Yo había escrito "Esto puede pasarle a cualquiera". Había escrito "Mis hijos viven por debajo del umbral de la pobreza". Y el 25 de enero de 2012, en periódico El Mundo, también escribí “Me alquilo”.
"Mujer caucásica de 43 años, periodista, escritora y editora. 1,69 de estatura, 60 kilos, pelirroja de bote, ojos azules. Con estudios universitarios, 25 años de carrera periodística y experiencia laboral en cuatro diarios españoles, cuatro cadenas de radio y tres de televisión. Seis libros publicados, de los cuales cuatro novelas, de las cuales tres premios. Experiencia en el montaje de redacciones, equipos de trabajo, campañas de comunicación, páginas web, elaboración del cocido madrileño y recitado de Gil de Biedma. Capacidad para escribir/conversar de literatura, política, economía, cocina, sexo, violencia, edición, familia y sus dificultades, desempleo, crimen, sindicalismo y penas, en sentido lato.
Se alquila para:
Pensar.
Cuidar haciendas. Incluso si este cometido incluye recogida de berzas.
Escribir cualquier tipo de texto, de ficción o no ficción, correspondencia incluida. Este punto incluye renunciar a la firma si así se solicita y se abona. [...]
Pasear animales o personas, preferiblemente personas. Este servicio incluye conversación.
Proyectar acciones de obediencia o desobediencia pública o privada.
Cualquier servicio de su interés que no conste en esta lista será amablemente contemplado y respondido.
Responde al nombre de: Cristina. Tarifas a convenir. Interesados, dirigirse a:cristinasealquila@gmail.com
Personas que requieran coito, felación, estriptis o similares, abstenerse.
Aquellos que quieran insultar, incluyan en el asunto del mail la palabra: PUTA".
Y llegaron respuestas. La mayoría, pese a mis indicaciones, con demanda de servicios sexuales, algunos incluso muy imaginativos. Casi nadie, sin embargo, se tomo en serio mi oferta. Y era cierta, como todo lo que escribo y publico en el diario. Era tan cierta que al mes siguiente nos cortaron la luz, tan cierta como que contábamos monedas para la leche de los desayunos. Pero estas cosas tienes que haberlas vivido para entenderlas y creerlas, para ser consciente.
Yo, creía, era consciente y, sin embargo, cuando el pasado día 13 de diciembre, a las ocho menos veinte de la tarde aquel tipo colocó en mi mano la notificación de desahucio, una sensación nieve de culpa, un bloque helado cayó a peso muerto sobre algún resorte. Y me puso en movimiento. Desnuda y aterida, pero:[[Hay que enunciar. Enunciar el miedo, formular la angustia, narrar la culpa]].
La negación
Me llamo Cristina Fallarás, la desahuciada que narra, y exactamente cuatro años antes de este echarme a enunciar, a las diez de una mañana tibia de noviembre, exactamente lunes 17 de noviembre de 2008, el director del diario en el que yo ejercía de subdirectora, ADN, dependiente del grupo Planeta, me despidió. Embarazada de ocho meses. En aquel momento, España tenía 2.500.000 parados –nos parecían una barbaridad, qué risa— y los más agoreros amenazaban con que esa crisis balbuceante llegaría hasta 2010, quizás hasta principios de 2011. Qué va, contestábamos a coro, cómo va una crisis a ser tan larga, jajaja. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero hablaba de "brotes verdes", de que se había tocado fondo ya y la cosa empezaba a florecer.
Faltaban poco para que el socialista inyectara decenas de miles de millones de euros a los bancos españoles. Dinero público.
Ahí empezó mi desahucio. En el despido. Y con qué frivolidad sucede, se toman esas decisiones. A mediados del pasado mes de noviembre El País despidió a 129 periodistas. [[Recuerdo que pensé Carne de desahucio, vengan para abajo que tenemos sitio]]. Como veterana –los despedidos en 2008 fuimos unos 800.000, no mucho en comparación con lo que ha venido luego, fuimos los primeros—, sé cuáles son los pasos que seguirán. A saber:
Paso 1. Yo valgo mucho, yo soy una gran profesional. Tengo me indemnización, un buen pico, tengo mi subsidio de desempleo. Al menos año y medio. Me tomo un par de meses para descansar y digerir el sapo.
El paso 1 dura algo menos de un año.
Paso 2. Se me está acabando el paro, no tendríamos que haber hecho aquel viaje. Vamos a cambiar las marcas de jabones, de alimentos, de ropa. Lo primero son los niños: que no noten nada. Tengo que montarme algo, una consultoría, una empresita, un despacho de comunicación. Voy a invertir lo que me queda de la indemnización en construirnos algo de futuro a mí y a mi familia. Puñeteros políticos.
El paso 2 abarca todo el segundo año.
El descenso
Paso 3. Niños, este año no hay vacaciones. Cariño, nos quitamos el coche. Carajo, hay que ver que poco ha durado lo del paro. Sólo las marcas más baratas, el arroz a granel, para los adultos: nada de ropa. La empresita no tira todavía, ¿cómo va a funcionar en unos meses? Parece que los créditos pasaron a la Historia. ¿Y si no soy tan buen profesional? ¿Y por qué mi pareja no encuentra nada de trabajo? A ver si se está relajando. [[Necesito pastillas. Si me cruzo a un político por la calle, le parto la jeta]]. Y si no, al empleado de mi banco. Como vuelvan a llamar por el retraso en el pago del mes, reviento. Necesito pastillas.
El paso 3 coincide con los dos primeros tercios del tercer año.
Paso 4. Necesito otras pastillas, más fuertes. Meses ya de retraso en el pago del piso, del agua, el gas. El banco ni me contesta, que llame a los servicios jurídicos me dicen. Cariño, la carne para los críos, yo con algo de pasta estoy lista. ¿Me lo parece a mí o estoy envejeciendo como el rayo? Ya no nos llaman aquellos. Ni los otros. Yo bajo al supermercado, tú distraes a la cajera, y me meto bajo la chaqueta la pasta de dientes y unas cuchillas de afeitar.
El paso 4 acaba en el desahucio. Lo que quede de ti ya es estadística.
Continuará.
Este artículo fue publicado el 12 de diciembre de 2012 en la revista argentina Anfibia.
Lea la primera parte del reportaje