Tras sus estudios universitarios en California, Dylan Baker fue contratado por Google. La clásica trayectoria profesional de un joven ingeniero de software que busca pagar su préstamo estudiantil. Se unió a la poderosa compañía tecnológica en 2017 para trabajar en el aprendizaje automático, un proceso que permite a los dispositivos de inteligencia artificial (IA) “aprender” de los datos sin instrucciones precisas.
Para ello, utiliza lo que se conoce como “datos etiquetados”, a los que se adjuntan explicaciones sobre su significado o contenido. Por ejemplo, una imagen de un gato con una indicación de la ubicación de sus orejas y hocico, o un vídeo de una persona con una transcripción de lo que dijo o una referencia a su emoción.
Dylan y sus compañeros de trabajo reciben estos paquetes de datos para alimentar sus sistemas de IA. “En aquel momento de mi carrera, ni siquiera sabía que etiquetar datos era un trabajo en sí mismo”, recuerda Baker. “A nosotros nos llegaban los llamados datos etiquetados. ¿Por quién? ¿Cómo? No nos lo preguntábamos”. El joven ingeniero tuvo que investigar para descubrir la realidad de las condiciones de trabajo de las personas que “etiquetaban” los datos que recibía.
Entrenadores de IA sin derechos
Algunos de estos formadores de IA trabajan en grandes centros de países donde la mano de obra es barata. Muchos, en cambio, trabajan para plataformas como Amazon Mechanical Turk o Clickworker.
Estos trabajadores, que están repartidos por todo el mundo, realizan lo que se conoce como “trabajo de clic” y cumplen pequeñas tareas estandarizadas y poco cualificadas bajo demanda. Las empresas u organizaciones clientes envían estas “misiones” a las plataformas, que apenas les pagan unos céntimos.
En 2022, la “disonancia cognitiva” (según sus propias palabras) de Baker entre sus valores y su trabajo era ya demasiado grande. Sus superiores ignoraban sus preocupaciones sobre los sesgos de la IA y las condiciones laborales de las personas que producían los datos. Así que dejó Google para unirse al Distributed AI Research Institute (DAIR), fundado por Timnit Gebru, ingeniero e investigador en ética de la IA y que había sido despedido de Google. Ahora, a sus 28 años, Baker investiga sobre la ética de la IA y hace campaña para mejorar las condiciones de trabajo de las personas que entrenan estos sistemas.
El 21 de noviembre, Dylan Baker fue invitado a participar en un debate en el Parlamento Europeo organizado por la eurodiputada francesa Leïla Chaibi (GUE/NGL, izquierda): “Estoy aquí para dar el punto de vista de un ingeniero, pero sobre todo para decir ‘escuchad a los trabajadores’”.
Tareas a unos pocos céntimos
Sentada a su lado, con el rostro oculto por un cabello castaño de puntas lavanda, Oskarina Fuentes es una de esas trabajadoras. Esta venezolana de 34 años explica, en español, en qué consiste su trabajo desde hace una década. Trabaja con varias plataformas, pero solo puede nombrar una (Appen) porque está sometida a acuerdos de confidencialidad.
De hecho, son los únicos acuerdos que ha firmado con estas empresas: trabaja sin contrato, le pagan por trabajo. Comenzó esta actividad cuando estudiaba en la universidad, para obtener algunos ingresos. Por aquel entonces, aspiraba a entrar en la petrolera nacional, pero la inflación ya había dejado sin valor la moneda local. Las plataformas le pagaban en dólares, aunque unos centavos por trabajo, pero “seguía siendo mejor que el salario mínimo venezolano”, explica. Acabó viviendo “al 100 %” de esta actividad. Con un portátil básico, regalado a los estudiantes de primaria por el Gobierno y adquirido en el mercado negro, se pasa el día navegando entre cinco plataformas.
En 2019, “la vida en Venezuela se ha vuelto imposible”, con la inflación y los cortes de luz e internet. Oskarina tomó un autobús a Colombia. A los pocos meses de llegar al país, cayó enferma. Le diagnosticaron diabetes de tipo 1, que la incapacitó hasta el punto de no poder trabajar con normalidad. No tuvo más remedio que seguir viviendo del trabajo de las plataformas.
En todo el tiempo que lleva entrenando IA, Oskarina sabe hacer de todo. La mayoría de las veces verifica y evalúa resultados dados por algoritmos (como el resultado de una búsqueda en Google), actualiza datos sobre una empresa o una persona o determina a qué franja de edad corresponde un vídeo. En los últimos años, las ofertas de trabajo son cada vez más escasas.
“Sin la intervención humana constante, los modelos de IA acabarán autodestruyéndose” – Dylan Baker, investigador sobre la ética de la IA
Para seguir obteniendo unos ingresos decentes, tiene que seguir apuntándose en distintas plataformas: “Tengo todas las ventanas abiertas al mismo tiempo en la pequeña pantalla de mi ordenador. Es un poco duro para los ojos, pero no me queda más remedio: tengo que ganar lo suficiente para pagar el alquiler y las facturas”. En general, un trabajo se paga entre 0,01 y 0,05 dólares. Los empleos son escasos y hay mucha gente disponible, pero la joven nunca llega a desconectar: “A veces me levanto a las 3 de la mañana solo por unos céntimos”.
