Timisoara (Rumanía), diciembre de 2009. Un tranvía decorado con fotos de la revolución de 1989.

¿Revolución? ¿Qué revolución?

Para la mayoría de los pueblos de la Europa postcomunista, diciembre es el mes en el que se rememora la caída del régimen. En Rumanía es una historia que se cuenta en una sociedad que vive en un mundo de ilusiones baratas.

Publicado en 21 diciembre 2011
Timisoara (Rumanía), diciembre de 2009. Un tranvía decorado con fotos de la revolución de 1989.

Realmente, la revolución nunca tuvo lugar. Simplemente es un cuento de otro mundo, más irreal que la Cuarta Dimensión (de La dimensión desconocida, la serie de televisión de los años sesenta). Un mundo lleno de jóvenes trimbulinzi [“excéntricos” según el término acuñado por el poeta rumano Nichita Stanescu y que se convirtió en una referencia de culto] que se escribían poesías de amor y se cogían de la mano. Un mundo lleno de bondad, con gente que vivía al día, esperando que una carta de amor escrita de puño y letra llegase a sus buzones, momento en que marcaba el final de la espera.

La revolución nunca tuvo lugar, como no existía la vida antes del iPhone, ni los diarios antes que los blogs, ni los oráculos antes que Facebook… Hoy tenemos un “Tarzan” [chófer que conduce con los pies]; un Sile Camataru y un Bercea Mondial [dos usureros muy famosos]; tenemos a la videnteVanessa [muy frecuentada por los famososrumanos]; tenemos casandras para predecir los terremotos y el Apocalipsis. También tenemos diputados que babean mientras duermen y zombis sin sentimientos ni resentimientos. ¿Viven ustedes en otro mundo? Entonces cojamos nuestras herramientas y vayamos a jugar a otro lado.

Un hecho fortuito transformado en aniversario

La revolución nunca tuvo lugar. Simplemente fue una sucesión de muertes teatrales que se mostraron secuencia a secuencia, dándole al pause en las imágenes en las que se apreciaba el dolor de los padres. La revolución es un hecho fortuito que se ha transformado en un aniversario, ha sido disecada mediáticamente, como el intento de suicidio de un pueblo que no podía acceder al Furadan [un insecticida muy potente]. Tampoco hubo solidaridad en medio del sufrimiento. Ni Papá Noel, ni la “muy querida camarada” [Elena Ceausescu, esposa del dictador Nicolae Ceausescu]. Ni Eugenia [galleta de la época comunista], ni comida racionada, ni pan con mermelada, ni “Radio Free Europe”, ni el pañuelo de los pioneros.

Lo que sí existieron, eso se lo aseguro, fueron las inmensas ganas de carne de cerdo vietnamita y de ternera australiana, de soufflé de aguacate y de tomates cherry, de M&Ms, de H&M y de WTF (“What the Fuck”, expresión vulgar en inglés) y de OMG (“Oh My God!”, Oh Dios mío en inglés). Ilusiones baratas y una vida consumida en una bocanada a pleno pulmón de una colilla de cigarrillo.

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Créanme, el mundo en el que las personas se entienden con los ojos pero no necesitan tocarse, sin tarjetas de crédito, sin SMS ni PIN, sin silicona, ni plasma, ni cristales Swarovsky, el mundo en el que las putas jamás firmaban autógrafos en la calle y en el que nadie desperdiciaría ni su vida ni su cerebro en escuchar los discursos de algunos semianalfabetos. Un mundo así no ha podido existir.

Una Rumanía neurótica

No. Una simple búsqueda en Google servirá para ilustrarse: un mundo sin centros comerciales, sin créditos bancarios, sin Jean de Craiova y sus manele [música que mezcla pop folk con ritmo gitano], sin traseros llenos de nata, sin un espacio virtual lleno de pervertidos y de sexo. La revolución y el mundo del que provenía no han podido existir. Porque una rumana heróica no ha podido transformarse de un día para otro en una rumana erótica. Y neurótica.

Creer que la plaza de la Ópera de Timisoara [en la que estalló la revolución de 1989] y los muertos yaciendo en los peldaños de la catedral son imágenes de un mundo utópico resulta mucho más inteligente. Las imágenes ancladas en el tiempo, como las de los muertos en la plaza de la Universidad en Bucarest. Las plazas de Cluj, Sibiu o Brasov.

¿Diciembre de 1989? una invención en el calendario. Un tiempo durante el que estuvimos dormidos y del que despertamos bruscamente al zapear, al navegar por Internet. Sin vivir. Sin esperar. Porque no venimos de ningún sitio y no vamos a ningún lado. Ya nunca podremos ser iguales. Ni buenos, ni trimbulinzi exponiéndonos a pecho descubierto ante las balas.

Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.

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