Análisis Migración e identidad

¿Por qué los hijos de inmigrantes sienten antipatía por los inmigrantes?

Las investigaciones demuestran que los inmigrantes tienden a traer consigo sus prejuicios, adoptando los sentimientos antiinmigrantes de sus nuevos anfitriones. Los inmigrantes de clase media pueden temer la pérdida de su estatus. Otros sencillamente buscan diferenciarse de un grupo estigmatizado, afirma Kaja Puto, redactora jefe de Krytyka Polityczna.

Publicado en 18 junio 2025

“Dios me bendijo con la oportunidad de llegar a ser hijo de América”, dijo Marco Rubio en una ocasión. Cuando en 2016 se presentó contra Donald Trump para la nominación por el Partido Republicano a las elecciones presidenciales, el actual secretario de Estado basó su campaña en la historia de sus padres, que fueron migrantes económicos de Cuba.

Unos pocos años antes, cuando todavía era un político local que luchaba por conseguir votos en Florida, Rubio llegó a afirmar –faltando a la verdad– que eran refugiados que habían huido del régimen de Fidel Castro. Actualmente se dedica a cerrar las puertas de EE. UU. tanto a los refugiados como a los migrantes económicos. Rubio, al que a veces se considera futuro presidente, nunca habría llegado a ser un “hijo de América” ​​si el edicto de Trump que deroga la ciudadanía por nacimiento hubiera estado vigente cuando Rubio nació.

Una paradoja similar se ha señalado con relación a Priti Padel, exministra del Interior británica con el gobierno de Boris Johnson. Además de una serie de restricciones a la migración, impulsó un plan para deportar a Ruanda a los solicitantes de asilo. Sin embargo, en una entrevista admitió que, según su propuesta legislativa, sus propios padres (inmigrantes de origen indio procedentes de Uganda) tal vez no hubieran podido entrar en el Reino Unido.

Un opositor aún más feroz a la migración es Tomio Okamura, político checo de extrema derecha, de ascendencia japonesa. Saltó a la fama por sus diversos llamamientos a prohibir el islam, boicotear los kebabs, permitir que los cerdos campen a sus anchas cerca de las mezquitas y deportar a la India a los romaníes. Todo ello en nombre de la “defensa de la civilización occidental”. En las últimas elecciones, Okamura utilizó en su campaña unos carteles que mostraban a un hombre de piel oscura esgrimiendo un cuchillo ensangrentado. “Los cirujanos importados no resolverán el problema de la asistencia sanitaria”, era el texto del cartel.

El hecho de que él mismo afirme haber sido víctima de racismo en numerosas ocasiones no ha sido obstáculo para su retórica incendiaria. Afirma que sufrió acoso en su hogar infantil checo debido a sus ojos rasgados, y que cuando fue a Japón de joven no pudo encontrar trabajo porque lo consideraban un “mestizo”.

Y luego tenemos a Geert Wilders (PVV, extrema derecha), el político neerlandés notorio por sus posturas antiinmigración. Tal como el propio hermano de Wilders apuntó en Twitter, su madre había nacido en las Indias Orientales Neerlandesas (ahora Indonesia), y la esposa de Geert es húngara con ascendencia turca.

En cuanto a Alemania, la populista de izquierdas Sahra Wagenknecht es hija de un inmigrante procedente de Irán. En la RDA sufrió acoso en la escuela debido al color oscuro de sus ojos; hoy en día se opone a la inmigración. A diferencia del resto, ella lo hace desde una posición de izquierdas, es decir, preocupada no tanto por la cultura alemana como por los recursos del estado de bienestar alemán.

Prejuicios y angustia acerca del estigma

Puede parecer obvio, pero no hace tanto tiempo que los sociólogos, y especialmente los economistas, han empezado a investigar seriamente los sentimientos de los inmigrantes ya asentados en sus países de acogida hacia los inmigrantes más recientes. Antes, la atención se centraba en sus relaciones con los nacionales de su país de acogida. Como escriben Aflatun Kaeser y Massimiliano Tani en Do immigrants ever oppose immigration? [¿Se oponen alguna vez los inmigrantes a la inmigración?], un artículo de 2023 publicado en el European Journal of Political Economy, la cuestión apenas comenzó a despertar una atención generalizada en 2016. En las elecciones presidenciales estadounidenses de ese año, un sorprendente número de latinos votó a Donald Trump, el hombre que quería construir un muro en la frontera entre Estados Unidos y México.

La investigación que se ha ido haciendo desde entonces muestra que los inmigrantes pueden adoptar fácilmente los sentimientos antiinmigración de sus anfitriones, que traen consigo sus prejuicios y que quienes tienen una posición socioeconómica superior se pueden distanciar de otros por temor a perder su posición o sencillamente para diferenciarse de los miembros de un grupo estigmatizado.

