Entrevista Feminicidio

Christelle Taraud: el continuo feminicidiario, “una máquina de guerra dirigida contra las mujeres”

Poner nombre a las cosas es hacer historia con ellas. También es darles existencia. Entrevista con la historiadora Christelle Taraud, sobre la diferencia entre “feminicidio” y “femicidio”: historia de una palabra que tuvo su origen en Bruselas en la década de 1970, pasó por las muertes de mujeres en México en los años ochenta y vuelve a ocuparnos ahora con el #MeToo.

Publicado en 5 marzo 2024 a las 14:50
Christelle Taraud La Decouverte

Christelle Taraud, historiadora y feminista, es miembro del Centro de historia del siglo XIX (París 1/París 4 – Universidad de La Sorbona) y directora de Féminicides. Une histoire mondiale ("Feminicidios. Una historia mundial", La Découverte, 2022).

La palabra "feminicidio" se usa ahora comúnmente. ¿Cómo definirla?

Christelle Taraud: El feminicidio es a mi modo de ver el acto de “dar muerte a una mujer porque es mujer”. El origen del término se remonta a 1976, cuando militantes e investigadoras feministas procedentes de casi cuarenta países diferentes se reunieron en Bruselas y organizaron el primer Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres.

La acuñación del término “femicidio” se atribuye a Diana E. H. Russell, socióloga nacida en Sudáfrica y residente en Estados Unidos . Formado a partir del concepto de “homicidio”, el femicidio consiste en matar a una mujer por ser mujer. Sin embargo, como no todos los asesinatos de mujeres son femicidios, es necesario incorporar la dimensión patriarcal para calificarlo así. Este crimen de odio que representa el femicidio es, en efecto y según Russell, la parte emergente de un vasto sistema de sometimiento a las mujeres que se puede definir como un sistema patriarcal global, que sin embargo se presenta de manera diferente según las épocas, los contextos y las sociedades.

Así pues, hay una diferencia entre “femicidio” y “feminicidio”.

Cuando las militantes abandonaron Bruselas, se llevaron con ellas este concepto que se adoptó rápidamente en determinadas zonas del mundo (América Latina, zona del Caribe, Europa Septentrional), y mucho menos en otras (Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental).

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En México, a finales de la década de 1980, aparecieron lo que inicialmente se consideraron noticias aisladas. En la frontera con Estados Unidos, una de las zonas más peligrosas del mundo –zona de migración donde se desarrollan formas extremas de capitalismo, con fábricas de subcontratación sujetas a unas condiciones de trabajo terribles y donde imperan los cárteles de la droga y muchos otros– se produjo la desaparición de varias mujeres. Ante la inacción de la policía mexicana y su atribución de culpabilidad a las víctimas, las familias exigen responsabilidades, forman colectivos, atraen la atención de periodistas e investigadoras feministas. Es entonces cuando se dan cuenta de que el concepto de “femicidio” no es adecuado para describir y analizar la situación mexicana: no es un crimen de odio individual, sino un fenómeno masivo. Se acuñó entonces el término “feminicidio”, atribuido a la antropóloga y política mexicana Marcela Lagarde y de los Ríos.

Según ella, si el femicidio está íntimamente asociado al homicidio, el feminicidio, por su parte, está ligado al genocidio.

Lagarde brinda cuatro elementos para caracterizarlo: el feminicidio es un crimen colectivo que abarca a toda la sociedad mexicana; es un crimen de masas (en un periodo “normal” se producen al menos diez feminicidios al día en México); es un crimen de Estado. Como los otros Estados, el Estado mexicano y sus instituciones (policía, justicia, sistema penitenciario) son patriarcales: culpabilizan a las víctimas, se niegan a investigar los crímenes y algunos policías son feminicidas ellos mismos. Finalmente Lagarde manifiesta que se trata de un crimen con tendencias genocidas.


“Las mujeres han sido las primeras colonias


En aquellos momentos no habla de "genocidio": estamos a principios de los años 1990 y los "Estudios sobre el genocidio" aún no tienen la apariencia que tienen hoy. En aquella época, la noción de genocidio todavía se refería casi exclusivamente al Holocausto y, más particularmente, al judeocidio. Durante la década de 1990 se desarrollaron estudios sobre otros genocidios, incluso desde una perspectiva comparada. Este es también el momento en el que empezamos a hablar mucho más sobre el genocidio armenio, aunque ahora se están produciendo nuevos genocidios en la antigua Yugoslavia y también en Ruanda. Lagarde también moviliza el concepto de "necropolítica", creado por el politólogo camerunés Achille Mbembe, y la noción de matanza desmedida ("overkill") utilizada en criminología.

