La política de vecindad: un título claro, casi inofensivo. Con este nombre se designan en Bruselas los pequeños acuerdos establecidos con los vecinos difíciles, esos países que forman lo que vulgarmente se conoce como el "patio trasero" de Europa y a los que necesitamos como socios.
En el sentido de las agujas del reloj, esta zona comienza con la Bielorrusia del dictador Lukashenko y la Ucrania autoritaria de Yanukovich, ambos países suministradores de gas, continúa en las comarcas hostiles del Cáucaso y de Oriente Próximo y finaliza en el norte de África. Valiéndose de sus vastos recursos de gas y de petróleo, pero también de las cantidades de drogas, de refugiados y de islamistas que tienen preparadas para exportar, los dirigentes de estas regiones logran que los responsables europeos les presten atención.
Los rodeos de Europa con respecto a la crisis tunecina demuestran lo iluso que resultaba desear arreglar todos los problemas de nuestros vecinos de África y de Oriente Próximo dentro de una Unión para el Mediterráneo.
Un éxito del pueblo tunecino
El hiperactivo Nicolas Sarkozy, en su deseo de cambiar el centro geopolítico de Europa del eje franco-alemán a los países del sur, precisamente había elegido al geronto-cleptócrata Ben Ali como socio. (Berlusconi prefiere por su parte a Gadafi). ¿Era realmente una buena idea? El simple hecho de que Túnez, un país acorralado entre la ardiente Argelia y una Libia gestionada de forma errática, llegara a mostrar una relativa prosperidad y que quedaba protegido del islamismo, no bastaba para justificar una recompensa así.
Desde el punto de vista de Túnez, París es la capital de Europa. Pero Francia sólo ha animado a los manifestantes prodemócratas una vez que Ben Ali ha huido como un ladrón.
Aunque la ingerencia en una antigua colonia a menudo se ha vuelto en su contra, París podría haber ayudado a la sociedad civil y a la oposición tunecina desde hace mucho tiempo. Ahora, cuanto más rápido organice la vieja guardia del régimen depuesto un espectáculo electoral con aires democráticos, más difícil les resultará estar listos a tiempo a los partidarios de la libertad.
El pueblo tunecino puede estar orgulloso de haber logrado todo esto solo, algo con lo que Europa no podría ni soñar. Esperemos que en este momento decisivo, el apoyo de Europa no llegue demasiado tarde.
Debate
¿Está en marcha la libertad?
"¿Quién es el siguiente?", se pregunta Libération, mostrando el retrato de varios dirigentes árabes, preocupados por las consecuencias de la revolución tunecina en su régimen. Para algunos observadores, "la ilusión lírica no durará, la anarquía corre el riesgo de desembocar en otra dictadura y si por casualidad se instala la democracia, podría beneficiar en primer lugar a los islamistas, que han captado el espíritu de los estratos populares", escribe el diario. Pero, "actualmente, el pueblo tunecino ha demostrado que el llamamiento a la libertad se encuentra con un eco universal (…) Las diplomacias occidentales que apoyan sin cesar a los regímenes instaurados, abandonando sus principios para arrimarse al sol que más calienta, podrían empezar a comprender a este pueblo".
En cambio, en Londres, el periodista y escritor Robert Fisk, especialista en el mundo árabe, constata"la verdad brutal sobre Túnez". A pesar del deseo de libertad de la juventud tunecina que se moviliza a través de Internet, "el gobierno ‘de unidad’ lo formará Mohamed Ghanuchi, un sátrapa de Ben Ali durante cerca de 20 años, unas manos seguras que tendrán en cuenta nuestros propios intereses, en lugar del interés de su pueblo".
A conversation with investigative reporters Stefano Valentino and Giorgio Michalopoulos, who have dissected the dark underbelly of green finance for Voxeurop and won several awards for their work.
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