Stuttgart, 13 de agosto de 2010. Manifestación contra el proyecto de la nueva estación Stuttgart21.

La Alemania que dice ¡No!

En varias ciudades, los habitantes se han enfrentado con éxito a los grandes proyectos aprobados por los políticos. Pero si bien la democracia funciona como es debido, sus víctimas parecen ser esta vez el interés general y la modernización.

Publicado en 1 septiembre 2010 a las 15:08
Stuttgart, 13 de agosto de 2010. Manifestación contra el proyecto de la nueva estación Stuttgart21.

Un miércoles por la tarde en Stuttgart. Brilla el sol. El césped necesitaría una pasada, pero Sylvia Heimsch sabe que la esperan en otra parte. Lanza una mirada rápida a las imágenes de la webcam, que retransmiten en directo, en su salón, el avance de los trabajos de la estación central de Stuttgart. Luego coge su silbato, las zapatillas de caminar y sale hacia el centro con su hijo.

Desde hace varios meses, Sylvia Heimsch, de 47 años, está en lucha contra el proyecto “Stuttgart 21”. Forma parte del comité organizador de los “defensores del parque”, que pretende frenar la tala de los cerca de 300 árboles venerables del parque de Schlossgarten, adyacente a la estación. El 25 de agosto, Sylvia cortó la Nacional 14 a su paso por Stuttgart, en compañía de un centenar de manifestantes. Sylvia no tiene nada en común con los grupos de protesta de la antigua República Federal. No tiene nada contra el establishment alemán, es más, forma parte de él. Vive con su marido y sus tres hijos en una casa Art Nouveau restaurada. “A nuestras manifestaciones de los lunes acuden médicos, profesores, ingenieros y abogados”, asegura, “los pilares de nuestra sociedad, que sin embargo no pueden soportar más las aberraciones de nuestros políticos”.

La modernización del país amenazada

Los alemanes dan actualmente la imagen de un pueblo refractario. Casi por todas partes surgen movimientos de protesta, y por casi cualquier motivo. Ya se trate de una nueva estación en Stuttgart, de una reforma escolar en el Land de Hamburgo o de una ley antitabaco en Baviera, la gente sale a manifestarse, protestar y votar en asambleas. El pueblo amplía su esfera de poder: asistimos a la emergencia de una república contestataria.

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Hace tiempo que los ciudadanos no demostraban tanta iniciativa, y muchos políticos parecen ceder ante ellos. Roland Koch, ministro-presidente de Hesse, Ole von Beust, Primer Alcalde de Hamburgo, Horst Köhler, presidente de la República Federal: todos han arrojado la toalla y abandonado el cargo. No parece que esa clase de debilidad afecte a Sylvia Heimsch, de Stuttgart. Ella y sus camaradas son los nuevos políticos. No se califican a sí mismos como tales, desempeñan otras clases de trabajos, pero asumen una tarea que normalmente corresponde a los políticos: influir sobre la organización de la vida colectiva. Para ello se enfrentan a ministros-presidentes, alcaldes y parlamentarios, cuestionan sus decisiones y obstaculizan sus leyes y proyectos. Parece pues que el país asiste a una confrontación entre ciudadanos y políticos.

A primera vista, se trata de una evolución positiva. La democracia está viva, los ciudadanos se implican, participan. Sin embargo, el resultado no es necesariamente una sociedad mejor. Numerosos movimientos se enfrentan a proyectos situados en el campo de la energía y los transportes, lo que supone a su vez oponerse a la modernización del país.

Una clase política incompetente

¿Cuál es el perfil del ciudadano que se expresa de este modo? La contestación social y los referéndums van casi siempre dirigidos contra la política de un municipio o de un Land [región]. Pero las protestas también se dirigen contra la política federal y la casta política en su conjunto. Pronto hará un año que la coalición de democristianos y liberales se encuentra en el poder, pero todavía no ha adoptado ninguna decisión de calado.

La clase política parece incapaz de resolver los problemas del país, y cuando adopta finalmente una decisión, no parece que surta un gran efecto. Los ciudadanos han comprendido que las leyes tienen una vida limitada. Ya se trate de la jubilación a los 67 años o de la duración de la vida de las centrales nucleares, los partidos parecen emplear la mayor parte de su tiempo a revertir decisiones tomadas hace poco. Vista la frecuencia con que se revisan las leyes, toda política parece provisional. Parece como si se invitara a la gente a recortar aún más la duración de la vida de una decisión política. A eso dedican actualmente sus fuerzas los ciudadanos, tanto en pequeñas como en grandes cuestiones.

