Reportaje Europa colonial
Vista del pueblo de Narsaq, 450 km al sur de la capital de Groenlandia, Nuuk. | Foto: ©Federica Bonalumi Narsaq Federica Bonalumi voxeurop

Las consecuencias de la colonización sobre la cultura inuit en Groenlandia

La industrialización impuesta y los traslados forzosos de los pueblos a las ciudades: la de los daneses en Groenlandia fue una colonización política e industrial que marginó la cultura inuit, mientras que el cambio climático corre el riesgo de derretirla como lo hace con los hielos de la isla.

Publicado en 5 diciembre 2024
Narsaq Federica Bonalumi voxeurop Vista del pueblo de Narsaq, 450 km al sur de la capital de Groenlandia, Nuuk. | Foto: ©Federica Bonalumi

A principios de la década de 1970, Nuuk, la capital más al norte de todo el mundo, contaba con poco más de 7000 habitantes. Hoy en día son casi 20 000, un tercio de la población total de Groenlandia. Los “no groenlandeses” en el mismo período de tiempo solo pasaron de dos mil a cuatro mil.

La mayoría de los nuevos habitantes de Nuuk son en realidad inuit, los nativos de la isla ártica que siguen siendo hoy su principal grupo étnico y que fueron trasladados por la fuerza de los pueblos a la ciudad. El proceso fue impuesto a partir de la década de 1950 por el Reino de Dinamarca. El objetivo era doble: hacer que los inuits fueran más “daneses” e imponer una transformación de la economía de subsistencia a la de industria.

La de los daneses en Groenlandia fue una colonización política e industrial. Comenzó oficialmente en 1721, con la misión de un sacerdote apoyado por la Iglesia y la Corona danesa. Desde entonces, los vínculos con Copenhague nunca se han interrumpido, salvo un breve interludio durante la ocupación nazi de Dinamarca, de la que Groenlandia escapó.

Los inuits que habitan la isla del Ártico empezaron a buscar una mayor libertad allá por la década de 1970, habiendo constituido su propio Parlamento, dando origen al período “poscolonial”. En 2009 obtuvieron las bases para el reconocimiento de una plena independencia, por ejemplo, mediante la gestión autónoma de sus recursos naturales. Sin embargo, por el momento, la isla sigue siendo un territorio bajo la administración de la Corona danesa.

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Debido también a estos antecedentes ​​históricos, el partido independentista de izquierdas Inuit Ataqatiglit ganó las elecciones de 2021 con un programa que busca la independencia total de Dinamarca y un control estricto de las licencias de extracción concedidas a empresas extranjeras.

Los políticos groenlandeses están seguros de que podrán defender sus recursos de los apetitos de China, Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, los nuevos colonizadores potenciales y, al mismo tiempo, lograr una mayor autonomía respecto a Copenhague.

Sin embargo, lo que no han logrado proteger en los últimos sesenta años es su propia identidad cultural, que cada vez está en mayor peligro de extinción.

Despoblar los pueblos

Después de la Segunda Guerra Mundial, Dinamarca decidió que era hora de desarrollar la economía local de Groenlandia. La gran isla helada ofrecía oportunidades para la pesca comercial, particularmente de camarón y fletán, un gran pez plano que los inuits capturan bajando una línea con cientos de anzuelos a través de un agujero perforado en el hielo.

Dinamarca introdujo empresas comerciales que hacían la misma operación a escala industrial y añadió flotas pesqueras que iniciaron un proceso de profunda transformación no solo de la economía local, sino también del estilo de vida de los habitantes de las aldeas tradicionales.

Quienes otrora fueron cazadores y pescadores comenzaron a buscar empleo como trabajadores en las nuevas plantas procesadoras de pescado instaladas en los centros de población más grandes, donde se buscaba mano de obra.

El gobierno danés justificó la desaparición del mapa de varios centros de población argumentando que mantener servicios como escuelas y clínicas en todas partes era demasiado difícil y costoso y que resultaría más sencillo si los inuits se mudaran a ciudades más grandes, donde ya existía la infraestructura.

Así fue como muchas familias indígenas acabaron viviendo en Nuuk en grandes edificios de hormigón, construidos específicamente para acoger a los trasladados desde pequeños asentamientos, abandonando por completo su estilo de vida ligado a las tradiciones y a la naturaleza.

