“La solidaridad en la zona euro es una solidaridad de todos para todos”, declaraba esta semana Wolfgang Schäuble, el ministro alemán de Finanzas. La fórmula imperativa iba dirigida a Eslovaquia, el último país de la zona euro que dudaba en prestar 800 millones de euros a Grecia, un país más rico que la propia Eslovaquia pero sobreendeudado, y al objetivo de aportar los 4.370 millones de su contribución a las garantías de los préstamos que se presume ascenderán a 440.000 millones en el marco del Fondo de estabilización del euro, creado el mes pasado.
¿Cuál es el motivo por el que Bratislava ha puesto resistencia? Por una parte, porque el nuevo gobierno de Iveta Radičová no ha querido verse obligado a cumplir una promesa hecha por su predecesor y, por otra parte, porque el sistema de contribución le parece injusto: la parte que le corresponde aportar a cada país depende de la parte del capital que tenga en el Banco Central Europeo, definida en función del producto interior bruto y el número de habitantes. A fin de cuentas, Eslovaquia, el país más pobre y el último en unirse a la zona euro en enero de 2009, paga tres veces más que Luxemburgo, el paraíso fiscal de la Unión Europea.
¡Viva la solidaridad! Tras varios días de debate en Bruselas, el día 15 de julio el gobierno eslovaco cedió a la presión y aceptó participar en el Fondo de estabilización, si bien no por ello deja de oponerse al préstamo de dinero a Grecia. El ministro de Finanzas, Ivan Mikloš, estima que constituiría un error que “un país cuyo PIB por habitante no llega al 72% de la media europea deba ayudar a los países más ricos”. Según la Agencia Reuters, el sueldo mínimo mensual en Eslovaquia es de 308 euros y el medio de 725, menor que el salario mínimo interprofesional de Grecia, que asciende a 863 euros. Dos terceras partes de los eslovacos consultados en los sondeos se niegan a ayudar a los griegos.
Ahora vamos a ver cuántos días necesitará Bruselas para convencer a Bratislava de que preste dinero a Grecia aunque el reembolso no esté garantizado. Quizás llegue un día en el que Eslovaquia, en la actualidad desconcertada por los privilegios de su pertenencia al club de élite europeo, pase a apreciar la solidaridad forzada de la UE; el día en el que ella misma se halle en dificultades a la hora de hacer frente al pago de los préstamos destinados a ayudar a Grecia.
Martina Bulaková