El panel "Hegemonía" en el patio del castillo Estense, Ferrara, 3 octubre 2025. | Foto: ©Francesco Alesi para Internazionale Il cortile del Castello estense, Ferrara, 3 ottobre 2025. | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale

La derecha europea, entre el victimismo y el mito de la hegemonía

Del martirologio político a la “internacional nacionalista”, la extrema derecha europea construye relatos que no siempre tienen sentido, como sostienen cuatro periodistas reunidos en el Festival Internazionale de Ferrara.

Publicado en 23 octubre 2025
Il cortile del Castello estense, Ferrara, 3 ottobre 2025. | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale El panel "Hegemonía" en el patio del castillo Estense, Ferrara, 3 octubre 2025. | Foto: ©Francesco Alesi para Internazionale

De Roma a Budapest, de París a Washington, la derecha radical habla siempre el mismo lenguaje: el lenguaje del resentimiento, del victimismo y la venganza, mezclado con un relato de fuerza y soberanía nacionales que pretende moldear el imaginario político de Occidente. Pero tras la aparente unidad de la “internacional nacionalista”, los discursos se enredan, las alianzas chocan y las hegemonías continúan siendo más una proclamación que una realidad.

En el Festival Internazionale de Ferrara, la periodista estadounidense Rachel Donadio, el historiador británico John Foot y el reportero francés Allan Kaval se reunieron en una sesión titulada “Hegemonía”, moderada por el periodista italiano Marco Contini (La Repubblica). Del encuentro surgió un diagnóstico compartido: la nueva derecha europea ya no es un fenómeno marginal o rudimentario. Se trata más bien de un ecosistema político y mediático alimentado por mitos y símbolos comunes, y que pretende reescribir el lenguaje de la propia democracia.

El victimismo como mecanismo de poder

Para John Foot, es importante no leer el presente a través del prisma del pasado lejano, sino utilizar el prisma de los años setenta y ochenta, donde surge la mayor parte del movimiento político de Giorgia Meloni. “A Meloni no le interesa el fascismo histórico”, explica, “porque su cultura política nació en la posguerra, dentro de la democracia”. Sin embargo, prosigue, esa cultura conserva un fuerte recuerdo: el de una comunidad que se siente victimizada.

El recuerdo se ha construido con episodios como el incendio de Primavalle, o los asesinatos de activistas neofascistas, percibidos como símbolos de injusticia y persecución. “Para Meloni y sus socios esta mentalidad de víctima es muy importante”, observa Foot, “nos excluyeron, nos mataron, para nosotros no hubo justicia”. Esta visión explica la “tolerancia” hacia conmemoraciones y rituales nostálgicos: “nunca critica este tipo de actos, porque forman parte de su bagaje cultural”

Alan Kavall, Rachel Donadio. ©Francesco Alesi per Internazionale
Alan Kavall, Rachel Donadio. | Foto: ©Francesco Alesi, Internazionale

La misma operación se repite a escala mundial. Para Rachel Donadio, la misma estrategia salta a la vista en Estados Unidos: “Cuando Donald Trump sobrevivió milagrosamente al intento de asesinato [el 13 de julio de 2024], adquirió un poder religioso que antes no tenía”. En este caso, el líder también se presenta como el blanco de un mundo hostil: las élites, los periodistas, los migrantes. “Presentarse como víctima ha sido históricamente un rasgo común de la derecha”, añade Marco Contini. “Ya que presentarse como los malos no sería aceptable, es como si tuvieran que decir que en realidad las víctimas somos nosotros ”.

Esta mentalidad de víctima –real o construida– tiene una función precisa: desviar la atención de la realidad del gobierno hacia la defensa de la identidad. “Intentan crear consenso reduciendo el espacio para la disidencia”, señala Donadio. La retórica del “nosotros contra ellos” se convierte en un instrumento de poder, no de emancipación.

La “internacional nacionalista”: una paradoja solo en apariencia

Otro rasgo común, destacado por varias personas, es la red transnacional que une a las derechas europea y estadounidense. Se trata de una “internacional nacionalista” a priori contradictoria, que de hecho es coherente en la práctica.

Allan Kaval observa que en Francia, la Italia de Meloni se ha convertido en un modelo “instrumental”: “la realidad sobre el terreno no es lo que importa. Es una forma de utilizar a Italia para impulsar el discurso propio de Francia”. Las portadas de las revistas conservadoras francesas hablan del “modelo Meloni” y exaltan su estabilidad e integridad financiera. Sin embargo, añade Kaval, “Italia no es lo importante, se trata solo de un medio para un fin”. 