La gran cuestión del momento parece ser el movimiento de oposición a la estación de Stuttgart. Democristianos, socialdemócratas y liberales son favorables al proyecto, pero este amplio consenso político no impide que un gran número de ciudadanos muestre su desacuerdo. Los opositores temen por la calidad de las fuentes de agua mineral y por los 300 árboles de Schlossgarten. Preferirían que la vieja estación se convirtiera en edificio protegido, mientras que los políticos ponen por delante las oportunidades económicas de la nueva estación, que permitirá conexiones ferroviarias más rápidas. entre París y Bratislava. La protesta ha tomado tintes cuasi-religiosos. En YouTube hay un vídeo donde puede verse a un grupo de personas prestando juramento ante la vieja estación.

Una lucha de ciudadano contra ciudadano

El teórico de los sistemas sociales Niklas Luhmann había hablado de “comunicación del miedo” en relación con los movimientos contestatarios de los años 1970 y 1980: miedo a las radiaciones atómicas, miedo a la próxima guerra mundial. Ello tendía a radicalizar esos movimientos. Hoy el miedo no es tan intenso, ni los movimientos tan radicales. Pero lo que se expresa en las manifestaciones en contra de la nueva estación es una emoción, una inquietud personal.

Sin embargo, eso no significa que los ciudadanos tengan derecho a salirse con la suya. ¿Qué son 30.000 ciudadanos en la calle dentro de una ciudad de 600.000? Cada miembro electo representa a un gran número de ciudadanos, mientras que un manifestante no se representa más que a sí mismo. De ahí que la expresión “oposición popular” llame en cierto modo a error, pues da a entender que todo el mundo está en la calle.

También se trata de una lucha del ciudadano contra el ciudadano. La prohibición de fumar en Baviera es un buen ejemplo. El resultado del referéndum del 4 de junio parecía indiscutible. 61% de votos favorables. Sin embargo, sólo fue a votar poco más de un elector de cada tres. En otras palabras, sólo el 23% de los electores se habían pronunciado realmente acerca de la prohibición.

Las iniciativas ciudadanas o populares van ligadas a menudo a la noción de victoria y derrota. Las cuestiones políticas se resumen en un simple “sí” o “no”. Sin embargo, durante los grandes movimientos de protesta que tuvieron lugar antes de 1989, la perspectiva era más amplia y el objetivo por ejemplo la libertad o la paz. En la República Federal [Alemania Occidental], los protagonistas de las protestas eran la mayoría de las veces jóvenes hostiles al establishment.

Problemas individuales y egoísmo de los que protestan

Hoy la situación es muy distinta. La mayoría de las protestas se quedan a escala local. Los manifestantes son a menudo personas que gozan de una buena situación, personas que no pretenden salvar el mundo sino únicamente el pequeño perímetro dentro del que viven. A menudo, se trata de problemas individuales; en ocasiones, no es más que egoísmo.

Desde este punto de vista, la proliferación de las protestas es signo también de una falta de visión de conjunto. Las iglesias, los clubs deportivos, los sindicatos y los partidos de masas se encuentran en decadencia desde hace años, y las personas se encierran en sí mismas. La disposición a asumir sacrificios en interés de la sociedad podría disminuir igualmente. Siempre hay que imponer ciertas cosas a una población. Sin ello, el país no puede desarrollarse. Pero sólo los políticos profesionales pueden lograrlo. A menos que las protestas sean demasiado fuertes. En este caso Alemania se deslizaría inevitablemente, al dictado de sus habitantes, hacia el inmovilismo.

La mejor sociedad es aquella donde los responsables políticos y los ciudadanos son interdependientes. La emotividad del ciudadano debe encontrar su contrapeso en la serenidad del responsable político, la influencia de las clases medias en la representación de las populares, el deseo de confrontación por la búsqueda del consenso… y viceversa. La política necesita las protestas como advertencia e incitación a trabajar mejor. Como ocurre tantas veces, todo es cuestión de grado.

Matthias Bartsch, Sven Becker, Kim Bode, Jan Friedmann, Wiebke Hollersen, Simone Kaiser, Dirk Kurbjuweit, Peter Müller, Maximilian Popp, Barbara Schmid

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