Alemanes étnicos, Polacken y trabajadores invitados

Estas tensiones son claramente visibles en países con una larga historia de inmigración. En Alemania, comenzó después de la Segunda Guerra Mundial con la llegada de personas de habla alemana procedentes de Europa del Este. Expulsados ​​de sus hogares debido a su etnicidad alemana, en Alemania vieron que se les llamaba [con intención peyorativa] Polacken (”polacos”, con connotaciones a bárbaros orientales). Más tarde, durante el “milagro económico” de las décadas de 1950 y 1960, el gobierno de Alemania Occidental dio entrada a “trabajadores invitados”, por lo general italianos, griegos, turcos, españoles y yugoslavos.

Se suponía que los Gastarbeiter [trabajadores invitados] regresarían a sus países de origen al expirar sus contratos, pero no lo hicieron, para gran disgusto de muchos nativos, incluidos también los Polacken. A su vez, dado que la situación de los recién llegados en su patria adoptiva dependía en gran medida del trabajo, ellos y sus hijos veían con recelo las sucesivas oleadas de refugiados (de la Europa del Este comunista, la Yugoslavia devastada por la guerra, Siria y, finalmente, Ucrania), quienes a menudo disfrutaban de diversos privilegios. Durante este período, Alemania también recibió una gran cantidad de inmigración procedente de los países de la URSS en desintegración y, poco después, de los que se incorporaron a la Unión Europea.

Tuve la oportunidad de observar estas tensiones a nivel local mientras preparaba un informe sobre los polacos que viven en Berlín. Algunos de conocidos como emigrados por solidaridad (disidentes políticos polacos exiliados en la década de 1980) me contaron que se sentían superiores a aquellos polacos a los que se había permitido que se desplazaran a Alemania Occidental en la década de 1970 a cambio de un préstamos a bajo interés al gobierno comunista de Edward Gierek. A su vez, ambos grupos menospreciaban a los polacos que empezaron a llegar en masa a Berlín Occidental en la década de 1980 en busca de trabajo irregular.


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Su vergüenza aumentó tras la llegada de los vientos de cambio. Entonces, los berlineses empezaron a asociar a los polacos con bandas criminales y con los estafadores del llamado Polenmarkt, un mercado ilícito cerca de Postdamer Platz.

Más de tres décadas después, no hay rastro de la mafia polaca ni del Polenmarkt, y casi ningún polaco viene a Alemania en busca de “asistencia social”. Sin embargo, los inmigrantes polacos aún encuentran motivos para menospreciarse unos a otros en el metro. En general, un joven profesional del sector creativo no quiere que lo asocien con una persona sin hogar, y hay que decir que ambos grupos están suficientemente bien representados entre los polacos del Berlín actual.

Los políticos alemanes han comenzado a seguir estas controversias más de cerca, sobre todo desde que se facilitó la obtención de la ciudadanía alemana (y, por lo tanto, el derecho al voto). A día de hoy, tras tan solo cinco años de residencia en Alemania (o incluso tres, en casos excepcionales), se puede obtener la ciudadanía sin tener que renunciar a la otra nacionalidad. En los últimos años, el partido de extrema derecha AfD ha sido uno de los que más asiduamente han cortejado a nuevos ciudadanos de origen postsoviético y turco.


Los inmigrantes polacos aún encuentran motivos para menospreciarse unos a otros en el metro


De hecho, un reciente estudio elaborado por el Centro Alemán para Investigación de la Integración y la Migración (DeZIM) muestra que los esfuerzos de AfD están dando resultado. En las elecciones parlamentarias de febrero, la probabilidad de votar por AfD era un 19,4 % mayor entre ciudadanos de la antigua URSS que entre votantes sin antecedentes de migración. Por el contrario, los alemanes turcos eran un 9,4 % menos propensos a votar como los alemanes étnicos, lo que todavía representaba un incremento significativo en comparación con 2017, cuando ningún turco declaró su apoyo a AfD en una encuesta similar. También es mucho más probable que ambos grupos declaren su apoyo a la Alianza de Sahra Wagenknecht, populista de izquierdas y escéptica en cuanto a migración. 

Ucranianos en Polonia: entre la solidaridad y la hostilidad

En 2025, es difícil ver a Polonia como algo más que un país de inmigración. Sin embargo, en nuestra política todavía no hay ningún (ex)inmigrante que menosprecie a otros inmigrantes. Dos posibles excepciones fueron los representantes prorrusos de las “comunidades fronterizas” que se presentaron a las elecciones al Parlamento Europeo en 2019 por el partido de extrema derecha Confederación. En las últimas elecciones parlamentarias, solo cinco personas con antecedentes de inmigración se presentaron para cargos públicos en Polonia, ninguna de las cuales era ucraniana.

“Hay muchos inmigrantes en Polonia, pero no hay suficientes naturalizados como para que sus voces se tengan en cuenta”, explica Olena Babakova, periodista e investigadora sobre migración. “Para solicitar un pasaporte polaco sin ascendencia polaca o cónyuge polaco, hay que vivir en Polonia durante ocho años sin interrupciones significativas y aprobar un difícil examen de idioma”. Aunque 50 000 ucranianos han obtenido pasaportes polacos en los últimos 15 años, están muy dispersos por los distintos distritos electorales.