Los edificios populares de Nuuk, símbolo de la urbanización de Groenlandia, albergan a muchas de las personas que se vieron obligadas a abandonar los pequeños asentamientos de la costa © Davide Del Monte
Los edificios populares de Nuuk, símbolo de la urbanización de Groenlandia, albergan a muchas de las personas que se vieron obligadas a abandonar los pequeños asentamientos de la costa. | Foto: ©Davide Del Monte

Algunas tradiciones inuits ya se han perdido en Nuuk, como la pesca perforando el hielo. En el puerto de la ciudad se pueden ver tanto los grandes barcos pesqueros de Royal Greenland –la mayor empresa pesquera de Groenlandia, controlada por la Oficina de la Presidencia del Gobierno de la isla– como las pequeñas embarcaciones de los pescadores locales. Las capturas de estos últimos se venden, al menos en parte, en los puestos del mercado de carne y pescado, donde solo compran otros inuits.

Los cazadores, sin embargo, siguen capturando sus presas una a una, aventurándose por las montañas que cubren toda la isla ártica.

Marcharse o volver

La industrialización de la pesca ha generado, por un lado, beneficios económicos tanto en Groenlandia como en Dinamarca, y por el otro ha limitado las posibilidades de que las pequeñas empresas y los pescadores locales participen activamente en el mercado, reduciendo la autonomía económica de las comunidades y creando nuevas dificultades sociales.

Narsaq, una aglomeración de menos de 1500 personas asentada en un fiordo a más de 450 kilómetros al sur de la capital Nuuk, fue una de las principales víctimas de este proceso. Allí, cincuenta años después de su apertura, Royal Greenland cerró las plantas procesadoras de pescado, condenando al pueblo a un dramático declive económico y social.

La planta procesadora de camarones, inaugurada en la década de 1970 como parte del plan danés de desarrollo de la industria pesquera en Groenlandia, había garantizado durante varias décadas crecimiento económico y trabajo estable a una gran parte de la población.

Sin embargo, en 2010, los problemas legales relacionados con los recursos pesqueros – debido a que cada vez se capturaban menos camarones debido al desplazamiento de la especie más hacia el norte por culpa del cambio climático.  Además, los consiguientes costes de gestión cada vez mayores, llevaron al cierre de la factoría, dejando sin trabajo a más de 100 personas (casi el 10 por ciento de la población), muchas de ellas cabezas de familia.

Así, muchas familias se han visto obligadas a abandonar su asentamiento en el sur de Groenlandia en busca de nuevas oportunidades en la capital. Desde 2010, Narsaq ha perdido el 20 por ciento de su población y sufre la tasa de desempleo más alta de Groenlandia.

Ole Møller es el electricista de Narsaq. Dejó la capital, Nuuk, para regresar a su pueblo natal. La suya es una elección política: “Mi esposa y yo tenemos nombres daneses y nacimos en una época en la que ser danés se consideraba mejor que ser groenlandés”, dice. Para sus hijas –Qupanuk y Lluna, de un año y medio y nueve meses– quería una situación diferente.

En contraste con el predominio del danés y del inglés en las escuelas de Nuuk, ha decidido enseñarles antes que nada el groenlandés: “Nuestro miedo es que la lengua groenlandesa se pierda junto con nuestras tradiciones”, explica mientras compagina la cocina con la atención a las dos niñas.

Regresar a una zona tan remota significa que hacer cualquier cosa sea más difícil de lo que debería ser.

“Con el aislamiento, hasta las necesidades más sencillas requieren meses de espera: desde las medicinas hasta la pintura para terminar de pintar las paredes de la casa, hay que esperar varios meses”, dice mirando la fachada de su casa, mitad fucsia y mitad roja. “Se acerca el invierno y se me ha terminado la pintura. Acabaré de pintarla el próximo verano”.


“Nuestro miedo es que la lengua groenlandesa se pierda junto con nuestras tradiciones” – Ole Møller


Un viejo pescador que alguna vez trabajó como proveedor para Royal Greenland ahora pasa las tardes en el Inugssuk Cafe, una de las pocas tabernas de Narsaq.

Se llama Christian y está intrigado por la presencia de forasteros en su pueblo. Mientras habla, termina abriéndose también a cuestiones personales.

“La tasa de suicidios en Groenlandia es tan alta que no es exagerado decir que todo el mundo tiene al menos un conocido que se ha quitado la vida”, afirma. Luego muestra una foto de sus nietos y dice que su hija, madre de los dos niños, también se quitó la vida.

Mientras habla se emociona y besa el teléfono, como si no pudiera contener la oleada de cariño hacia sus dos nietos que se quedaron sin madre. La mujer tenía treinta años y pertenecía a esa generación que sigue preguntándose si podrá existir un futuro entre los fiordos de su patria.

