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¿Quién dijo Europa?

Nunca antes en la historia posterior a la Guerra Mundial unas elecciones nacionales habían suscitado tanta fascinación entre sus vecinos, ni había generado tantas expectativas. Pero es comprensible, expone el diario SZ, porque en Alemania es donde se toman las decisiones cruciales: básicamente quién decide y quién paga.

Publicado en 20 septiembre 2013 a las 16:39

En Londres circula este chiste: Europa ahora tiene dos capitales. La primera es Berlín. La otra (tras una pausa para dar un efecto artístico), Frankfurt. En Grecia se rumorea que tras las elecciones, el Gobierno alemán podría dar un respiro a la deuda en su agenda.

Y en España se supone que la cuestión de la liquidación bancaria se acabará el 23 de septiembre. Después de las elecciones alemanas, los mayores depósitos tóxicos en la Península Ibérica se cancelarán de forma conjunta, no hay por qué preocuparse.

Y no, en Alemania nadie está preocupado. Ni siquiera están hablando de Europa en la campaña electoral. Nadie se está planteando si hay alguna idea nueva sobre cómo tratar la crisis. Esta crisis, de la que estamos hartos de hablar, probablemente ha llegado a su cénit, pero está lejos de haber acabado. Nadie se está preguntando sobre el riesgo nacional de una liquidación bancaria. Nadie está hablando sobre la arquitectura de una nueva Europa que debería evitar que se repita la crisis.

Sin Alemania, Europa se queda inmóvil

¿Y no sería impensable que un referéndum sobre una nueva Constitución fuera el evento político más importante de la próxima legislatura? ¿Un voto sobre una nueva Constitución, con la que los alemanes transfirieran algunos elementos importantes de su soberanía a Bruselas?

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Existen muchas posibilidades y mucho se está meditando en París, en Londres, en Bruselas. Probablemente nunca antes en la historia de después de la Segunda Guerra Mundial una elección al Bundestag haya ejercido tanta fascinación en los vecinos de Alemania, no sólo porque Angela Merkel se ha convertido en la mujer más poderosa del continente o incluso de todo el mundo. Es fácil comprender la política cuando se basa en el ejemplo de una historia real.

[[En el resto de Europa, las elecciones al Bundestag están envueltas en una expectativa de salvación, como si el 23 de septiembre se fueran a encontrar unos regalos, como en la mañana de Navidad]]. Este estado de ánimo refleja dos cosas: la importancia que ha cobrado Alemania, tan dominante en el ámbito económico del continente; sin Alemania, Europa permanece inmóvil y por ello en las últimas semanas se ha paralizado. En segundo lugar, refleja la presión pública para que se actúe, una presión que de nuevo se ha reprimido.

Cuatro Estados se encuentran bajo la tutela de emergencia de los países del euro. El primero, Irlanda, debería salir de ella este año. Se considera que Portugal y España se encuentran estables. Grecia probablemente siga necesitando ayuda. Es algo que todos sabemos. La cuestión número dos es el presupuesto de la UE, que muchos Estados observan con gran codicia y que aún no ha aprobado el Parlamento Europeo. Implica mucho dinero y cómo se va a compartir será la batalla que en breve se libre en Europa. Se nota un aroma de fuerte contención en el ambiente.

Un gigante a su pesar

Sin embargo, los grandes deseos se centran en Alemania y en la liquidación de los bancos, así como en la verdadera cuestión fundamental: ¿cómo debe construirse la eurozona para que el problema no se vuelva a repetir? Esa pregunta constituye el núcleo de todas las políticas: ¿quién decide y quién paga?

Alemania, que tiene un interés fundamental en la supervivencia del euro, debería plantear algunas ideas, sobre cómo se armonizarán y controlarán los futuros presupuestos de la eurozona, sobre cómo se adaptarán los sistemas y cómo se distribuirán las inversiones estatales. Sencillamente tendrá que tratar la cuestión clave: si estos diferentes Estados de Europa podrán desarrollar algún día una competitividad remotamente comparable, o si no serán necesarios pagos de transferencia, algo similar al mecanismo de ecualización fiscal en la propia Alemania.

Todo esto presenta cuestiones sobre ley presupuestaria, sobre supervisión parlamentaria y la arquitectura de la democracia en Europa. Al final todo esto podría desembocar en una revisión de la Constitución en Alemania, incluido el referéndum que entonces sería necesario. Toda Europa ve estos problemas y mira fijamente y embelesada a Alemania. ¿Y Alemania?

Alemania va a celebrar unas elecciones tranquilas, pero el día después de las elecciones, va a apartar esas manos extendidas con ansia, como cuando una ventana se cierra de golpe en una tormenta de otoño. No se va a producir ningún milagro y no habrá regalos bajo el árbol de Navidad. Angela Merkel probablemente no cambiará de postura y el SPD tampoco está demostrando un fervor especial hacia el euro. No obstante, se espera un nuevo ritmo en la adopción de reformas y algunos incluso esperan un importante pacto. Puede que Alemania se haya querido hacer pequeña en la campaña electoral, pero desde el exterior, sigue siendo un gigante pesado. Y a este Gulliver le resultará muy difícil librarse de los grilletes que le esperan.

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