“Otro problema es que la diáspora ucraniana está poco integrada en la sociedad y la política polacas”, añade Babakova. “No es que puedan o no presentarse a las elecciones, es que muchos migrantes ni siquiera saben quién es el primer ministro polaco”.

La experiencia de Polonia como país de inmigración comenzó en realidad después de 2015, cuando una población ucraniana estadísticamente significativa llegó al país. “Por eso sigue siendo difícil hablar de relaciones tan complejas entre grupos migrantes, como por ejemplo en Alemania o Francia”, afirma Babakova. “Basándome en mis propias observaciones, puedo comentar cómo son las tensiones dentro de la diáspora ucraniana. La mayoría de los ucranianos que llegaron a Polonia antes de 2015 provienen del oeste de habla ucraniana, por lo que veían con reservas a los recién llegados de otras partes de Ucrania, especialmente a los de habla rusa. A su vez, los migrantes que llegaron después de 2015 podrían haber estado algo celosos de los privilegios otorgados a los refugiados después de 2022: un acceso casi completo al mercado laboral, la posibilidad de constituir una empresa unipersonal, atención médica gratuita; hay quienes llevan diez años viviendo y pagando impuestos en Polonia y aún no disfrutan de estos privilegios.”

Grzegorz Demel, politólogo en la Academia Polaca de las Ciencias, confirma las observaciones de Olena Babakova. Durante varios años, el equipo de Demel ha estado investigando la diáspora ucraniana de Polonia. Advierte que la división inicial entre oeste y este ha adquirido un nuevo significado con el estallido de la guerra a plena escala. “Nuestros interlocutores del sur y el este de Ucrania dicen a veces que oyen a gente de Ucrania occidental residentes en Polonia decir que la guerra estalló por su culpa, porque hablan ruso. A lo cual ellos responden preguntándoles: ‘Muy bien, ¿Qué estáis haciendo aquí en Polonia, si vuestra ciudad es relativamente segura? Permítannos suponer que vinieron aquí para conseguir el 800-Plus [un programa de asistencia social para refugiados ucranianos] y para poder alquilar vuestros apartamentos a personas de Jerson por el triple de una renta normal?’”

Resulta más difícil de calibrar las tensiones entre ucranianos y otras nacionalidades que muy recientemente han llegado a Polonia en gran número. “En una de las manifestaciones de extrema derecha contra los refugiados en 2015, me encontré con un grupo que ondeaba una bandera ucraniana”, recuerda Babakova. “Les pregunté si les molestaban los eslóganes contra la migración de la protesta. Respondieron que los migrantes eran gente negra y que ellos, los ucranianos, habían venido a Polonia legalmente a trabajar. Pensé en ello un año más tarde, cuando vi a polacos británicos en las manifestaciones a favor del Brexit”.

Babakova destaca también los sentimientos negativos de los ucranianos hacia los bielorrusos al inicio de la guerra a plena escala. “Hubo unos breves momentos en que los ucranianos aclararon a los bielorrusos que no eran bienvenidos allí en Polonia, porque eran ciudadanos de un país que los había atacado y que ellos no habían protestado, o al menos que no lo había hecho con tanto fervor como nosotros lo hicimos en el Maidán”.

Olena Babakova encuentra, de vez en cuando, muchos prejuicios contra personas del Cáucaso o de Asia Central. Estos grupos tienen raíces que se remontan a la Unión Soviética e incluso en algunos casos a la era colonial rusa. “Sin embargo, estos casos aislados de discordia han tenido poco éxito, afirma el periodista. “Una campaña de desprestigio político contra los georgianos no conmovió a la opinión pública ucraniana. Bien se podrían haber esperado comentarios críticos como ‘los georgianos están perjudicando la actitud de los polacos hacia los migrantes’.”

¿Por qué tanta moderación? A los ucranianos les gusta considerarse una clase “mejor” de migrantes en Polonia, pero saben que cuando un político dice “migrante”, la mayoría de los polacos entienden “ucraniano”, sugiere Babakova. “Por lo tanto, el odio dirigido a otros migrantes no elevaría el estatus de los ucranianos como migrantes blancos privilegiados. Al contrario, podría rebajarlos al mismo nivel que el resto”.

Según Olena Babakova, lo más interesante está por llegar. “En 10 o 15 años, los niños inmigrantes que han pasado por todo el sistema educativo polaco llegarán a la edad adulta. Hoy en día, es normal que un niño en una escuela polaca regrese a casa después de unas semanas y concluya: ‘En Polonia hay que hablar polaco’. Y los niños reaccionan a esto de diferentes maneras. O bien lo asimilan radicalmente y se convierten en ultranacionalistas polacos, o bien se rebelan y dicen a sus nuevos amigos: ‘Nunca seré como tú’. O bien empiezan a tener problemas de salud mental debido a estos dilemas de identidad, dado que ya no se identifican plenamente con su país de origen. Es difícil predecir cómo votarán estos niños cuando lleguen a la edad adulta”.

👉 Artículo original en Krytyka Polityczna
 🤝 Este artículo se ha publicado dentro del marco del proyecto colaborativo Come Together

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