Una elección y varias ilusiones

Revolución, proteccionismo, salida del euro: la campaña de las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta se celebra el 22 de abril, se ha caracterizado por las ideas populares pero alejadas de la realidad. Un editorialista lamenta que el país no se atreva a realizar un examen de conciencia.

Publicado en 20 abril 2012 a las 14:35

Francia posee muchos atractivos geográficos y culinarios, pero presenta los peores debates políticos de Occidente. La primera vuelta de la campaña presidencial nos ha demostrado su vacuidad.

En unas elecciones, en principio se deben exponer las dificultades, proponer soluciones y aportar un impulso. Pero en este caso se ha hecho todo lo posible para evitar abordar la situación real en Francia y para ofrecer únicamente una serie de medidas desproporcionadas. Y por supuesto no se ha notado ningún impulso.

La mitad de los franceses habría cambiado su elección de candidato desde hace seis meses, algo más que comprensible. Además, observen los resultados de los principales candidatos, con un 30% para Sarkozy, un 30% para Hollande y un 30% para los demás candidatos: las estadísticas explican que este resultado de un tercio, un tercio y un tercio es el voto del azar. Los franceses, hundidos en la ignorancia de lo que se les propone, votan al tuntún. O dicho de otro modo, a ciegas.

Una campaña decepcionante

La campaña ha sido sencillamente decepcionante, dadas las crisis inauditas que vivimos: crisis económica gravísima, crisis financiera existencial, desempleo aterrador, crisis europea cuya salida no logramos ver. Todo ello sumido en el gran giro de fuerzas hacia Asia y fomentado por los cambios tecnológicos revolucionarios.

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Además, siguen dominando los problemas globales del clima, los alimentos y el agua. Y como telón de fondo, se cuestiona radicalmente y a la vez las dos grandes ideologías del liberalismo (demasiado desigual) y de la socialdemocracia (demasiado costosa).

Ante esta montaña de problemas, lo mínimo habría sido constatar la dureza de los tiempos y admitir un poco de humildad. Pero no, Francia vuelve a entonar el credo de su "excepción".

En 2007 se tenían grandes esperanzas: la campaña se había centrado en el futuro. Nicolas Sarkozy proponía la ruptura para fomentar la producción y gratificar el trabajo. Ségolène Royal también rompía con los tópicos tradicionales de su partido y abogaba por una "democracia participativa", una idea acorde a Internet y al nuevo siglo. En 2012, se ha producido una regresión intelectual total: los candidatos se inspiran en soluciones de un mundo no posliberal, sino preliberal.

El filósofo alemán Peter Sloterdijk explica que Francia es el único país que nunca hace examen de conciencia. La izquierda porque se exime blandiendo de forma permanente el estandarte de la Revolución como el de la Verdad. La derecha de antes de ayer, para imponer la Restauración y la de ayer, a causa de De Gaulle que borró 1940 y la colaboración. El pasado se mitifica y cuando nos enfrentamos a una prueba y le pedimos auxilio, es glorioso, pero no aporta ninguna utilidad práctica. Excepto, como comenta Mélenchon, para "hacer soñar".

La utopía en la que están sumidos los franceses

¡Pero basta ya de mitos! La extrema izquierda, Nicolas Dupont-Aignan, Jean-Luc Mélenchon y Marine Le Pen defienden el proteccionismo, la salida del euro y la lucha contra la inflación. Nos tendrían que decir en qué país han tenido éxito estas ideas. ¿Acaso los electores no tienen ojos para ver el fracaso total de un Hugo Chávez en Venezuela, que sin embargo es un país rico en petróleo, y los éxitos del reformista Lula da Silva en Brasil? ¿O los atolladeros de la estrategia populista con el impago y la inflación en Argentina?

La política en Francia sufre carencias generales y se ha quedado anclada en su forma de pensamiento. Aún dominan la ideología y el clientelismo. No se realiza un examen histórico. Tampoco se escucha a las nuevas ciencias sociales ni se progresa en el análisis pragmático.

Contra la pobreza, en la integración, en la lucha contra el fracaso escolar, incluso en el éxito industrial, los investigadores franceses recurren, al igual que sus homólogos extranjeros, a métodos nuevos inspirados en el mundo farmacéutico: se aplica una reforma en una parte de la población y en otra no y se observan científicamente las diferencias en los resultados. Y se saca la conclusión de que esa reforma es útil o bien que no sirve de nada.

Estas investigaciones se basan en una nueva actitud de humildad ante los hechos de la que aún carecen los políticos franceses. Siguen proponiendo, como François Hollande con su contrato de generación o Nicolas Sarkozy con su proyecto escolar, medidas elaboradas en un rincón y que no se han probado en ninguna parte. A los grupos de expertos prácticamente ni les escucha y en las altas esferas priman aún las políticas.

Y todo esto para decir que esta campaña, en lugar de explicar la complejidad del mundo, la ineludible austeridad que nos espera, el imperativo de producir, la reforma de Europa, la modestia de las soluciones sociales y la convicción de que el futuro también nos abre las puertas, ha vuelto a sumir a los franceses en una utopía, en el pensamiento mágico y en los mitos. El 7 de mayo tendrán que despertarse.

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