En la noche del 29 al 30 de octubre, Valencia fue asolada por violentas inundaciones causadas por lluvias de una intensidad sin precedentes. El desastre dejó como mínimo 220 víctimas —una cifra récord en Europa desde 1967— y un número no especificado de desaparecidos.
Este resultado ha sido atribuido en parte al retraso con el que se alertó a las autoridades regionales y a la falta de coordinación con la agencia meteorológica y el gobierno central. Este último envió 10 000 policías y militares para quitar los escombros y buscar a las personas desaparecidas, y a la vez, miles de voluntarios se desplazaron a la zona para ayudar.
La intensidad de los daños se debe, entre otros elementos, al gran volumen de agua que cayó en un corto lapso de tiempo —hasta 400 litros de agua por metro cuadrado— y a la fuerte urbanización de la región. El primer punto se puede atribuir al calentamiento global, particularmente marcado en la cuenca mediterránea: el aire caliente y húmedo generado por la evaporación se transforma en lluvia cuando se encuentra con una masa de aire frío proveniente del norte de Europa, un fenómeno conocido como “gota fría” o “DANA” que está destinado a producirse con cada vez más frecuencia en el futuro.

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