 ¿Qué nos ayudan a aclarar los conceptos de necropolítica y matanza desmedida?

Casi todas las mujeres asesinadas en México y cuyos cuerpos se han encontrado, permitiendo así un análisis médico-legal aunque solo parcial, fueron asesinadas según muchos modos operativos distintos: fueron golpeadas y estranguladas, por ejemplo, aunque esto no es muy común. También sufrieron maltratos innecesarios para causarles la muerte. Por ejemplo, agresiones o delitos sexuales, como penetraciones múltiples, incluso con objetos contundentes, o mutilaciones del aparato reproductor y genital. O sus facciones fueron destrozadas, imposibilitando la identificación mediante reconocimiento facial. O fueron decapitadas, desmembradas, abrasadas con fuego o ácido.

Esto muestra que no son solo los cuerpos físicos de estas mujeres los que han sido atacados, sino también la identidad que ese cuerpo comporta. En este caso, identidad femenina. Esto concierne tanto a las mujeres cisgénero como a las transgénero, porque en esta gran zona fronteriza hay un número significativo de trabajadoras sexuales, tanto cisgénero como transgénero, que son asesinadas. El feminicidio es, por tanto, un crimen de odio identitario producto de una necropolítica –una política de muerte que se impone a la vida– orquestada por el Estado en su afán por controlar espacios, en este caso el de las mujeres.

Se está muy lejos de la definición que se usa en Francia… aunque también de la que se usa en la mayoría de los países europeos. La referencia al carácter genocida está ausente de nuestras representaciones. 

Hay muy pocas personas, incluso dentro del entorno feminista, interesadas en la genealogía de este concepto. Las opiniones públicas en la Europa occidental han empezado a utilizar la palabra “feminicidio” sin pasar por la etapa de “femicidio”, al contrario que en la Europa Septentrional donde mayoritariamente se habla de femicidio. El término ha vuelto a aparecer entre nosotras gracias al movimiento #MeToo, no por Estados Unidos, sino por América latina, y ambos términos se han fusionado. 


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En Francia y en Europa se utiliza el término de feminicidio para calificar un femicidio. Por más que yo piense en la necesidad de conocer el origen de las palabras –y su historia– no me siento particularmente predispuesta a emplear una palabra más que la otra. Es el fenómeno en su conjunto lo que me parece importante nombrar y por ello me decanto por hablar sobre todo de un “continuo feminicidiario”.

En cuanto al carácter genocida mencionado, en la definición original de Marcela Lagarde y de los Ríos, no solo es aplicable a la situación de México o, más en general, de América. Un femicidio  –aunque forma parte de un incontestable sistema de sometimiento de las mujeres– puede considerarse, en algunos casos, un "acto aislado", pero cientos de "femicidios" constituyen un "feminicidio", un crimen que siempre es de masas.

En Francia, pero también en otros países europeos, se debate sobre las definiciones que deben darse a los recuentos de feminicidios. Pero el hecho de que no se cuente de la misma manera hace que las comparaciones a escala europea sean muy difíciles. Y cuando se hacen, hay un gran riesgo de que el denominador común utilizado sea al mismo tiempo el más pequeño y el menos político.

Sin embargo, por ejemplo, en Italia y España se habla de "violencias estructurales", en las que se incluye el feminicidio, sin considerar el carácter genocida de la palabra.    

Absolutamente. El problema es la escala. Por eso acuñé el concepto de “continuo feminicidiario”, para mostrar la naturaleza sistémica de los feminicidios. El femicidio o feminicidio solo son la parte más visible del “iceberg patriarcal”. La noción de “continuo feminicidiario” permite darse cuenta de toda la violencia contra las mujeres, desde el nacimiento hasta la muerte.

No detendremos los feminicidios si no tomamos conciencia de lo que los autoriza, es decir, las desigualdades estructurales y la impunidad asociada.

Me explico. Ningún hombre empieza a ser un feminicidiario sin más ni más. Las muertes violentas de mujeres a manos de hombres son el epílogo de unas extensas biografías de violencia. Para que un hombre mate a una mujer solo porque es mujer hace falta que él se encuentre en un entorno donde las violencias ejercidas sobre las mujeres estén globalmente regidas por un régimen de impunidad y que el Estado –y sus instituciones– colabore a ello de forma activa o pasiva.

