La fórmula que salvará al Reino Unido

Aunque la mayoría de escoceses rechazan la ruptura total con Reino Unido, sí son partidarios de una forma de autonomía, la "devolución máxima", que incluiría poderes para recaudar sus propios impuestos. The Guardian expone que los reacios ingleses deben aceptarlo.

Publicado en 13 enero 2012 a las 16:40

La historia se vuelve a repetir. Primero se separó Irlanda. Escocia está en ello. El siguiente será Gales ¿y luego? ¿Cornualles? ¿La Isla de Wight? Con la ineptitud de la política londinense, nadie sabe qué ocurrirá con la confederación británica. La última disputa sobre si aceptar o no la "independencia" escocesa es puro teatro. El auténtico problema es la "devolución máxima"*. Londres la odia. Escocia es lo que ansía.

Durante la pasada semana, han sacado a rastras de sus escondrijos a los constitucionalistas para que estudien minuciosamente las leyes y los documentos. Pero no valdrá de nada. Cuando las provincias disidentes tienen la mirada puesta en el separatismo, las minucias de la ley sobre el referéndum no las detendrá. Y si no, miren a Bosnia, Eslovaquia, Kosovo, Macedonia, diferentes entre sí, pero que empezaron con el mismo asunto. Gran Bretaña entró en guerra para romper la unión yugoslava. Muchos británicos desean la ruptura de la europea. ¿Por qué luchan por mantener el Reino Unido si claramente se está desmoronando?

El horror de Cameron

Cuanto más tiempo se burle Londres de las aspiraciones de los pueblos no ingleses de las islas británicas, más fuerte crecerán esas aspiraciones. Irlanda se separó de la unión por la exasperación que sentía su pueblo ante el mal gobierno de Londres en 1922. Hasta el año pasado los irlandeses no toleraron una visita de un día de la reina. La resistencia a la devolución costó al primer ministro laborista James Callaghan su mayoría en 1979 y diezmó el apoyo al partido laborista en Gales. La aplicación a los escoceses de un impuesto al sufragio en 1989 contribuyó a la caída de Margaret Thatcher y prácticamente erradicó el apoyo escocés al Partido Conservador. Hoy, Cameron en Escocia se encuentra como el rey Jorge III en Estados Unidos, "estupefacto por la disposición rebelde que desgraciadamente existe en algunas de mis colonias".

Lo más desconcertante de todo es el horror de Cameron por la devolución máxima, la única medida que podría mitigar el centrifugalismo actual en Reino Unido. Aunque aún no se han tratado los detalles, el concepto es sencillo: los escoceses deben recaudar y gastar sus propios impuestos y acabar con su relación fiscal (o gran parte de ella) con Londres. Los monarcas, el ejército, las banderas, las fronteras y los pasaportes no son ningún problema. La devolución se ampliaría para pagar la infraestructura del Estado de bienestar. Los Gobiernos escoceses, y con el tiempo el galés y el del Úlster, serían directamente responsables de la política doméstica ante sus electorados.

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Si los escoceses quieren algo así, tal y como demuestran las encuestas, ¿qué importancia tiene que les vaya a "costar miles de millones", tal y como alardean sin cesar los medios de comunicación británicos? Dinamarca sobrevive. Noruega sobrevive. Y mientras, las economías escocesa, galesa y del Úlster son más similares a la de Grecia, puesto que sus decisiones de gastos están separadas de las fiscales hasta el punto de crear una dependencia irresponsable. Escocia engulle el dinero inglés y los políticos nacionalistas ganan votos gastándolo en becas para estudiantes, recetas médicas y aerogeneradores.

Los ingleses no obtienen ventaja con la dependencia

Los ingleses no obtienen ninguna ventaja al dejar que prosiga esta dependencia y la opinión de la mayoría de los escoceses deja claro que quieren que acabe. La devolución máxima repatriaría la responsabilidad fiscal al país de origen de Adam Smith. Echaría por tierra el despilfarrador populismo de los nacionalistas de Salmond, probablemente les haría perder las próximas elecciones y perjudicaría a la causa de la independencia total. Y todo esto en beneficio de los conservadores de Cameron.

El Reino Unido no fue una creación de identidad tribal, sino de oportunismo y conveniencia. Su disolución comenzó en la década de los años veinte y aún no ha finalizado. No existe ninguna necesidad histórica para que continúe, del mismo modo que tampoco existía en el caso del Tercer Reich o la Unión Soviética, o ahora con la UE. Las confederaciones deben actualizarse y cultivarse para poder sobrevivir. A veces su finalidad deja de tener sentido.

Cameron debería dejar a Salmond que celebrara su referéndum y defender la devolución máxima. Fomenta la responsabilidad fiscal. Acabaría con la costosa subvención a Escocia. Su realismo político podría incluso reactivar las fortunas conservadoras en Escocia. Por qué Cameron se opone a ello "hasta con la última gota de su sangre" es un misterio.

Sólo puede haber una respuesta. El poder y el ansia del control central adoptan una lógica propia cuando los políticos llegan a ocupar altos cargos. En este caso, el ansia es contraproducente. Hace un siglo, las islas británicas eran una nación. Hoy el Gobierno parece estar dispuesto a hacer de ellas cuatro naciones distintas.

[ Nota: *“Devolución Máxima”: Escocia tendrá poder para recaudar sus propios impuestos en lugar de recibir subvenciones de Londres.]

Debate

¿Qué tipo de referéndum?

El 8 de enero el primer ministro británico David Cameron declaró que su Gobierno otorgaría a Holyrood [el Parlamento escocés] la autoridad legal necesaria para celebrar un referéndum de independencia a condición de que dicha consulta quedase reducida a un simple pregunta con ‘sí’ o ‘no’ como respuesta. Dos días más tarde, el primer ministro escocés, Alex Salmond, anunció que existían planes para convocar un referéndum en otoño de 2014.

Se antojan inevitables algunos enfrentamientos entre Holyrood y Londres con relación a la redacción de la consulta. Salmond ha adelantado que puede que plantee más de una pregunta a los votantes escoceses, plena independencia o “devolución máxima” - que implica que únicamente se dejaría poco más que defensa y política exterior en manos del Gobierno británico. Westminster teme que la "devolución máxima" sea más difícil de vencer, puesto que podría dividir el voto unionista y ganarse para la causa a quienes de otra manera se hubiesen opuesto a la plena independencia.

Sin embargo, The Economist expone que una pregunta de sí o no:

.... también supone una campaña muy directa. El Partido Conservador, los laboristas y el Partido Liberal Demócrata tendrán que explicar por qué la unión favorece a Escocia, algo que hasta el momento no han hecho muy bien, y que es una de las razones por las que ahora están perdiendo posiciones al norte de la frontera. El SNP, por su parte, tendrá que explicar qué problema soluciona la independencia, algo a lo que tampoco se ha dedicado. Y si los escoceses rechazan la independencia, posteriormente se les puede plantear si quieren una mayor devolución de competencias. [...] Si la mayoría de los escoceses quiere abandonar Gran Bretaña, que así sea. Pero debe ser un divorcio de mutuo acuerdo, no uno largo y en el que las peleas acaben perjudicando a todos.

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