Un ascenso bloqueado por los Estados-naciones

En opinión del director del diario Die Zeit, Josef Joffe, la experiencia europea ha perdido su impulso por la reticencia de los países miembros a renunciar a su soberanía.

Publicado en 9 mayo 2013 a las 10:00

Debo comenzar corrigiendo a mi amigo Niall. Se equivoca en lo relativo al número de teléfono. Sí es existe un número de teléfono. Es el número de Catherine Ashton. Al llamar, se escucha una voz grabada: en Alemania, pulse 1; en Francia, pulse 2. Eso nos indica dónde está Europa.

Permítanme que diga otra cosa. Creo que Europa era una idea maravillosa. Al fin y al cabo, Zeus, el dios de los dioses, arriesgó su matrimonio al huir con Europa, una mujer por la que perdió la cabeza. Y Ovidio, el poeta romano cantaba, “Till in the open sea he bore his prize . . . her right hand grasped a horn, the other leant upon his back.” (por las superficies de la mitad del ponto se lleva su botín. [...] con la diestra un cuerno tiene, la otra al dorso impuesta está”.

Europa también fue una idea maravillosa varias eras después, cuando decidió unificarse tras las dos guerras más cruentas de la historia. Qué historia tan gloriosa. Primero, seis naciones se unieron con la integración del carbón y el acero. Luego, poco a poco crearon un mercado común de bienes, capitales, servicios y personas; la democracia siguió al estilo de Cohn-Bendit con un Parlamento Europeo y finalmente introdujeron el euro, con lo que desaparecieron los francos, las pesetas y los dracmas. Ahora son veintisiete Estados miembros. El euro reina desde Portugal hasta las fronteras de Polonia. ¿Qué es lo siguiente? Por supuesto, los Estados Unidos de Europa.

[Se oye a Daniel Cohn-Bendit gritar ‘¡Sí!’ en el público]

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Retroceder, detenerse o atacar

¡Pues no! Europa se desmorona ante nosotros. El más grandioso experimento desde que las trece colonias americanas se convirtieran en E Pluribus Unum ahora se enfrenta a su crisis más atroz. ¿Qué es lo que ha parado en seco esta marcha de progreso que parecía inexorable?

Pensemos en la integración como el ascenso a una montaña en las Rocosas o en los Alpes. Al principio, en las laderas, todo es estupendo y fácil. A medida que ascendemos, la pendiente se vuelve más difícil y falta el aire. Finalmente llegamos a un escarpado precipicio, la cara norte del Eiger, en Suiza, por ejemplo, una montaña que constituye el núcleo de la soberanía nacional.

Aquí es donde nos encontramos hoy, con el euro, el logro que más nos enorgullece, a punto de sepultarnos. Hemos llegado demasiado lejos ¿qué hacer ahora? Sólo hay tres alternativas: retroceder, detenerse o atacar. ¿Atacamos la cumbre y ascendemos hasta los Estados Unidos de Europa? “Miren su grupo de diecisiete integrantes”, ruge la montaña, “son todos unos rezagados, malhechores, tullidos, aprovechados”. Y como es una montaña muy educada, añadiría que no existe ninguna unificación de verdad sin una guerra, en la que el elemento más fuerte obliga al resto a convertirse en un solo Estado.

Es lo que sucedió en Italia y Alemania, y por supuesto, como Danny ya ha señalado, en Estados Unidos, donde la guerra civil fue en realidad una guerra de unificación nacional. En Europa no habrá tal guerra, gracias a Dios. No hay ningún Bismarck ni ningún Lincoln en el futuro de Europa. Y Frau [Angela] Merkel no es ningún Bismarck, está claro.

Una realidad que no va a desaparecer

Pero entonces, ¿qué nos dice esta terrible crisis? Nos dice que no podemos llegar a la cima a menos que tengamos la voluntad y la capacidad para hacerlo. Pero no tenemos ninguna de esas cosas ni las tendremos nunca porque: (a) no podemos renunciar ni renunciaremos a la porción más grande de soberanía democrática, que es el poder de cobrar impuestos y gastar; y (b) para empezar, ni siquiera pertenecemos al mismo grupo de escalada. Sólo dos o tres o cuatro tienen la disciplina y la condición física para seguir adelante. El resto tienen sobrepeso, están cojos o agotados.

Así pues, dejemos a un lado la metáfora de la montaña. El concepto político es que Europa está arruinada y Alemania ni quiere ni puede pagar por el resto. Incluso Francia está arruinada. Además, los rezagados no quieren volver al campamento para ponerse en forma con un régimen doméstico muy doloroso que ya ha acabado con muchos de sus Gobiernos.

El mayor problema es la persistencia tenaz del Estado-nación, que no está dispuesto a ceder el elemento esencial de su soberanía. Como dicen los alemanes, la amistad acaba donde empieza el dinero y lo mismo ocurre con la integración. La UE ya no está retozando en las laderas. Se enfrenta a la cara norte del Eiger.

¿Significa que Europa es historia? Aún no lo sabemos. Pero sí sabemos una cosa: que el experimento ha fracasado en un sentido, porque ese maravilloso sueño de los años cincuenta, de volar arriba, arriba, hasta el cielo, se ha topado con la desagradable realidad del Estado-nación que no va a desaparecer. Y hablando con franqueza, ¿cuántos franceses, italianos, alemanes, polacos, etc. estarán dispuestos a dejar atrás dos mil años de historia? ¿Quién quiere ser gobernado desde Bruselas en lugar desde su propia capital?

Me gustaría acabar con una oración. Oremos para que el inevitable colapso del euro, la parte más ambiciosa del experimento, no entierre al resto de la unión. Y supliquemos a Zeus que salve a Europa de los mares furiosos y la lleve a una bahía en calma y protegida, porque Europa no puede conquistar el mar que constituye el Estado-nación. Y si se ahoga, Canadá y Estados Unidos no florecerán. Amén. Gracias.

Este artículo es la transcripción de la intervención de Josef Joffe como orador en el Munk Debate sobre el tema “¿Ha fracasado el experimento europeo?”. Fue parte de la historia de portada de la revista IL de Il Sole 24 Ore, con el título “Ataque a Europa”, publicada en abril de 2013.

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