero en metálico en una mano y la porra en la otra]]. A lo largo del verano, restricciones comerciales se impusieron sobre los productos ucranianos, para demostrarle al país el precio que tendría que pagar si se decantaba por dale la espalda a Rusia. Al mismo tiempo, los rusos hicieron un llamamiento directo a los intereses financieros de Ucrania, y más concretamente, a los de la élite ucraniana.

Parece que dos reuniones recientes entre Putin y Víktor Yanukóvich han bastado para persuadir al líder ucraniano de que sus intereses, y los de su familia y sus socios más cercanos, están más próximos de Moscú. En Ucrania, la cercanía al poder es en ocasiones un camino hacia la riqueza. El hijo del presidente, Alexander, que se formó como dentista, ahora es rico y un hombre de negocios con buenos contactos.

El momento en el que el líder ucraniano anunció que no iba a firmar acuerdo de asociación con la UE tuvo que recibirse como una dulce victoria en Moscú. Pero este triunfo ha sio efímero. Incluso aunque la política agresiva de Yanukovich haya logrado imponer silencio en la oposición, el Gobierno ucraniano ha sido gravemente herido, y la propia idea de una Unión Euroasiática perjudicada.

Una visión fabricada

Putin se puede haber equivocado porque se creyó su propia propaganda sobre la Revolución Naranja. En su visión, lejos de ser un levantamiento popular genuino, fue algo fabricado por las agencias de inteligencia occidentales, utilizando organizaciones no gubernamentales financiadas por los Estados Unidos y la UE como sus instrumentos. Para Putin, los así llamados "colores de la revolución" fueron doblemente siniestros. Primero, porque amenazaron con sacar a las naciones de la esfera natural de influencia rusa y atraerlas hacia la órbita de Occidente. Segundo, porque podrían haber servido de ejemplo para similares levantamientos en la misma Rusia. En efecto, cuando se convocaron manifestaciones contra las dudosas elecciones rusas en el invierno de 2011-12, la reacción del Kremlin fue culpar a las ONG occidentales de que presuntamente las habían animado.

[[La idea de que una revuelta popular puede ser genuinamente popular, y no un producto de ocultas manipulaciones parece ser algo que el Gobierno de Putin encuentra difícil de manejar]] (de alguna manera esto resulta sorprendente, dada la propia historia rusa, aunque quizá no es tan sorprendente, considerando el papel que la conspiración jugó cuando los bolcheviques tomaron el poder en octubre de 1917)

Esta limitada visión conspiratoria del los colores originales de las revoluciones podría haber hecho a Moscú vulnerable a otra desagradable sorpresa en las calles de Ucrania, puesto que la gente corriente se ha movilizado para deshacer tratos cerrados sin su acuerdo por líderes que considera corruptos e ilegítimos.

Como nacionalista ruso, a Putin le gusta defender que Rusia es una "civilización" única, distinta de la europea. Como resultado de ello, la lucha por Ucrania es, para él, no solamente sobre riqueza o sobre la política del poder, sino algo civilizacional. La noción de que la clase media ucraniana, al menos en la capital y en las ciudades más desarrolladas del oeste del país, se siente más atraída por las civilizaciones de Varsovia, Berlín y Londres, y no por Moscú, resulta ofensiva para los nacionalistas rusos en el Kremlin y fuera de él.

Sin embargo, en realidad, la posibilidad de una Ucrania que se acerque al resto de Europa y se más rica y mejor gobernada en dicho proceso, sería algo positivo para Rusia. Podría servir como un ejemplo para el propio desarrollo de Rusia. Pero, por esa misma razón, los sucesos de Ucrania amenazan profundamente los intereses personales y la ideología del presidente Putin y de su círculo.

Visto desde Moscú

“Occidente siempre ha codiciado a Ucrania”

Este país meridional de 45 millones de habitantes, a orillas del mar Negro, siempre ha sido un “trozo disputado”, escribe en un artículo de opinión publicado por Izvestia el agudo escritor y opositor ruso Eduard Limónov.
“Mucho más grande que Polonia”, Ucrania siempre ha despertado el apetito de Occidente, prosigue Limónov que, después de haber vivido mucho tiempo en París y Nueva York, regresó a Moscú a principios de los años 2000 para fundar un partido “nacional-bolchevique” y defender la grandeza perdida de Rusia. “¿Se acuerdan de la batalla de Poltava, en 1709? [Alexander] Puchkin escribió un poema sobre ella. ¿Y quién luchó contra nosotros? Suecia y Polonia. Los mismos que 300 años después remueven cielo y tierra para recuperar a Ucrania en el seno europeo”. Después concluye que:

Vemos claramente que la historia se repite, belicosa y competitiva, como si nada hubiese pasado, que Occidente nos pisotea, y que su naturaleza agresiva apenas ha cambiado a lo largo de los años. Occidente se atrae a nuestras antiguas repúblicas, unas detrças de otras, desafiándonos sin cesar. Hoy nos toca a nosotros desafiarle”.

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