Nosotros, los perdidos europeos

El concepto de "más Europa" podría ayudar a nuestro continente a salir de la crisis, pero en cualquier caso tendríamos que crear a los europeos. Debemos fomentar la educación, los intercambios culturales y las iniciativas políticas para recuperar el sentimiento de destino común que perdimos el siglo pasado, como expone el periodista francés Olivier Guez

Publicado en 6 marzo 2013 a las 12:05

Al final, Grecia no se ha hundido y Europa empieza a respirar con más facilidad. Pero no por mucho tiempo. Los votantes rebeldes de Italia, que han elegido a un multimillonario extravagante y a un payaso, nos recuerdan la profunda crisis en la que está inmerso el continente. Mientras, Francia actúa prácticamente sola en Malí y Gran Bretaña habla abiertamente de saltar del barco europeo. No sólo se trata de una crisis de la moneda europea, sino de su alma.

Si alguna vez llegó a existir la visión emergente de una Europa unida, se está desvaneciendo por la falta de apoyo de sus diferentes pueblos. Cada uno tiene sus propios resentimientos o sospechas acerca de sus socios. Pero todos carecen de lo mismo: muy pocos de sus habitantes se consideran en primer lugar europeos.

¿Cómo ha podido ocurrir algo así? La historia del pasado medio siglo de Europa se suele representar como una serie de pasos hacia un futuro común. Pero quizás, para entender el momento en el que nos encontramos, la historia debería empezar antes, no con la fusión de Francia y Alemania en los años sesenta, sino con el modelo de Europa en la década de antes de la desgracia de 1914.

Una Europa más cosmopolita que la actual

En ciertos e importantes sentidos, la Europa de 1913 era más cosmopolita y europea que la Europa actual. Las ideas y las nacionalidades se mezclaban y convergían en un hervidero de creatividad. Fue el año del auge del Futurismo, los inicios de la abstracción en Picasso y Braque, el comienzo de "La consagración de la primavera" de Stravinsky, la publicación de "Por el camino de Swann" de Proust. Las colaboraciones para desvelar los más profundos secretos científicos traspasaban fácilmente las fronteras. La arquitectura de la Austria imperial y de la Francia republicana encontraron imitadores en pequeñas urbes por toda Europa Central y del Sur y por ello estas ciudades llegaron a apodarse Pequeña Viena, Pequeño París.

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Y había grandes comunidades de expatriados cosmopolitas, los “passeurs” entre culturas, sobre todo judíos urbanitas, así como minorías alemanas, diseminadas por toda Europa Central y del Este.

Posteriormente, bajo el control de los totalitarismos, se masacró a la mayoría de los judíos y los alemanes, como los demás grupos, fueron deportados a su país de origen. Además de sus grandes crímenes, Hitler y Stalin contribuyeron también a borrar la idea del cosmopolitismo tal y como lo había entendido la antigua Europa.

Todo esto hace que el punto de partida habitual de la historia moderna europea, los escombros de 1945, sea mucho más conmovedor. Un acuciante imperativo de reconstrucción, intensificado por la Guerra Fría, unió a Europa Occidental y situó en el centro del escenario a Alemania Occidental.

El elemento unificador fue el pavor

Los europeos prosperaron en un mercado cada vez más común. Pero el elemento unificador no era tanto el optimismo, sino el pavor, el terror a otra guerra entre ellos mismos o a la expansión soviética, que fue lo que impulsó a los europeos occidentales a zanjar diferencias si surgían.

Después de la caída del Muro de Berlín, Europa Occidental se extendió hacia el este y parecía estar acercándose con serenidad al Fin de la Historia, con la paz, la prosperidad, la seguridad social, la democracia y un símbolo unificador, el euro, desde Helsinki en Finlandia hasta Sevilla en España. Para sus más de 400 millones de habitantes, Europa se convirtió en un parque temático, en un museo, en un supermercado, en el continente de EasyJet: eficiente, rápido, abierto a todos y a bajo precio.

Pero ahora Europa pide sacrificios y solidaridad y se encuentra en declive. En todas partes ganan terreno los populistas y los nacionalistas. La gestión de la austeridad, la lucha contra la deuda: al final resulta que no es forma de unir a Europa.

Quizás los líderes de Europa deberían haberse alarmado más cuando el entusiasmo por la unidad comenzó a disiparse incluso antes de la crisis. En 2005, los votantes franceses y holandeses bloquearon el progreso hacia una constitución europea. Mientras, los países de Europa Central y del Este que acababan de recuperar su libertad, el "Occidente secuestrado" de Milan Kundera, desfigurado por 45 años de ocupación soviética, no habían vuelto a "europeizar" sus economías, sino que más bien las habían globalizado. Y ocurre lo mismo con la generación naciente en Europa. Aparte de llevar euros en los bolsillos, los jóvenes europeos no sienten la presencia de Europa a diario.

Necesitamos vínculos afectivos

Los líderes de opinión, del comercio y del Gobierno normalmente están de acuerdo en que el continente se podría beneficiar de una mayor unidad política, ya que la globalización favorece los bloques continentales. Pero las naciones y los habitantes de Europa tendrían que ceder grandes parcelas de soberanía y nadie ni nada les ha preparado para algo así. En este momento, si se pidiera a los europeos que lucharan por la unidad, se negarían.

Por ese motivo, Europa debe encontrar una nueva idea, una nueva visión, una argamasa para el futuro. No bastará con los principios nobles que todos conocemos. Los derechos humanos, el pluralismo, la libertad de pensamiento, la democracia social del mercado libre: todos estos conceptos están en las constituciones de las naciones, los ciudadanos no necesitan que se los proporcione la Unión Europea.

Entonces, ¿cómo entablar vínculos afectivos con Europa?

Quizás la clave esté en concebir una Europa de carne y hueso, con colores, aromas, folclore, fuerza poética. Y variedad. El objetivo no se compone de los principios conocidos, un idioma, una historia o linajes comunes, sino de lo contrario: una comprensión y un punto de referencia cultural supranacional y fundamentalmente continental. Kundera habla de la “máxima diversidad en el mínimo espacio" de Europa, una noción quizás tan poderosa como la de “liberté, egalité, fraternité”, o la de “todos los hombres han sido creados iguales”.

Un plan de estudios cívico europeo

Un ideal tan fundamental es la condición sine qua non de la unidad política del continente.

Podría lograrse con un plan de estudios cívico europeo en todos los colegios; con el énfasis en el dominio de otros idiomas; con programas para realizar más intercambios (para todas las edades y clases); con la mejora de la movilidad; con la unificación de los sistemas sanitarios y de pensiones europeos; con la elección de los representantes europeos directamente responsables ante sus electores; con un tratamiento más igualitario de los inmigrantes y los trabajadores extranjeros.

Ahí tienen unas cuantas ideas para reflexionar. François Hollande, Angela Merkel y sobre todo David Cameron: ¡recuerden a los "passeurs"! Fomenten la creación de un espacio europeo público y cultural único. Aporten una visión a los pueblos de Europa: háganles soñar con ser un pueblo y dejen atrás sus ambigüedades. Si aspiran de verdad a una Europa política, asuman la responsabilidad con valentía y con una visión que vaya más allá de las próximas elecciones y del siguiente bache económico en el camino.

Fomenten la unidad espiritual del continente, organizada en torno a su diversidad.

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