François Hollande y Angela Merkel acaban de jugar una muy mala pasada a la Unión Europea. La pareja franco-alemana, por una vez de acuerdo, decidió ayer enterrar un debate estratégico sobre el futuro de Europa. Un debate aplazado, confiscado o más bien prohibido.
Los Veintisiete se habían comprometido a adoptar una “hoja de ruta” política antes de finales de año, en la que se debían detallar las principales etapas de una “integración solidaria”, citando la expresión sibilina que tanto le gusta al presidente Hollande. ¿Qué solidaridad financiera, qué capacidad presupuestaria común, qué control democrático?
No se trataba de zanjar todo, ni de avanzar hacia delante sin miramientos y de modo irresponsable, sino de poner en marcha a todas las instituciones de la Unión y, sobre todo, de iniciar un gran debate a cielo abierto. Había al menos dos motivos para hacerlo: la supervivencia de la zona depende de ello, pues los Veintisiete únicamente han evitado la catástrofe en cada una de las cumbres calificadas “de la última oportunidad” dando un paso más en materia de solidaridad financiera entre los Estados miembros; pero esta forma de avanzar en zig-zag, y ese es el segundo motivo, se hace por la coacción de los mercados, sin visión política y sobre todo, dando la espalda a las opiniones públicas.
Al no estar de acuerdo sobre los contornos de un nuevo federalismo europeo, los franceses y los alemanes han preferido la política del avestruz: Angela Merkel inicia un periodo electoral y no quiere asumir el más mínimo riesgo; y no hay nada que François Hollande tema más que volver a abrir las viejas heridas en su mayoría. Y asunto concluido. Pero esta política se basa en unos principios arriesgados, como si hubiéramos superado definitivamente la crisis y como si los pueblos pudieran conformarse con la austeridad a corto plazo.
Visto desde Portugal e Italia
Una cumbre decisiva, otra más
“El Consejo Europeo de hoy y mañana debatirá una hoja de ruta para reformar y completar la unión económica y monetaria, que será decisiva para salir de la crisis de la eurozona”, sintetiza Maria Joao Rodrigues en Público. A su juicio,
tras tres años de medidas que no llegaban a estar a la altura y que han dejado que la crisis se extienda, por fin están sobre la mesa las propuestas de gran envergadura en las que Portugal debe intervenir de forma activa […] para evitar que la lógica intergubernamental se imponga en el proceso de toma de decisiones, puesto que eso favorece a los países más fuertes. Sólo el método comunitario, que se basa en la iniciativa de la Comisión Europea y en el papel del Parlamento, garantiza una mayor igualdad entre los Estados miembros y los ciudadanos, que hoy en día está muy degradada.
“Esta última cumbre […] de un año difícil que la UE cierra con un ambiente de sombrías preocupaciones y alarmantes incertidumbres sobre casi todo. Sobre su futuro, su identidad, su integración o su sueño federal”, escribe Enzo Bettiza en La Stampa. Para el editorialista italiano, en la cumbre del 13 y 14 de diciembre
las 48 horas se repartirán entre confidencias en los pasillos y discretas reuniones bilaterales. Tras haber evitado el escollo griego y habiendo congelado de momento el déficit español, los principales protagonistas de la cumbre, los franceses y los alemanes, afrontarán en la intimidad diplomática de las cenas privadas los dos “incidentes” de mayor calado que amenazan la cohesión de la UE: la deriva política de Italia y la oposición euroescéptica y anti-burocrática del Reino Unido.