Christian vive en Narsaq y fue pescador de Royal Greenland, la mayor empresa pesquera de Groenlandia. Pasa las tardes en uno de los pocos bares del pueblo © Federica Bonalumi
Christian vive en Narsaq y fue pescador de Royal Greenland, la mayor empresa pesquera de Groenlandia. Pasa las tardes en uno de los pocos bares del pueblo. | Foto: ©Federica Bonalumi

Los inuits de las generaciones más jóvenes viven una fase de transición: por un lado, desean conservar las tradiciones de la caza de sus abuelos, e incluso también de sus padres, centrada en una profunda ligazón con la naturaleza y con su tierra; por otro, están confusos y desorientados por las expectativas de tener que vivir una vida urbana.

Se sienten privados de una identidad, distanciados tanto de las generaciones precedentes como de los coetáneos del mundo globalizado. Las más afectadas, hoy por hoy, son las personas de entre 20 y 24 años.

Como también ocurrió con otras poblaciones nativas obligadas a cambiar radicalmente su estilo de vida, la pérdida de identidad comenzó con el desarraigo ordenado por ley por los daneses.

Además de los lugares donde tenían que vivir, los daneses impusieron su propia lengua, religión y sistema educativo a los inuits, obligándolos a abandonar sus aldeas y trasladarse a la ciudad, desalentando el uso de las tradiciones y la lengua local, el kalaallisut, en un intento de transformarlos en ciudadanos daneses.

A partir de la década de 1970 se produjo en Groenlandia un aumento de los suicidios: de 1970 a 1989 la tasa aumentó de 28,7 a 120,5 cada cien mil personas. Hoy en día la tasa ha disminuido lentamente, pero se mantiene como una de las altas del mundo: cerca de 81 de cada cien mil personas.

Si el hielo desaparece

Tukumminnguaq Lyberth nació en Qaanaaq, la ciudad más septentrional de Groenlandia. A este lugar lo llaman Thule, el nombre de la isla imaginaria que según los cronistas de la antigüedad marcaba los confines del mundo.

Al igual que muchas treintañeras inuits, Lyberth se trasladó a Nuuk para trabajar. Desde hace poco, forma parte de Oceans North, la asociación que trabaja para preservar los derechos de los inuits, especialmente en lo que respecta a la pesca y la protección del medio marino.

Rememorando su infancia, Lyberth recuerda las enormes batidas de caza emprendidas por los hombres de su aldea sobre la banquisa, la capa de hielo flotante que recubre las aguas del mar.

“La banquisa era así de gruesa”, dice alzando el brazo por encima de la cabeza, con una expresión que la hace volver, con una sonrisa, a un lugar lejano, guardado en la memoria, “era más gruesa que la altura de un ser humano, por eso estábamos tranquilos cuando la recorríamos para ir de caza”.

Hoy en día la situación es muy diferente: en los últimos veinte años, la caza y la pesca se han puesto cada vez más difíciles para los habitantes de Qaanaaq, entre los pocos que han intentado practicarla siguiendo todavía los métodos tradicionales.

La culpa es del hielo que se derrite.

De hecho, en el norte de la isla, los cazadores y pescadores inuits continúan avanzando sobre el hielo durante kilómetros para encontrar sus presas, hasta llegar al punto adecuado donde pueden hacer un agujero en el que pescar y cazar animales marinos.

“Para nosotros el hielo lo es todo”, dice, “es algo que a otros les cuesta entender. Pero nosotros obtenemos del hielo todo lo que necesitamos”. “Esta relación profunda”, continúa, “nos ha permitido desarrollar una cultura y un estilo de vida en estrecha armonía con la naturaleza, aprovechando al máximo los recursos que tenemos a disposición”.

El problema es que el mar se helaba en septiembre, cuando la luz todavía dominaba los largos días y, por lo tanto, los cazadores podían salir con trineos en busca de focas para abastecerse en previsión del largo invierno.

Hoy en día hiela mucho más tarde, hacia finales de octubre o incluso noviembre, cuando la oscuridad domina mucho antes al día. Además, la banquisa se mantiene mucho más delgada con peligro de hundirse bajo el peso de los trineos. El resultado es que la caza y la pesca son cada vez más peligrosas: “Conozco a varios cazadores que han abandonado la actividad porque no pueden alimentar a sus perros ya que la caza no les proporciona ahora ingresos suficientes para pagar las cuentas. La cultura de la caza está en peligro”, afirma  Lyberth.

Ver el hielo derretirse es como ver los granos de arena de una clepsidra a punto de terminarse: “Si el hielo desaparece, tarde o temprano nosotros también desapareceremos de estos lugares”, concluye muy segura.

👉 Artículo original en IrpiMedia
🤝 Este artículo se ha publicado dentro del marco del proyecto colaborativo Come Together

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