John Foot. | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale
John Foot. | Foto: ©Francesco Alesi, Internazionale

Asimismo, Kaval cita la participación de Meloni en un mitin de su aliada francesa Marion Maréchal, en el que la primera ministra italiana evocó a algunas figuras estadounidenses como Charlie Kirk, el joven influencer cristiano de derechas violentamente asesinado y transformado en icono mundial. “Kirk se ha convertido en un mártir”, dice Kaval, “una figura que forma parte de la fe”.

El suceso, añade, se hizo eco “en todos estos países: Polonia, Hungría, Austria, Francia”. En todos los casos, la narrativa fue la misma: la derecha se presenta como víctima de una persecución a nivel mundial, y el mártir es el símbolo de la resistencia. Es una construcción común, un lenguaje compartido que traspasa fronteras.

Foot habla de “una Europa de movimientos de derechas que viven bajo la suela de un nuevo régimen en Estados Unidos”. No se trata de una conspiración real, sino de un ecosistema cultural y mediático en el que los líderes y los movimientos se citan, imitan y legitiman mutuamente: Meloni con Viktor Orbán y Vox, Marine Le Pen con Trump y Nigel Farage, Mattel Salvini con la extrema derecha alemana. Es un mosaico que funciona siempre que haya un enemigo común: “el enemigo es el 'inmigrante'”, afirma Foot. “Lo que les mantiene unidos es el miedo al otro”.  

¿Hegemonía cultural o impresión de hegemonía?

La palabra “hegemonía” –en el centro de la conversación– sigue siendo el aspecto más controvertido de todo. ¿Existe realmente una “hegemonía cultural” de la derecha? ¿O se trata más bien de un fenómeno sobrevalorado, un mito útil para la narrativa de la derecha sobre sí misma?

Marco Contini. | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale
Marco Contini. | Foto: ©Francesco Alesi, Internazionale

Foot, como historiador, mira las cosas a largo plazo y habla más de continuidad que de rupturas: “soy escéptico ante la idea de que se trate de una nueva fase. Veo mucha continuidad en el uso del poder”. El gobierno de Meloni, observa, “gobierna como un partido político, no como un movimiento revolucionario”. Asimismo Donadio, aunque desconfía de los riesgos de una deriva antiliberal, señala que la estrategia del Gobierno es “ocupar el poder para mantenerse en el poder”, no para instaurar un régimen.

Foot ofrece un ejemplo concreto: “¿qué han hecho? Nada, cero, ni una reforma estructural”. Las reformas anunciadas por el Gobierno –en materia de fiscalidad, justicia o cultura– siguen en el aire o se han rebajado.

Contini añade con amargura que Italia tiene “cierta incapacidad estructural para el autoritarismo”, un rasgo histórico que se fundamenta en la fragilidad del poder político. Pero la inercia puede ser peligrosa: “paso a paso, gota a gota, nos estamos convirtiendo en una nación a la que no le interesa  su propio destino”.

Kaval llega al meollo de la cuestión: más que hegemonía, lo que tenemos es una contrahegemonía fragmentaria, alimentada por la debilidad del sistema mediático y la fragmentación social. “Si en lugar de sociedad civil tenemos un archipiélago de burbujas”, se pregunta Donadio, “¿cómo podría construirse una hegemonía cultural?” Las plataformas y los algoritmos multiplican las “microcomunidades”, pero impiden la construcción de un discurso común. 

El resultado es una “guerra cultural de movimientos”, como la define Kaval: fluida, emotiva, basada más en la indignación que en la persuasión. No se trata de hegemonía en el sentido gramsciano –la capacidad de orientar el consenso a través de la cultura–, sino de un conflicto permanente por el centro de gravedad del debate. 

Narrativa y realidad: el cortocircuito de la derecha

Tras la retórica triunfalista de la derecha, los hechos suelen contar una historia diferente.

Italia no es el “modelo de estabilidad” que describe la prensa conservadora francesa: el Gobierno Meloni, aunque fuerte, no ha aplicado ni una sola reforma estructural, como afirmó John Foot. La ocupación de puestos de poder –desde el Museo de Arte del Siglo XXI hasta el Ministerio de Cultura– se lee más como un signo de continuidad que como una revolución. Como afirmó el politólogo y experto en movimientos de derechas Marco Tarchi, y citado por Kaval, “necesitarían un ejército, cosa que no tienen”.

La supuesta hegemonía cultural es, pues, más mediática que real. Kaval señala que incluso operaciones propagandísticas como la “narrativa Kirk” encuentran poca repercusión real: “Nos mostramos bastante indiferentes ante este incidente. No es nuestro”.


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Y, sin embargo, estas mismas narrativas tienen efectos políticos. El lenguaje del martirio, del patriotismo asediado, de la Europa “decadente”, sirve para desplazar los límites morales del debate. Kaval advierte de que muchos líderes de la derecha “quieren hacernos creer que quieren debatir, pero en realidad quieren cambiar la base de los valores de nuestra sociedad”, especialmente “el valor del antifascismo” en el que se basa la democracia italiana y europea.