Aislados, inseguros y compitiendo por una simple tarea, los trabajadores del clic son invisibles para las grandes empresas tecnológicas. Como no tienen contrato de trabajo, no tienen seguridad laboral. Una empresa puede rechazar una tarea si considera que no está suficientemente bien hecha. En ese caso, la persona no cobrará, aunque el cliente pueda conservar los datos etiquetados. En estos casos no solo pierden la remuneración, sino también un tiempo precioso. A menudo, los perjudicados ni siquiera saben por qué han rechazado su trabajo.
Yasser Al Rayes participa en el acto en el Parlamento Europeo en vídeo desde Siria. Detrás de él, un gran ventanal deja entrever los edificios de Damasco. El joven licenciado en informática e IA ha venido a dar testimonio: “No tenemos una conexión estable a internet, los cortes de luz [son recurrentes], y trabajar en un lugar con buen ancho de banda es caro”, explica. “Sin embargo, los clientes de las plataformas a veces ponen el listón muy alto en cuanto a cómo debe realizarse una tarea”. Si se desconectan en mitad de una tarea, pueden denegarles el pago. “O incluso ser expulsados de la plataforma” cuando esto ocurre con demasiada frecuencia, lamenta el joven sirio.
En un documental sobre su vida cotidiana, realizado para el proyecto Data Worker Inquiry, relata las horas que pasa intentando comprender las instrucciones de una tarea: “He terminado todas mis tareas del día, y todas han sido validadas por mis supervisores. Pero ahora veo que el cliente las ha rechazado todas. Tengo que volver a empezar”. Diez horas de trabajo que se esfuman.
Para luchar contra estos abusos y asesorarse mutuamente ante instrucciones a veces vagas, los microtrabajadores no han tenido más remedio que organizarse.
Krystal Kauffmann vive en Estados Unidos. Al igual que Oskarina Fuentes, empezó a trabajar para plataformas cuando una enfermedad crónica la excluyó del mundo laboral convencional. “Esto fue en 2015, antes de la pandemia, y el trabajo a distancia no existía realmente en mi zona”, recuerda esta nativa de Michigan. “Así que busqué en Google oportunidades de trabajo desde casa y di con Amazon Mechanical Turk”, recuerda.
Tras años trabajando sola detrás de su pantalla, se unió y luego se convirtió en directora de Turkopticon, una organización creada por y para los trabajadores de las plataformas de microtrabajo. Allí descubrió las flagrantes desigualdades con sus colegas internacionales: “La gente que trabajaba en Latinoamérica o India cobraba mucho menos que yo por exactamente el mismo trabajo”.
Turkopticon empezó como un simple foro de evaluación de tareas y clientes, pero ahora reúne a personas de todo el mundo en distintos canales de debate y aboga por sus derechos. “En un mundo ideal, [los trabajadores de datos] serían reconocidos como los expertos que son. Tendrían acceso a la misma cantidad de trabajo, el mismo salario, apoyo psicológico...”, argumenta Kauffmann.
“La IA generativa siempre necesitará humanos”
“Estamos en un momento crucial: la Unión Europea se pregunta cómo regular la IA y el trabajo con IA”, explica Leïla Chaibi. Es absolutamente necesario interesarse por “estos trabajadores previos al algoritmo”. Su trabajo, aún más invisible tras el teléfono u ordenador, es el gran olvidado en los debates europeos sobre la regulación de la inteligencia artificial.
El español Nacho Barros recuerda sus primeros pasos en las plataformas durante el encierro de 2020: “Al principio, me pareció fascinante. Algunos trabajos me gustaban, pero pronto me di cuenta de que todo el tiempo que pasaba eligiendo las tareas, registrándome en las plataformas, cualificándome para los distintos trabajos, no era remunerado”. Como este trabajo era demasiado precario, Barros aceptó un puesto en la hostelería. No obstante, sigue luchando por la regulación del click-to-work o trabajo de clic. Porque, si hubiera un marco de protección y, sobre todo, “un salario digno”, Nacho podría verse volviendo a este trabajo a tiempo completo.
“La IA generativa siempre necesitará humanos. El lenguaje cambia constantemente”, ilustra Krystal Kauffman. Dylan Baker está de acuerdo: “Afirmar que un día la IA ya no necesitará a los humanos es una estrategia de marketing bien elaborada por parte de las plataformas. Pero es absolutamente inviable. Sin la intervención humana constante, los modelos de IA acabarán autodestruyéndose”.
👉 Artículo original en Basta!
🤝 Este artículo se ha publicado dentro del marco del proyecto colaborativo Come Together
Desde la década de 1980 y la financiarización de la economía, los actores financieros nos han mostrado que los vacíos legales esconden una oportunidad a corto plazo. ¿Cómo terminan los inversores ecológicos financiando a las grandes petroleras? ¿Qué papel puede desempeñar la prensa? Hemos hablado de todo esto y más con nuestros investigadores Stefano Valentino y Giorgio Michalopoulos, que desentrañan para Voxeurop el lado oscuro de las finanzas verdes; hazaña por la que han sido recompensados varias veces.
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