Estas violencias se deben considerar dentro de un flujo que, en mi opinión, no puede ser jerarquizado. Un asesinato no es, en términos absolutos, más grave que un insulto, porque ambos parten de la misma lógica mortífera. El hombre que mata a una mujer habrá cometido previamente numerosos actos de violencia considerados por la sociedad "aceptables" –ya que son banales y banalizados– y, por tanto, nunca habrá sido detenido. Estas violencias se habrán calificado como “microagresiones”. 

Además, suelen ser las propias mujeres las primeras en minimizarlas. “Todavía me dejo tratar de 'puta sucia' en la calle. No dije nada porque me sentía presionada, no puedo estar en guerra permanente, tenía miedo...".  Como señala la gran escritora canadiense Margaret Atwood, si "los hombres tienen miedo de que las mujeres se burlen de ellos, las mujeres tienen especialmente miedo de ser asesinadas por ellos". Sin embargo, los hombres están acostumbrados a atacar a las mujeres insultándolas, tocándolas sin su autorización, en la escuela, en el trabajo, en la calle. Los hombres también están acostumbrados a la cultura del incesto y la violación... Al final de la cadena, están los hombres que se permiten matar a las mujeres. Todo esto se ve acentuado por nuestros hábitos culturales, lícitos o ilícitos, desde la literatura hasta el cine, pasando por la pornografía heterosexual. Es una máquina de guerra dirigida contra las mujeres.

¿Qué se puede hacer para cambiar las cosas?

A la larga, deberemos alejarnos de la lógica de represión/castigo porque es fuertemente patriarcal. El valor cardinal de la masculinidad hegemónica es la violencia, y debemos recordarlo constantemente. Sin embargo, la salida de la lógica represiva no debe hacerse en detrimento de las víctimas –y de sus familias– sino con una preocupación constante por la reparación, previa a la reconstrucción individual y colectiva.

Porque agravar las penas de encarcelamiento no arreglará el problema, bien que lo sabemos. Sobre todo porque las políticas represivas suelen ir acompañadas de discursos culturalistas y racistas que señalan con el dedo a unos hombres y a otros no. En el siglo XIX, en Europa, los proletarios blancos eran estigmatizados. Hoy el estigma lo carga el nuevo proletariado racializado. Es muy cómodo, así se evita hablar de la violencia de las clases dominantes y el recordar la naturaleza sistémica del "continuo feminicidiario": todos los grupos de edad, todas las categorías étnicas y religiosas, todos los orígenes sociales y, por supuesto, todas las profesiones quedan incluidos.

A corto plazo es necesario, por lo tanto, mejorar el recuento de las violencias en todo el continuo feminicidiario: es necesario creer a las mujeres y protegerlas. Esto significa un cambio total de paradigma. La violación es el único delito en el que la víctima debe explicarse constantemente: cuando te roban el móvil, nadie exige saber en qué condiciones estabas a punto de utilizarlo. Por el contrario, a las víctimas de violación se les interroga sobre cuál era el contexto, si hubo uso de productos estupefacientes o alcohol, sobre la presencia o ausencia de pareja, la forma en que iba vestida, la hora a la que estuvo afuera, el lugar en que se encontraba...

¿Cómo pasar del corto al largo plazo?

Creo firmemente en la política de mujeres. Obviamente, no somos benevolentes “por naturaleza”. Pero nuestra socialización de género es muy poderosa: estamos muy bien domesticadas, sobre todo en materia de cuidados y asistencia a terceros. Esto nos convierte en seres sociales más soportables, en general, que los hombres. En este sentido, adherirse a una política de mujeres significa promover una sociedad más benevolente, empática e inclusiva.

En mi opinión, esta es la única manera de formar sociedades viables. Al decir esto, establezco un vínculo entre feminicidio y ecocidio. Las mujeres han sido las primeras colonias, puesto que la humanidad se desarrolló cuando los hombres comenzaron a tomar el poder sobre el vientre de las mujeres. Esta fue la primera frontera. Todos los demás regímenes de poder son una extensión de esta matriz elemental, incluida la violencia racista y capitalista. Antes de que existieran sociedades humanas en el sentido estricto de la palabra –antes de que existieran castas, clases y razas– había violencia contra las mujeres, desde el origen de nuestra especie.

EDJNet ES
En colaboración con European Data Journalism Network.

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