Las situaciones de crisis pueden provocar en quienes las padecen dos tipos de reacciones: frente a la adversidad, o bien se cierran filas o es el sálvese quien pueda. En el caso de la tempestad provocada en la zona euro a raíz de la amenaza de cesación de pagos por parte de Grecia, por un momento se creyó que iba a primar la solidaridad entre los Estados miembros. Luego, a pesar del riguroso plan de recuperación presentado por Atenas, pareciera que ha prevalecido el sálvese quien pueda.
Alemania, sobre la que recaería buena parte del costo de la solidaridad ante Grecia y los demás países en dificultades (Portugal, España), recordó que si estos países hubieran respetado las reglas en materia de rigor presupuestario, tal como ese país lo hizo, no se habría llegado a este punto, y que no le corresponde pagar el costo de las políticas laxistas de sus vecinos.
La postura de Berlín se justifica en varios aspectos: en el plano interno, Angela Merckel debe brindar seguridad a una opinión pública preocupada por tener que recurrir a su propio bolsillo para socorrer a esos Mediterráneos poco previsores; en el plano externo, la canciller respeta su rol de guardiana de la ortodoxia presupuestaria en Europa. Se puede entender entonces que Berlín suba el precio de su adhesión a medidas de apoyo en favor de Grecia, sin duda excepcionales, ya que teme por encima de todo el efecto de precedente y la puerta abierta al vale todo presupuestario que estas medidas podrían provocar.
Tal como señalaba no hace mucho el economista italiano Lorenzo Bini Smaghi, si la estrategia para salir de la crisis se esbozara de manera muy explícita, los operadores económicos y los gobiernos estarían tentados a renunciar al rigor ya que, seguramente, alguien terminaría corriendo en su auxilio. Para lograr que un Estado miembro adopte un comportamiento riguroso, afirma, es necesario que sus socios mantengan cierta ambigüedad en cuanto a la intervención en caso de crisis, aun cuando tengan la capacidad de brindar asistencia si esta resultara indispensable. Pero, mientras esperan que la Unión cuente con instituciones y mecanismos ad hoc que permitan evitar que la moneda única sea regida por una forma de chantaje que recuerda la disuasión nuclear, los europeos parecen asistir a la tragedia griega esperando un deus ex machina que demora su entrada en escena. Gian Paolo Accardo
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