Nicosia (Chipre), un camino bloqueado a lo largo de la " Línea Verde " (Imagen: Fiore S. Barbato)

Aún queda un muro por derribar

Ha caído un muro en Europa, pero hay otro que sigue en pie. Mientras el mundo conmemora los veinte años de la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría, una pequeña parcela de la Unión Europea se encuentra desde hace treinta y cinco años en estado de guerra congelada: la República de Chipre, separada del norte de la isla desde la invasión turca de 1974.

Publicado en 10 noviembre 2009 a las 16:28
Nicosia (Chipre), un camino bloqueado a lo largo de la " Línea Verde " (Imagen: Fiore S. Barbato)

Chipre es un Estado reconocido por la comunidad internacional, pero la “República Turca del Norte de Chipre”, proclamada autónomamente por los chipriotas turcos desde la ocupación de su sector norte por parte del ejército turco en 1974, no es reconocida más que por Turquía.

Sin embargo, todo parece muy tranquilo en Nicosia. Al sur de la capital chipriota, la muchedumbre recorre la calle peatonal y comercial de Ledra. La crisis no tiene aún efectos visibles sobre la República de Chipre y su población de 900.000 chipriotas griegos: ingresada en la UE en 2004 e integrada en la zona euro en 2008, cuenta aún con un crecimiento ligeramente positivo (0,2%) y con una tasa baja de paro (6%). El PIB por habitante es tres veces superior al del Norte de Chipre, también integrado en la UE pero donde la aplicación de la legislación europea está congelada, y donde se sigue pagando en libras turcas. Pero en ambos lugares se conduce por la izquierda, un vestigio de la colonización británica.

Por el lado griego, la calle Ledra luce un McDonalds y tiendas elegantes. Sin embargo, a medio camino en dirección norte la calle se interrumpe repentinamente y pasa a tener un nombre turco: Siret Bahçeli. Hasta abril de 2008, un muro la bloqueaba totalmente; hoy, una abertura permite el paso. Para pasar sólo hay que presentar el pasaporte, a excepción de los colonos turcos, que son mal vistos por los chipriotas griegos. Unas tristes macetas de flores marchitas tratan de dar un aspecto más alegre a esta no man’s land del puesto fronterizo. De repente, estamos en otro mundo: en la tiendas se oyen canciones turcas, se ven extrañas luces de neón, un minarete se eleva sobre los tejados, hay menos transeúntes, McDonalds no ha juzgado conveniente instalarse en el lugar, la media luna de la bandera turca y chipriota ondea por todos lados, las señoras llevan un pañuelo en el pelo.

Bidones, alambradas mal puestas y piedras sillares

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Más adelante, la zona de seguridad vigilada por la fuerza de las Naciones Unidas (UNFICYP) alberga los restos de la antigua embajada francesa, un edificio neogótico invadido por la vegetación y saqueado después de la invasión turca de 1974. La parte norte de la isla sigue estando ocupada por 40.000 soldados turcos, que se suman a los cerca de 200.000 chipriotas turcos y colonos venidos de Turquía. Estos últimos han sido animados a emigrar desde Ankara para aumentar artificialmente la población chipriota turca con fines políticos.

La “línea verde” que divide la isla de Chipre de este a oeste y corta como una cuchilla la capital, Nicosia, no es tan amenazadora como el muro de Berlín. No hay ningún muro de hormigón con alambradas, protegido por playas de arena fina y vigilado desde miradores. El muro de Chipre consiste según los tramos en unos cuantos bidones, en alambradas mal puestas, en piedras sillares sobre las que han crecido árboles. Sólo los chipriotas turcos se preocupan de construir y vigilar una frontera que los chipriotas griegos no reconocen. Desde 2002, la presión popular hizo que abrieran unos cuantos pasos: tres en la capital, dos en otros puntos de la isla. Pero los chipriotas griegos prefieren no pasar antes que sufrir la ofensa de tener que presentar el pasaporte para entrar “en su casa”.

La adhesión de Turquía a la UE pondría fin al conflicto

La historia de Chipre es la de dos comunidades y sus miedos. El conflicto ha causado 5.000 muertos desde 1963. Los chipriotas griegos temen el ejército turco que ha invadido el norte de la isla y las exacciones que han padecido; los chipriotas turcos temen que si el ejército turco se retira volverán a sufrir la misma violencia y exclusión que antes de su llegada.

Desde 1964, cuatro años después de la independencia del país, la ONU se instaló en la isla para ejercer de fuerza de interposición. En 1974, el golpe de Estado promovido por los coroneles griegos para anexionar la isla a Grecia da un pretexto para la intervención de Turquía. En 2004, el Consejo Europeo comete la imprudencia de avalar la adhesión de la República de Chipre a la UE antes de conseguir la reunificación. Los chipriotas griegos se embolsan la adhesión... y rechazan el plan de Kofi Annan para la reunificación. Las negociaciones se han retomado laboriosamente, animadas por la buena voluntad del presidente chipriota, Dimitris Cristofias, y del dirigente de la comunidad chipriota turca, Mehmet Ali Talat. Ambos desean la integración de Turquía en la UE, que permitiría poner fin a un conflicto propio de otra época: la ocupación de un país por otro, en el corazón de Europa.

Otros tantos conflictos menores perduran en otros lugares de Europa: en Gibraltar, perteneciente a Gran Bretaña pero cuyo gobierno no es reconocido por España; en la antigua República Yugoslava de Macedonia, a la que Grecia, orgullosa de su provincia epónima, se niega a ceder el nombre; en Eslovenia y Croacia, que apenas comienzan a resolver su conflicto fronterizo. La UE, auténtica máquina de pacificar Estados, no ha terminado aún de resolver sus propios conflictos.

MURO

Cae uno, miles se levantan

"Cuando un hombre conoce a otro,” decía el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, “tiene tres opciones: comenzar una guerra, esconderse tras un muro o entablar un diálogo", recuerda Il Sole-24 Ore. Tras la caída del muro de Berlín, uno podría pensar que la segunda opción quedaba completamente descartada y, no obstante, lamenta el diario Milán, las barreras proliferan en todo el mundo. Incluso en Europa, donde han sido formalmente desmanteladas, "la hostilidad que las ha sostenido” continua estando profundamente enraizada.

"En Belfast, decenas de 'líneas de paz' siguen dividiendo los guetos protestantes y católicos [...]. La más conocida se encuentra en Cupar Street, entre el barrio protestante de Shankill Road y la Falls Road, católica. Únicamente puede franquearse por un punto de control que cierra a las 9 de la noche". En Marruecos, los enclaves españoles de Ceuta y Melilla están rodeados de muros que impiden el paso de emigrantes y parias, cumpliendo así la misma función que los pequeños muros privados que proliferan en nuestras ciudades: "Tenemos miedo y creemos que los muros pueden protegernos tanto de intrusos como de encuentros indeseados. Nuestro paisaje se está acostumbrando, cada día más, a estos búnkeres urbanos".

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