Una operación similar está teniendo lugar en países donde la derecha está en la oposición. En Francia, la retórica del “modelo Meloni” sirve para legitimar la unión de los partidos de derecha en torno a Marine Le Pen y Marion Maréchal. En Alemania la AfD se presenta como defensora de la libertad de expresión frente a la “dictadura de lo políticamente correcto”. En el Reino Unido, según Foot, Nigel Farage y su partido Reform UK dan voz a los sentimientos de quienes dicen “somos madres, estamos nerviosos, tenemos miedo”. Sin embargo, Foot también observa que “se niegan a ser considerados como extrema derecha”. Y precisamente por esto hay que entender por qué estas personas salen a la calle a la llamada de Farage, en lugar de encasillarlas en categorías que “ya no tienen sentido”.

Sin embargo, todos comparten un rasgo propio de la narrativa de la extrema derecha: transformar el malestar social en política de identidad, y la política de identidad en una narrativa de persecución.

La Europa del mañana: una casa dividida

El riesgo, según se desprende del debate, es que la Unión Europea acabe pronto dirigida por una mayoría de gobiernos nacionalistas. Kaval advierte de que “estos partidos no quieren destruir la Unión Europea. Quieren transformarla, convertirla en otra cosa”: algo menos solidario, con menos autonomía respecto a Estados Unidos y más excluyente en materia de derechos.

La piedra angular del proyecto sigue siendo el control de la inmigración: “nadie podría pedir asilo en ningún país europeo”, advierte Foot, que sugiere “deportaciones masivas” como las que se han presenciado recientemente en Estados Unidos.

Pero también aquí el mito choca contra los límites impuestos por la realidad. Tras el trauma del Brexit, explica Foot, “el ejemplo no inspiró a nadie: vacunamos a todos contra [la idea de] irse”. Así, la derecha ya no presiona para salir de la UE, sino para vaciarla desde dentro: Europa como una “casa dividida”, unida solo por sus enemigos comunes, empezando por los inmigrantes.

Las palabras que nos faltan

“Necesitamos nuevas palabras para describir esta realidad”, dice Kaval en respuesta a una pregunta del público. Palabras que no pertenecen al siglo XIX –fascismo, comunismo, derecha, izquierda– pero que ayudan a leer la fluidez del presente.

John Foot, Alan Kavall, Rachel Donadio e Marco Contini nel cortile del Castello estense, Ferrara, 3 ottobre 2025. | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale | Foto: ©Francesco Alesi per Internazionale
John Foot, Alan Kavall, Rachel Donadio y Marco Contini. | Foto: ©Francesco Alesi, Internazionale

El lenguaje político, observa, forma parte del problema: “muchos de estos líderes quieren redefinir la base moral de nuestra sociedad”, repite, “no solo rebatir el sistema”. Es una “batalla semántica” en la que la elección de las palabras decide los límites de lo imaginable.

Donadio relata una conversación con un editor estadounidense: “me preguntó por qué hablo de la extrema derecha y no simplemente de la derecha. Yo respondí: porque procede de una tradición posfascista. Pero él no lo entendía. Es difícil explicar Europa al público estadounidense”.

La dificultad para nombrar las cosas (“¿podemos usar la palabra fascismo?” preguntó Contini en repetidas ocasiones) se ha convertido en sí misma en parte de la historia. Como señaló un miembro del público, quizá “no nos damos cuenta de que nos están obligando a redefinir el lenguaje”.

Más allá de los relatos

La nueva derecha europea, victimista, mediática y transnacional, es ahora el laboratorio político del continente. Como el fascismo y el populismo antes que ella, nació en Italia pero se adapta a las condiciones globales del siglo XXI: redes sociales, crisis climática, desigualdad, migración.  

Y sin embargo, tras el poder de su retórica, sigue habiendo una fragilidad estructural: pocas reformas, ningún consenso social real, un lenguaje que convence más en los medios de comunicación que en la vida cotidiana.

Tal vez, como sugiere Foot, la verdadera novedad sea la continuidad: “Italia sigue siendo el laboratorio político de Europa, pero no siempre del progreso”. Y como añade Kaval, el mayor reto ya no es distinguir la izquierda de la derecha, sino entender “quién quiere emancipar y quién quiere dominar”.

Este artículo y este encuentro se han realizado con el apoyo del fondo European Media and Information Fund (EMIF). No reflejan necesariamente las posiciones del EMIF ni de los socios del fondo, la Fundación Calouste Gulbenkian y el Instituto Universitario Europeo. Los contenidos financiados por el fondo EMIF son responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente las opiniones del fondo Europeo ni de sus socios, la Fundación Calouste Gulbenkian y el Instituto Universitario Europeo.

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